Es una de las grandes agujas de la moda española. Una mujer única y con un estilo propio, un estilo muy bien definido, reconocible al instante. Lydia Delgado entró en escena a finales de los 80 y arrasó. Primeroen Barcelona, en el Salón Gaudí, y después en Madrid, en la Pasarela Cibeles; incluso llegó a tener tienda en las dos ciudades. Eran otros tiempos. Era otra Lydia. La de ahora se apoya en su experiencia vital y personal para ver la vida de otra forma y entender la moda de otra manera.
“Ahora soy muy feliz. Antes no disfrutaba de los desfiles y el ritmo tan desenfrenado. Sí disfrutaba de las pruebas de vestuario, de los momentos más íntimos. Los desfiles eran desquiciantes. ¡Llegué a cogerlos manía!”, revela.
Dejó la pasarela en septiembre de 2010 y vuelve a Madrid para inaugurar un espacio muy especial en el que conviven, en armonía y elegancia, sus prendas, sus cuadros, sus joyas y su cerámica. Es un pequeño lugar en el que cabe el enorme universo de esta artista polifacética, una puerta a otra dimensión que define como lúdica, estimulante y ensoñadora.
“Tenía la necesidad de huir de Barcelona y estar en Madrid, que siempre me ha parecido una ciudad muy vital y activa. Pero mi idea es hacer pequeñas colecciones para que la tienda vaya cambiando constantemente. Pero sobre todo lo que quiero es pasármelo bien”. Y ayudar, ya que donará parte de las ventas de sus cuadros a la Fundación Pepita Mola que lucha para cambiar los prejuicios acerca del Síndrome de Down.
De las paredes cuelgan sus coloristas obras en la que se ve a mujeres alegres y sofisticadas ( sus 'Iconic Girls'), y en casi todas aparecen jarrones. Por eso, quizá, se ha iniciado en la cerámica. Las joyas tienen un potente trazo escultural con toques étnicos, un estilo que se traslada a las prendas.
Los abrigos son hermosos, tan como los vestidos que presumen de una sensualidad elegante y atemporal, algunos parecen salidos de un cuadro de Tamara de Lempicka o de una película de Hollywood de los años 30. Todo se hace en Barcelona, todo se produce con un proceso artesanal. “Respeto mucho este trabajo, yo no podría trabajar por dinero”, dice. “La artesanía es algo preciosísimo, me arrodillo ante lo artesanal. Es algo sublime”. Delgado apuesta por hacer piezas únicas que resistan con dignidad el paso del tiempo. Como un vestido con el escote cuajado de pequeños lazos que presentó en febrero de 2007 que ahora se versiona manteniendo su encanto. “¡¿Por qué no puedo hacerlo y tenerlo fijo si es precioso?!”.
Su objetivo es producir poco preocupada por el impacto dañino de la moda sobre el planeta. “Yo hago lo mínimo, no quiero ensuciar más. La tierra no necesita grandes cantidades que luego se desechan. Tampoco quiero expandirme por el mundo, ni vender en EE.UU. ¡Yo no necesito nada!”, añade.
Pero la moda sí la necesita a ella. Un mundo del que nunca se ha desligado, curiosamente, la sensación es distinta. Lydia Delgado no vuelve porque jamás se ha marchado. “Siempre he estado y he mantenido el taller de Barcelona, y además siempre he tenido un cierto prestigio. Pero es cierto que cuando lanzamos Miranda for Lydia, dice sobre la línea que su hija, Miranda Makaroff, hace para ella. De paso se alegra de sus éxitos. “Siempre confié en ella porque todo lo que ha hecho, incluso cuando era pequeña, lo ha hecho bien”.
La relación entre ellas es estrecha, tanto que la diseñadora dice sentirse mejor con los amigos de su hija que con la gente de su generación. Quizá por eso entiende, y acepta, el enorme giro que ha dado la moda en estos años con las redes sociales y las nuevas profesiones que han surgido con ellas. “Es un paso lógico. Hay momentos en los que las cosas se colapsan pero luego unas quedan y otras no. Está muy bien que la gente haga cosas nuevas y que viva de ellas”.
La conversación cambia de tono y se vuelve triste al recordar a David Delfín y a Bimba Bosé que debutó en la moda en un desfile de Lydia Delgado en el año 2000. “Recuerdo que había muchísimos fotógrafos disparando sin parar, fue brutal. Lo que ha ocurrido con ellos es espantoso, yo no podía respirar. Pasé tres meses de sufrimiento”.
El gris de la tristeza se desvanece enseguida para dar paso a la alegría del color, que lo inunda todo: desde su cuenta de Instagram a la nueva tienda que solo abrirá la primera semana de cada mes. Hablamos de placeres, de los grandes y de los pequeños. De los que ella promete ofrecer cada mes. Puede ser la caricia de un tejido o un abrazo. ¡Hay para elegir!