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Día de la Mujer: la feminización de la ruta canaria

La travesía de las niñas que emigran solas: "Corrí para ponerme a salvo y no iba a permitir que nadie me detuviese"

  • RTVE.es habla con Khadija y Kaddy, dos niñas que han llegado a Canarias solas desde Gambia 

  • Huyen de una infancia de violencia y abusos que a menudo les cuesta relatar. Las menores migrantes no acompañadas se enfrentan a la doble invisibilización por su condición de género

  • Día de la Mujer 2025, en directo

EBBABA HAMEIDA (Enviada especial a Tenerife)
12 min.

Khadija tiene aspecto de alguien que va a competir. Viste un chándal gris y una camiseta rojiblanca de un equipo de fútbol africano, no sabe de cuál, pero con su ropa contrastan unas sandalias blancas elegantes de las que emerge una voluptuosa flor. Tiene mucha energía al caminar y sus gestos son muy expresivos. Nació hace 17 años en Gambia y corrió mucho para ponerse a salvo. También caminó e hizo autostop hasta que se topó con el Atlántico. No dudó en jugarse la vida para llegar a su meta: Europa. Habla inglés fluido.

Su madre es la primera esposa de un hombre que se ha casado en numerosas ocasiones, un privilegio exclusivo de los varones. "Mi madre nunca ha querido divorciarse hasta que nosotros no nos hiciéramos mayores", dice. En casa convivía con 16 hermanos. 

"Caminé mucho para ayudar a mi mamá", dice. Se coloca un fular sobre los brazos para cubrirse de la brisa del mar. Mira unos minutos al suelo y hace una pausa larga. "Mi padre no valora a las mujeres", asevera con una ligera furia en los ojos. La obligó a dejar la escuela a los 14 años y desde entonces ha trabajado limpiando casas y ropa. Sin embargo, su mundo se derrumbó el día que su hermano mayor, de 21 años, comenzó a abusar sexualmente de ella. "Me forzaba a tener sexo con él y cada vez que me resistía me pegaba", dice. Su mirada se apaga y sus gestos también. 

"Corrí mucho hasta ponerme a salvo y no iba a permitir a nadie que me detuviese", zanja. Lo que más le dolió, dice apretando los puños, fue la respuesta de su padre al conocer lo que ocurría. "Le dijo a mi madre que yo era una prostituta y que su hijo mayor nunca haría semejante cosa". Khadija tiene aún cicatrices en el cuerpo. "¿Y si me quedaba embarazada?", se pregunta. La última vez que abusó de ella fue el 26 de junio de 2024, ese mismo día decidió poner tierra de por medio, rumbo a un destino desconocido. No se lo contó a nadie. "Buscaba Senegal y España", dice.

No quiso preocupar a su madre, su único objetivo era poner la máxima distancia posible entre ella y la violencia que sufría en casa. Vendió el móvil por 10.000 dalasis gambianos (130 euros), un chico le dio todas las indicaciones para poder cruzar a Senegal y ahí le "indicaron dónde coger un cayuco".

"No fue fácil, nada fácil", narra. Fue un viaje con muy pocos recursos económicos y cargado de incertidumbre. "Yo no he pagado nada para embarcar", asegura. Sintió mucho miedo. Lo más duro, dice, fue ver a la gente morir. "Solo estábamos dos chicas en el barco y los demás eran todos varones. Nadie nos hizo daño y nos ayudaron", cuenta. Llegó a la isla de El Hierro el 28 de julio y en estos momentos vive en un centro de acogida para niñas en la isla de Tenerife. Se muestra agradecida: "Tenemos comida y un techo donde dormir y estamos a salvo". Su única queja es por una educadora que las castiga hasta dos semanas sin móvil y todos estos días no puede comunicarse con su madre. "Es muy doloroso, sinceramente", concluye.

Kaddy: "En mi país no tenía paz"

"Un amigo un día me dijo ‘si no tienes miedo al mar, yo te ayudo a salir de aquí’", arranca así Kaddy su relato vital. Es más pequeña, tiene solo 15 años y viene de una diminuta localidad rural en Gambia. Huérfana de madre y padre, se crio con su abuela y su tío paterno ejerció de tutor. "Le dije a mi amigo que sí, porque allí no tenía paz", zanja. Quien tenía que protegerla la obligaba a trabajar y abusaba de ella sexualmente. No tenía dinero, pero de coche en coche consiguió cruzar a Senegal. Estuvo semanas deambulando por el país de los cayucos hasta que consiguió localizar el lugar de donde zarpaban a las islas Canarias. 

