Un ciervo se adentra en el corazón del bosque y en un país en guerra esto podría ser señal de que todo vuelve a la normalidad. A las afueras de Kiev, el aroma verde choca aún con el hedor a muerte en uno de los grandes bosques. A medida que se avanza en la foresta, los caminos se vuelven más sinuosos, las ramas y troncos de árboles calcinados adornan el sendero. Pero la naturaleza es terca y la vida se abre paso.
Oksana es una voluntaria que limpia los restos de los bombardeos en el paraje natural de Nemishaieve, un pequeño municipio ubicado entre Bucha y Borodyanka, las localidades cercanas a Kiev destruidas en la primera fase del conflicto. Conforme despeja el terreno, descubre unas flores nacidas sobre la tierra quemada. “Huelen bien”, dice a sus compañeros Yuri, Slavic y Yevhen, mientras las recoge y entrega en señal de afecto.
Las huellas de la guerra permanecen tras el repliegue de las fuerzas rusas que desde finales de marzo han preferido concentrar el asedio sobre las regiones de Járkov y el Donbás. A medida que se avanza hacia el interior de este bosque, el paisaje se va oscureciendo y las flores desaparecen para dejar paso a la devastación, a las tinieblas del apocalipsis. En lo que fuera un enclave oculto por la arboleda, los restos de un campamento militar aparecen arrasados y calcinados. Oksana se agacha para examinar los restos de un artefacto al tiempo que su mano derecha se aferra al improvisado ramo de flores. “No podía imaginar que el mal fuera tan poderoso”, exclama.
“Este bosque estaba tan limpio; esta hermosa naturaleza ha sido destruida. Verla así me produce mucha tristeza”, solloza. Su pueblo fue ocupado por las fuerzas armadas rusas, al igual que Bucha, y este lugar sirvió de base de operaciones para los miles de soldados del Kremlin que pretendían avanzar sobre la capital ucraniana. Oksana y sus compañeros hablan de unos 14.000 militares. “Estuvieron aquí durante más de un mes con todo su arsenal de armamentos”. Las cifras son difíciles de determinar; en las guerras la información se vuelve opaca y una niebla suele cubrir los datos, por lo que difícilmente se conocerá el número exacto. Tampoco se sabrá el destino de los cuerpos de los soldados caídos en esta batalla.
Este jueves, las Fuerzas Armadas de Ucrania cifraban en cerca de 31.000 el número de militares rusos muertos desde el inicio de la guerra, sin que Rusia haya confirmado hasta la fecha un balance concreto de bajas en sus filas.
Oksana recuerda cómo la noche del 27 de marzo los proyectiles volaban en el cielo. “Podía ver su tamaño y el color”, asegura. Cuenta que esa noche fue bombardeado este campamento para impedir que desde aquí las tropas rusas pudieran avanzar hacia Kiev. “Fue muy desagradable, muy peligroso. El bombardeo no cesó. Oíamos las explosiones todo el tiempo. Era muy inseguro. Pocos días antes de la liberación del pueblo de Nemishaieve, la situación estaba tan tensa que pensé que era el final, que moriríamos pronto”, recopila.
El lecho del bosque sigue sembrado de los enseres personales de las tropas que lo habitaron. Pese a las cenizas y el fuego, todavía se puede leer 'fabricado en Rusia' en algunas etiquetas que sobreviven. Ropa, gorros, botas y bolsos con la estrella del ejército ruso estampada; paquetes de zumo de naranja, pequeñas latas de conserva, azucarillos producidos en Bielorrusia; madrigueras que servían de cobijo; trincheras pequeñas y trincheras grandes para ocultar los tanques y carros de combate; y sobre todo, material de guerra. “Cuando llegué aquí y vi todo este equipo militar destruido, escondites, granadas, obuses quemados…”,- relata Oksana mientras examina cada objeto-, “...¡Cuidado!”, advierte con la mirada fija en el suelo. “Aún quedan restos de explosivos y minas por detonar”.
Fueron días de intensos bombardeos, “fueron tan fuertes que dejé de refugiarme en el sótano con mi familia”. Ahora, más de dos meses después de aquellas noches infernales se centran en limpiar los bosques, en sanar todas las pérdidas y el trauma que vivieron en aquel momento. “Este bosque estaba tan limpio; esta hermosa naturaleza acaba de ser profanada. Estoy muy enfadada. Tengo emociones muy negativas”, concluye. Lamenta el estado de un parque al que aún no se atreve a traer a sus hijos porque es peligroso.
La tarea del desminado: la mitad del territorio está contaminado
Todas las armas están quemadas. Una constelación de balas oxidadas se dibuja sobre el suelo. En un punto marcado con cintas largas y blancas reza “pendiente de desminar''. Un equipo internacional de desminado lleva semanas en esa labor. Dos hombres sacan de un cráter, muy despacio, un misil Smerch BM 30. “Aún no ha explotado”, comentan, mientras lo apoyan despacio. La guerra sigue, pero en la región de Kiev han dejado de escucharse las bombas, su eco resuena cada vez más al este, por lo que las gentes de esta parte del país se fajan en retomar su vida, en reconstruir las escuelas, hospitales y todas las infraestructuras que han sido destruidas en la guerra.
