Cuando la protagonista de Una joven prometedora, una de las películas favoritas para los Óscar, aparece leyendo un libro titulado Careful How You Go (traducible como 'Cuidado con cómo vas', o, incluso, 'cuidado con cómo vistes'), aprendemos de golpe varias cosas. Sobre la película, que estamos frente a los códigos de una sátira feminista. Sobre la protagonista, que su estética despreocupada e infantil no es más que un disfraz. Es un libro inventado, en realidad, que hace referencia un cortometraje anterior de la directora. Pero, como lleva por título una frase que todas hemos oído antes (y como la cubierta se parece a la de los libros de autoayuda que a veces nos martirizan con sus consejos), el libro se convierte en algo más que atrezo.
Con ocasión del Día del Libro, celebramos el papel (a veces discreto, a veces icónico) que los libros tienen reservado en la ficción: no como fuente de inspiración para una adaptación audiovisual y fidedigna, sino como objetos que funcionan dentro de la narrativa de formas distintas. Un guiño que nos orienta, que nos identifica con los personajes, que adelanta detalles de la trama o que revela los 'fetiches' del autor... Pero, sobre todo, un detalle que siempre es divertido reconocer para decir: ¡Mira! ¡Si yo también lo he leído!
Cuando los libros definen a los personajes
El libro, como la ropa, a veces funciona como un accesorio que permite expresarnos y definirnos. Por eso tiene sentido que la comedia romántica y la comedia juvenil sean, por excelencia, los dos géneros que más utilizan los libros como forma sutil y desenfadada de caracterizar a sus personajes: para decirnos cómo son y, lo que a veces es más importante, cómo quieren ser percibidos.
En la década de los 90 proliferaron icónicamente las adaptaciones modernas de obras clásicas de la literatura. Películas como Clueless ('Fuera de onda'), vagamente inspirada en Emma, de Jane Austen; o 10 razones para odiarte, basada en La fierecilla domada de Shakespeare. Y se acentuó la tendencia de hacer guiños y aprovechar lo literario, también, para hilar fino y comunicar el estado mental de los personajes.
¿Por qué el personaje de Paul Rudd en Clueless lee los Escritos básicos de Friedrich Nietzsche? Porque va a la universidad, cree que es muy maduro, disfruta dando lecciones y, en realidad, no tiene ni idea de cuáles son los sentimientos que alberga una persona del sexo opuesto. ¿Por qué Heath Ledger lee La mística de la feminidad, el clásico feminista de Betty Friedan, en 10 razones para odiarte? Porque quiere enamorar al personaje de Julia Stiles, que tiene mucho carácter y una coraza que parece impenetrable.
Y, sin embargo, en su tiempo libre ella lee La campana de cristal, de Sylvia Plath, un libro que aparece en casi todas las series y películas que quieren construir una protagonista femenina con 'capas': la novela de la poeta estadounidense, que retrata desde su experiencia la lucha juvenil contra la depresión y un tipo de 'locura' generalmente atribuido a las mujeres, expresa la fragilidad y el conflicto psicológico que esconde la protagonista y en la que pueden verse reflejadas muchísimas chicas adolescentes.
Ahora que los 90 están de vuelta, seguimos viendo estos usos en series y 'teen movies' actuales, Netflix mediante: los personajes de Sex Education construyen su identidad alrededor de tratados feministas, la protagonista de A todos los chicos de los que me enamoré lee Orgullo y prejuicio de Jane Austen para expresar su romanticismo exacerbado, y la de Si supieras (The Half of It) deja caer sin querer una novela de Kazuo Ishiguro, Los restos del día, que describe lentamente un amor que no se puede confesar.
Si estos usos son poco sutiles, aún más explícitos son los malabarismos con los libros que hacen esas series y películas que no definen a sus personajes por lo que leen, sino por cuánto leen: como Don Quijote o la Lizzie Bennett de Jane Austen, muchos personajes crecen alrededor de su relación con los libros. Implica que son inteligentes, algo introvertidos, ambiciosos; deseando, como en La bella y la bestia, salir de su situación actual y vivir (o imaginarse) otro estilo de vida. Rory Gilmore lee 339 libros en Las chicas Gilmore, en su mayoría clásicos modernos: Mientras agonizo de William Faulkner, Expiación de Ian McEwan, Beloved de Toni Morrison, Carrie de Stephen King, El guardián entre el centeno de J.D. Salinger (¡otro favorito indiscutible de las series y películas adolescentes!), Cien años de soledad de Gabriel García Márquez o Eva Luna de Isabel Allende. Y, por supuesto, La campana de cristal.