Kaddy se subió a una embarcación con 110 personas, de las cuales 15 eran mujeres. 20 personas murieron en el camino. "Morían y caían al mar", recuerda. Fueron días complicados, su sonrisa se desdibuja y su mirada se baña mirando al mar. Un pañuelo blanco y una camiseta verde destacan sobre su tersa piel de ébano. Muestra sus piernas y señala las cicatrices que dibujan la memoria de un pasado de palizas y abusos. Busca las palabras para explicar que no tenía otra alternativa que jugarse la vida en el océano. "No vivía en paz", insiste. Solo le queda su hermana pequeña, a la que le encantaría traer algún día.

En estos momentos estudia español y disfruta de los nuevos horizontes que brinda la isla del Teide. Quiere ser cocinera. "Si nos dan la oportunidad, nosotras también podemos volar", dice su amiga Khadija. 

Kaddy y Khadija son dos de las aproximadamente 400 niñas, entre los más de 5.700 menores extranjeros no acompañados, que permanecen en las Islas Canarias. "En el caso de las niñas, vemos en sus relatos que están directamente relacionados con el asilo y la protección internacional", explica Margarita de la Rasilla, referente en Infancia de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). En su totalidad, ellas comparten haber sido víctimas de graves violaciones de derechos humanos en sus países de origen y durante el periplo migratorio. Además, en el siguiente gráfico se demuestra la evolución, en 2016 llegó solo una menor por la ruta canaria frente a las 420 que llegaron el año pasado.

La gran mayoría han sido mutiladas   

Las niñas tienen causas comunes con los niños que huyen de las consecuencias de conflictos armados o por la búsqueda de recursos, pero "ellas son las más afectadas por el cambio climático. Todo lo que tiene que ver con desastres naturales, cambios en las rutinas de cultivos o el poco acceso al agua hace que ellas puedan migrar más", enumera las causas Lorena Cobas, técnica de cooperación y emergencias del Fondo de la ONU que trabaja para defender los derechos de la infancia (UNICEF). En un porcentaje amplio, al igual que Kaddy y Khadija, han sufrido la mutilación genital femenina y sus secuelas durante toda la vida, la violencia sexual en el país de origen y durante el viaje, violencia familiar, matrimonios forzosos o abortos. "Son relatos aterradores muy, muy, frecuentes entre las niñas que llegan a las islas", alega la especialista de ACNUR.

Desde UNICEF aseveran que esta "violencia en países en conflicto es mucho más sangrante". Además, se trata de contextos, como en el caso de Khadija, donde la violencia ni siquiera se condena socialmente, con lo cual, las más pequeñas no pueden denunciar. "Si denuncian se las condena socialmente y en muchos países pueden incluso verse enfrentadas a estar en conflicto con la ley por haber tenido una supuesta 'relación' fuera del matrimonio", arguye Lorena Cobas. No pueden rehacer su vida, son repudiadas y la comunidad las rechaza "entendiendo que son impuras". Entonces, "huyen sin recursos, pero huyen para estar seguras, huyen para que no las violen, para que nadie las agreda", asegura la portavoz de la agencia de la ONU. 

La infancia migrante no acompañada es mucho más vulnerable. No cuentan con una primera barrera de protección que podría ser la figura de un adulto. Durante la travesía se dan casos de trata y tráfico. "En el caso de los niños, el tráfico suele ser para una explotación laboral, en el caso de las niñas es más común la explotación sexual", denuncia Cobas. A veces, para conseguir recursos de supervivencia, se ven obligadas a hacer prácticas que no desean. Lo peor es cuando se dan embarazos no deseados que ponen en riesgo la propia vida, al no tener acceso a una atención adecuada, y se ven de pronto con esa gran responsabilidad que las convierte de niñas a madres. 

Las más pequeñas siguen siendo un porcentaje muy reducido en comparación con los niños que llegan a las islas. Sin embargo, los datos demuestran que la ruta atlántica se está feminizando y, por lo tanto, aumentará también el número de las adolescentes que lleguen. Se trata de perfiles altamente vulnerables que requieren de medidas urgentes de protección y tienen necesidades específicas durante la intervención. Las propias autoridades canarias reconocen que están sobrepasadas, "aunque creemos que a las niñas, al estar en centros más pequeños, se les brinda una atención más adecuada, lo cierto es que hay mucha necesidad de especialización entre los profesionales que trabajan con estos casos", exigen desde el Alto Comisionado.

