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La batalla de Arizona, el peso del voto latino y una bravuconada de Trump para perder un feudo republicano

DANIEL FLORES
7 min.

En las elecciones presidenciales de Estados Unidos, ganar donde has ganado antes es tranquilizador, pero hacerlo donde no has ganado casi nunca imprime a la victoria un especial regusto de satisfacción. Es el que debe sentir Joe Biden tras vencer en Arizona, un éxito que culmina un vuelco largamente cultivado por el Partido Demócrata, al haber convertido un estado de profunda raigambre conservadora no solo en un estado en disputa, sino en uno de los triunfos más brillantes en su camino a la Casa Blanca, gracias al peso creciente del voto latino. Aunque la puntilla ha sido obra del propio Donald Trump, que ha acabado por enterrar su reelección con una bravuconada, una de tantas que parecían no tener consecuencias, al insultar a todo un héroe local como el republicano John McCain.

Después de un recuento inusualmente tenso e incierto, Biden ha recuperado la presidencia para los demócratas al conseguir 306 votos en el Colegio Electoral, por un camino relativamente previsible: se ha llevado los mismos 20 estados que ganó Hillary Clinton hace cuatro años y ha teñido de azul otros tres que en 2016 quedaron en manos de Trump, a saber, Pensilvania, Michigan y Wisconsin. Y como guinda, se ha anotado dos bastiones republicanos, Arizona y Georgia.

Porque las victorias en Pensilvania, Michigan y Wisconsin han sido esenciales, pero en ningún caso tan significativas como la de Arizona: los primeros son estados de larga tradición demócrata, en los que ningún republicano había ganado desde hacía casi tres décadas, y aunque han virado hacia el conservadurismo, Trump ganó en 2016 con márgenes estrechísimos, inferiores a un punto, lo que hacía factible su reconquista. Y Georgi solo es dominio del Partido Republicano en las últimas dos décadas, pero durante el siglo anterior era siempre azul.

Arizona, en cambio, es un feudo republicano desde mediados del siglo pasado y en las últimas 17 elecciones presidenciales, esto es, desde que Harry Truman fuera elegido en 1948, solo una vez el estado se había teñido de azul; fue en 1996, cuando Bill Clinton venció por poco más de 30.000 votos -sobre un total de 1,4 millones- gracias a los apoyos que Ross Perot, el candidato independiente, arrebató a Bob Dole. Más allá de ese resultado inusual, eran casi siete décadas de dominio republicano.

El peso del voto latino

En cualquier caso, era evidente desde hacía tiempo que algo se movía en el estado. El propio Trump venció en 2016 con el menor porcentaje de votos de un candidato republicano en dos décadas, un 48,67 %. Y en 2018, Kyrsten Sinema derrotó a Martha McSally para ocupar uno de los dos escaños en el Senado, de forma que Arizona volvía a tener un senador demócrata, senadora en este caso, 24 años después.

Aquella victoria, muy reñida, ya fue aldabonazo, porque visibilizó el peso del voto latino, especialmente en Phoenix, la principal ciudad de Arizona, y su conurbación en el condado de Maricopa, donde se encuentran otras siete de de las diez ciudades más pobladas, hasta agrupar al 60 % de la población del estado.

Los barrios residenciales, antes ocupados por una mayoría blanca, con una amplia presencia de veteranos -en el estado hay numerosas bases militares-, ahora tienen una cada vez mayor proporción de población latina, tanto migrantes llegados desde el vecino México como los hijos de quienes llevan generaciones allí.

Casi un tercio de los 7,17 millones de habitantes de Arizona son latinos y, según el Pew Research Center, representan el 23,6 % de las personas con derecho a voto, con 1,2 millones sobre un total de poco más de cinco millones, un porcentaje de posibles votantes latinos que solo se supera en otros tres estados: California, Nuevo México y Texas. Pero, a diferencia de otros estados, en los que el voto latino es más diverso, en el Estado del Gran Cañón se inclina mayoritariamente por los demócratas.