Además, para gusto de los lectores, leer en la ficción sigue implicando inteligencia: por eso Matilda lee Moby Dick, el clásico que aún se le resiste a los adultos, o la protagonista de Mi chica lee Guerra y paz, de Tolstoi, pese a ser sólo una niña. O por eso el protagonista de Call Me By Your Name, un prodigio de la música y las letras interpretado por Timotheé Chalamet, lee La estirpe del dragón y El corazón de las tinieblas y se mete en mil conversaciones enrevesadas sobre libros: en su caso, también es una señal de estatus.
Cuando los libros dan pistas sobre la trama
Al principio de la primera película de Matrix, Neo tiene escondidas sus herramientas de 'hacker' en el interior de un libro: Cultura y simulacro, de Jean Baudrillard. El libro del autor francés, que cuestiona la realidad desde una óptica posmoderna, es una referencia interna (porque el libro no es, en realidad, un libro) y un adelanto de lo que vamos a encontrarnos en esta película sobre una ciberrealidad suplantadora. Este tipo de guiño 'metanarrativo' es un favorito de las películas y series de ciencia ficción; aparece tambien en Blade Runner 2049, cuando el personaje de Ana de Armas lee Pálido fuego, de Nabokov, un libro que comenta otro libro y que nos llama a buscar este tipo de conexiones con la película (que está plagada de referencias fílmicas y literarias, tanto reales como inventadas).
Este tipo de usos del libro funcionan muy bien con una audiencia que disfruta viendo, reviendo y uniendo los puntos para hacer sus cábalas. Las series, sin embargo, suelen aprovechar para hacer referencias o adelantos de la trama más sencillas y directas: en Perdidos aparece Un pliegue en el tiempo; un libro de aventuras que narra una pequeña odisea y que mezcla fantasía y astrofísica. En series episódicas actuales, como Riverdale y Las escalofriantes aventuras de Sabrina, es habitual que los libros reflejen las tramas de la semana: La metamorfosis de Kafka o De ratones y hombres de Steinbeck se utilizan para hacer paralelismos con el tipo de 'tragedias' que estamos a punto de presenciar.
Y, en series de misterio indescifrables o extremadamente particulares, como es el caso de Twin Peaks, los libros se utilizan para enfatizar y sugerir las rarezas, obsesiones e incongruencias que a veces son pistas y a veces no: infinidad de libros sobre el Tibet, una obsesión del agente Cooper, o sobre los búhos (que "no son lo que parecen") aparecen en la serie mezclados con poemas de Lord Byron, el Kama Sutra de Vatsyayana u Ojos de fuego de Stephen King; rarezas que sugieren, sin llegar a decir, que en esta serie nada es lo que parece.
Cuando toca pedir ayuda a los libros
Cuando Phoebe Waller-Bridge se enamora de un cura en la serie Fleabag, corre a leer La Biblia para desentrañarlo. Es probable que el tipo de libro que más abunde en la ficción sea el libro práctico, o de no ficción: la autoayuda o los libros que proveen información sobre un tema concreto que atenaza a los personajes. En Killing Eve, la detective obsesionada con Villanelle que interpreta Sandra Oh lee Cuando las mujeres matan, de Coramae Richey Mann; La psicopatía en las mujeres, de A. Eccleston y T. Toomey, o un libro titulado Histeria: la psicosis femenina.
En This Is Us, una serie alrededor de la familia, una Mandy Moore embarazada lee La maternidad expectante, de Nicholson J. Eastman. Igual que en Girls, donde leen Soluciones para dar el pecho, de Nancy Mohbacher, para ayudar a un personaje con sus problemas para dar de mamar. A veces, para este propósito, se inventan los libros: lo importante es enseñar que el personaje es un poco obsesivo, o que tiene un problema que necesita solución. Como en la película La loba humana, de 1946, en la que la protagonista lee para entender su incipiente licantropía. ¡La pobrecita!
Cuando los libros son un reclamo popular
La novela Peyton Place, de Grace Metalious, fue un fenómeno de masas en Estados Unidos. Como una telenovela que abordó temas tabús como el incesto, el aborto, el adulterio, el sexo adolescente o el asesinato, la notoriedad que ganó entre la sociedad puritana de los años sesenta fue tan tremenda que la autora se dio a la bebida y murió. Todas las mujeres norteamericanas lo leyeron en casa, mientras descansaban de hacer sus tareas. Y en este contexto ha aparecido muchas veces en el cine y la televisión: Cher lo lee en la bañera en Sirenas (1990), como hizo antes que ella Jayne Mansfield en Una mujer de cuidado (1957).