No acceden a la protección internacional 

"El sistema no está en absoluto preparado para atender debidamente a estas niñas. Por un lado, por la saturación de los dispositivos de emergencia en los que viven los niños, niñas y adolescentes que llegan a Canarias", denuncia una fuente jurídica que conoce la situación desde dentro y que prefiere no revelar su identidad. La Fundación Raíces cuenta con una larga experiencia en acompañamiento hasta la vida adulta de los menores tutelados y extutelados que llegan a España. Desde esta organización denuncian que existe mucho desconocimiento en lo que a los derechos de la infancia se refiere. Por ejemplo, nadie les informa de que tienen derecho a solicitar protección internacional. "Hay falta de conocimiento de lo que dispone la Convención de los Derechos del Niño, el ordenamiento jurídico nacional e internacional… El ordenamiento jurídico es muy protector con los niños y las niñas, pero fallamos a la hora de aplicarlo", denuncia Lourdes Reyzábal, fundadora y presidenta de la Fundación Raíces.

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El sistema de protección es donde se pueden identificar las distintas vulnerabilidades que atraviesan estas menores. Otro gran escollo es la determinación de la edad. Reyzábal asegura que desde su organización han atendido a unos 150 niños y niñas que necesitan un apoyo individualizado para tramitar su documentación y demostrar que son menores. "Hasta que no se determine la edad no se constituyen las tutelas", añade. De hecho, identificaron a dos niñas de Guinea-Conakri que querían solicitar protección internacional, pero la Comunidad de Madrid se lo está negando. Las dos salieron huyendo de sus países por matrimonio forzoso y están indocumentadas, no tienen sus pasaportes ni sus DNI.

En el caso de una de ellas, "se presentó un señor a buscarla a la puerta del centro. El personal, aun sabiendo que quería solicitar protección internacional, la entregaron al señor sin preguntar quién era", denuncia la presidenta de la Fundación Raíces. No tomaron registro y la niña ha desaparecido. La otra acabó huyendo del centro y sospechan que está en Francia. "La mayoría o un porcentaje muy elevado ha llegado siendo víctima de esa red de trata. Si no la identificamos correctamente como menor de edad, si no las protegemos correctamente y les otorgamos la protección especial a la que tienen derecho, obviamente vuelven a la red de trata criminal de la que huyen o a caer como víctimas de trata por primera vez", denuncian desde Fundación Raíces, que recuerdan cómo han rescatado a varias niñas que estaban siendo explotadas sexualmente. 

Desaparición y exposición a las redes de trata

Desde ACNUR alertan de que una atención deficiente puede llevar a estas niñas a caer en las redes de trata. De hecho, han detectado un aumento en la desaparición de niñas, su vulnerabilidad las expone ante las redes de trata que se interesan "especialmente en estos perfiles vulnerables y les prometen llevarlas a la península y a Europa", advierte la referente para la infancia de la organización. Se necesita a profesionales especializados, dispuestos a escuchar estos relatos de vida marcados por la violencia y tener en cuenta lo difícil que es para estas menores rememorar todo lo sufrido. El mayor problema es la falta de detección.

"La salud mental de la infancia refugiada nos preocupa muchísimo y es una de las claras carencias que estamos viviendo en Canarias, no hay especialización, no hay un número necesario de profesionales y es muy urgente que toda esta intervención se haga con enfoque transcultural", apunta. Las expertas se detienen a incidir en la importancia de este punto para evitar que desarrollen enfermedades mentales graves en el futuro. Las dos jóvenes reconocen que nunca han hablado de sus traumas en profundidad. "No psicóloga, solo tenemos educadora", coinciden. 

Khadija ha comenzado una Formación Profesional en limpieza, aunque su sueño es estudiar enfermería. Mira al mar, no lo teme, lo ha convertido en un escudo, una frontera física frente a los abusos que sufría en la otra orilla. "Solo quiero tener papeles y ayudar a mi madre, rezo por poder volver algún día a ver a mi madre, aunque sea solo un mes o dos semanas", dice y vuelve la mirada al mar. "Todas estas niñas que vienen aquí se han librado de ser las adultas que también vienen", concluye Margarita de la Rasilla.

En ACNUR realizaron un estudio durante el primer semestre de 2024: entrevistaron a 576 menores extranjeros no acompañados entre los que había 76 niñas. Detectaron que ellas, a diferencia de los niños, tienen muy claro lo que quieren estudiar. "Los niños se muestran más dubitativos", señala la portavoz de la organización. Kadija y Kaddy tienen las expectativas muy altas. Tienen las cosas claras y responden sin titubeos a la pregunta: ¿qué quieres ser de mayor?

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