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La inmigración, el problema clave

La culpa, en buena parte, la tienen los republicanos, que en 2010 aprobaron una de las legislaciones estatales más restrictivas con la inmigración, y el sheriff del condado de Maricopa durante un cuarto de siglo, Joe Arpaio, al que la justicia instó en 2011 a dejar de realizar redadas contra supuestos migrantes irregulares, solo por su aspecto. Arpaio, sin embargo, persistió en su estrategia de acoso y fue condenado por desacato en 2017, aunque Donald Trump, en el ejercicio de sus facultades presidenciales, le indultó a los pocos meses.

Esa política de mano dura y ciertos tintes racistas hacia los migrantes ha acabado por aglutinar a la comunidad latina bajo el paraguas de los demócratas, que han aprovechado la oportunidad. Según las estimaciones de la cadena NBC, el 63 % de los latinos ha apoyado a Biden, por encima del 56 % de Nevada o el 59 % de Texas. En Florida, donde el voto latino es mucho más diverso, el porcentaje es del 52 %, es decir, que casi la mitad han votado a Trump, ayudándole a ganar el estado.

El sesgo demócrata en Arizona es más acusado entre las mujeres latinas, de las que un 66 % han apoyado a Biden, y entre los jóvenes de menos de 30 años, un 65 %. Y ha sido decisivo, como hace dos años en la elección de Kyrsten Sinema, en ciudades como Mesa, Scottsdale o Peoria, todas ellas del condado de Maricopa: allí, en la circunscripción que suele decidir el estado, Biden ha conseguido 45.073 votos más que Trump, cuando la diferencia en el conjunto del estado apenas ha superado los 10.000.

Porque Arizona mantiene amplias áreas, sobre todo en el oeste y en el noreste, de arraigo conservador, mientras que el condado de Pima, fronterizo con México, así como sede de Tucson -la segunda ciudad del estado- y la liberal Universidad de Arizona, es un feudo demócrata; el gran cambio demográfico se ha producido, a lo largo de 25 años, en Maricopa.

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El desprecio a McCain de Trump

En cualquier caso, la contienda ha sido reñida y quizás el vuelco no hubiera sido completo sin que el propio Trump lastrase sus posibilidades, quizás sin saberlo, hace tres años, al principio de su mandato. Acostumbrado a que sus declaraciones más intempestivas no tengan consecuencias, quizás no supo medir el impacto que tendría despreciar a John McCain, héroe de la guerra de Vietnam, congresista y luego senador republicano por Arizona durante décadas y respetadísimo político en todo el país, que se enfrentó a Barack Obama en las presidenciales de 2008.

McCain, que ya se había posicionado claramente contra el populismo de Trump en las primarias, fue uno de los tres senadores republicanos que votaron contra la iniciativa de su partido para tumbar el Obamacare, la legislación de Barack Obama para garantizar un seguro médico a todos los ciudadanos, ante la falta de una alternativa clara. El presidente digirió mal la derrota, uno de sus grandes fracasos en la Casa Blanca, y culpó directamente al senador.

Y poco después, en un mitin, cruzó la línea roja: "Es un héroe de guerra porque fue capturado. A mí me gustan las personas que no fueron capturadas", se permitió decir sobre los cinco años de cautiverio en Vietnam de McCain, que fallecería de cáncer un año después. Su viuda, Cindy McCain, lo consideró un insulto imperdonable -por expreso deseo de la familia, la presencia de Trump fue vetada en sus funerales, a los que si asistieron Obama y Biden, amigo personal de McCain- y este año se ha tomado la venganza, al pedir el voto para su rival: "Solo hay un candidato en esta carrera que defienda nuestros valores como nación, y es Joe Biden", declaró en septiembre.

Muchos correligionarios parecen haber seguido su consejo, porque los carteles de "Republicanos por Biden" han sido relativamente frecuentes durante la campaña electoral y, según la NBC, hasta un 10 % de quienes se consideran republicanos han votado al candidato demócrata. El resultado es que el porcentaje del presidente se ha estancado en un 49,1 % y Biden se ha anotado un jugoso triunfo en casa del adversario,[con un 49,4 %, mientras Trump se lleva un baldón que agria un poco más su derrota.

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