Cristina se aferra a una pala. Quiere desminar el bosque. Lleva desde los ocho años viviendo en Londres, pero volvió a Leópolis hace tres semanas. Cree que ahora es el momento de reconstruir el país y por eso se ofreció como voluntaria para trabajar “en lo que fuera”, siendo finalmente destinada al equipo internacional de desminado. “Mis abuelos están en Leópolis, sé que están bien y el tiempo que esté aquí quiero ayudar en la reconstrucción de mi país”, arguye.
Oleh es el Inspector Principal del Servicio de Explosivos en el departamento de la Policía Nacional en Kiev. Se pasa los días en labores de desminado en esta región. Al principio iban pueblo por pueblo, pero ahora están pendientes de las alertas de los vecinos. “Por la mañana recibimos la lista de objetos y áreas que deben ser examinadas. Puede tratarse de casas particulares, de campos, de bosques, etc. Por ejemplo, hoy estamos explorando este bosque. Hace unos días, mi tractor chocó contra una mina terrestre aquí y explotó”, explica con un detector de metales en las manos. Tienen que examinar 86 hectáreas en la localidad de Lypivka, un distrito de Bucha. Reconoce que ahora queda lo peor de estos tres meses de guerra. “Ahora el trabajo es mucho más peligroso y difícil. Paso casi todo mi tiempo en el trabajo para dominarlo todo lo antes posible”.
El Gobierno de Ucrania denuncia que la mitad de su territorio, unos 301.000 kilómetros cuadrados, están contaminados. Para rehabilitarlos necesitarán entre cinco y seis años. “Creo que el desminado nos tomará más de seis años. Hasta ahora, todavía se podían encontrar explosivos de la Segunda Guerra Mundial, así que imagínate”, dice Oleh. Pisa con cuidado; revisa con atención en cada milímetro del suelo antes de seguir; cada zancada puede ser la última, la que le impediría volver con vida a su casa. “La región de Kiev es peligrosa”, reconoce el desminador.
En Járkov aún no se puede reconstruir
En uno de los puentes de la ciudad de Járkov un grupo de vecinos con botes de pinturas intenta devolver algo de brillo a la infraestructura para borrar el gris de estos 100 días de conflicto. Aquí aún contienen el aliento. Nadie se atreve a reconstruir nada porque aún suenan los tambores de la guerra a escasos kilómetros. El frente, pese al repliegue de las fuerzas rusas, sigue activo.
Noche y día la población vive con el miedo en el cuerpo porque siguen cayendo bombas. Ni siquiera aquellas aldeas que han sido recientemente liberadas se atreven a celebrar victoria alguna. Esta es la segunda mayor ciudad de Ucrania, hace frontera con Rusia y ha sido una de las más golpeadas por el conflicto. Sus calles están desiertas. Los carteles recomendando “echar las cortinas y apagar la luz de noche'' recuerdan que la guerra sigue. Nadie reconstruye nada, limpian la ciudad y apartan los escombros.
Donbás: la cronificación del conflicto
La guerra comenzó en el Donbás hace ocho años y allí es donde se concentra ahora. Las tropas rusas están avanzando, especialmente en la provincia de Lugansk. La localidad de Severodonetsk se ha convertido en el epicentro de la ofensiva rusa y según autoridades ucranianas, el 70% está bajo control ruso. Aquí el conflicto no cumple 100 sino que cumple 3.000 días; ocho años de guerra cruenta.
Vitali vivía en Yakovlivca, una pequeña aldea que actualmente ya está ocupada por las tropas moscovitas. Ahora busca un lugar donde refugiarse en la parte occidental del país.
Él conoce la ocupación al igual que Yuri, el propietario de la única tienda que resistió en Yakovlivca, aunque ahora también se marcha. No quieren vivir bajo dominación rusa. Vitali ya perdió su casa en 2008 y tuvo que marcharse a vivir en la casa de su abuela; ahora tiene que partir de nuevo porque su hogar ha vuelto a ser arrasado.
“Tenía que salvar a mi familia”, dice. La guerra se está intensificando en este lado de Ucrania. Andrii Borisenko es médico en el Donbás y asegura que cada vez hay más heridos y más bajas, tanto de civiles como de militares. Su brigada ha tenido que moverse a las pocas zonas más seguras que quedan. Ocho años desde que comenzara la guerra de cesión de Lugansk y Donetsk, la intervención rusa y el avance de sus tropas sobre estas provincias parecen conducir, inexorablemente, al recrudecimiento del conflicto y a su cronificación.