Es la versión pre-contemporánea de leer Harry Potter, como el protagonista de Boyhood, o Tan poca vida, de Hanya Yanagihara, el best-seller que el año pasado nos recomendaba Teressa Helbig por el Día del Libro y que también aparece en Girls: libros populares que nos dicen que los personajes también son sensibles a las tendencias del momento y que son, en realidad, como nosotros.
Cuando los libros se convierten en trama
Hay muchas películas que versan, de forma directa, sobre libros: que se venden, que se leen y que se prestan. A veces son muchos libros que se van repartiendo el protagonismo, como en La librería de Isabel Coixet o 84, Charing Cross Road; en otros casos, como el de La historia interminable, el libro es el objeto desencadenante y, como la pistola de Chéjov, debe sí o sí ser utilizado. Pero hay un puñado de casos en los que los libros cobran un protagonismo discreto y puntual: cambiando de manos para relacionar a dos personajes y ayudar a establecer vínculos entre ellos.
Es lo que sucede en Tienes un e-mail, cuando el personaje de Tom Hanks se lee Orgullo y prejuicio porque es el favorito del que interpreta Meg Ryan. O en la película Metropolitan, en la que dos personajes charlan ávidamente sobre Mansfield Park, de Jane Austen, sólo para descubrir que uno de ellos lo estaba criticando sin leerlo (y que a eso hay que ponerle remedio inmediatamente). De nuevo, Jane Austen es la favorita en las historias de amor, pero lo hemos visto más veces: en Sex Education, un joven lee Una habitación propia de Virginia Woolf para atraer a una chica y se lo termina, aunque le cuesta, por ella. Los libros también nos conectan.
Aunque el ejemplo más icónico de un libro convertido en trama puede ser el de Friends: el capítulo en el que Joey y Rachel intercambian libros favoritos. Ella no se puede creer que él no haya leído Mujercitas, de Louisa May Alcott, y él la reta a que lea El resplandor, de Stephen King (otro autor que sigue reapareciendo en esta lista). Así que los dos vencen sus prejuicios iniciales y el capítulo se convierte, en los huecos dejados por otras tramas más importantes, en un divertido club de lectura: él termina llorando con ese drama para 'señoritas' y ella tiene que dormir con la luz encendida por culpa de su historia de terror.
Otras veces el libro es un gag anecdótico, como en la serie de inspiración lectora Dash and Lily (Netflix), donde cada libro sirve para completar una fase más de la gymcana. O un elemento icónico que se queda grabado a fuego en la memoria, como en Una mujer en llamas, en el que La metamorfosis de Ovidio se convierte en el recuerdo de una intensa relación y acaba, como tal, retratado en un cuadro.
Cuando los libros son un fetiche: el caso de Pedro Almodóvar
Tan enamorado de sí mismo como estamos los demás, el caso de Pedro Almodóvar sirve para ejemplificar el último de los supuestos de esta lista: en el que los libros son el reflejo de los gustos del propio autor y se utilizan, más que para describir a los personajes, para señalar las filias y fobias de la persona que se esconde detrás de la cámara. Los coloridos apartamentos de las películas de Almodóvar están repletos estanterías llenas de libros, ediciones francesas o españolas (mucho de Anagrama, de Tusquets) de autores normalmente modernos o contemporáneos.
La voz humana, de Jean Cocteau (el libro que inspiró el último corto de Almodóvar con Tilda Swinton) aparece en La ley del deseo. Las horas, de Michael Cunningham, y La noche del cazador, de David Grubb, en Hable con ella. En Kika vemos un libro de Santería de Migene González-Wippler. La edición de bolsillo de 2666, de Roberto Bolaño, es una lectura de avión en Los amantes pasajeros. Lo bello y lo triste, del japonés Yasunari Kawabata, aparece en Matador. Marguerite Duras tiene varias apariciones en su filmografía: por ejemplo en Julieta, donde aparecen, entre muchos otros libros, su novela semiautobiográfica El amor.
Y estos son algunos, pero no todos, de los libros que lee Antonio Banderas en Dolor y Gloria: Juventud, de Coetzee; El cordero carnívoro, de Agustín Gómez-Arcos; Hijo de Jesús, de Denis Johnson; El orden del día, de Éric Vuillard, u otro de Roberto Bolaño: Llamadas telefónicas. También se cuela en la película el libro de un contemporáneo de la crítica cinematográfica: Cómo acabar con la contracultura, de Jordi Costa.
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