Faduma* mira a su alrededor perpleja, no entiende el interés que puede haber en que se cuente su historia. Se pone nerviosa. Busca explicaciones y la aprobación de los responsables del Centro para atender a la prensa. "No me importa contar mi historia porque así se conoce la realidad de las mujeres en Somalia", acaba escribiendo en el traductor de su teléfono, dispuesta a compartir su periplo. Su forma de colocarse el pañuelo es más oriental, su tono de piel es algo más claro que el de las demás y su idioma no tiene nada que ver con las mujeres que llegan de Malí, Senegal o Gambia, a través de la ruta canaria. Es la única mujer somalí.
Hace un gesto de que le duele la cabeza y lamenta no poder comunicarse. Llegó a Canarias hace poco, el pasado 12 de febrero. Necesita descansar un rato y posterga la entrevista para después del crepúsculo. Es una de las supervivientes que se alojan en un Centro de Acogida Temporal de Inmigrantes (CATI), especializado en mujeres, en Santa Cruz de Tenerife, gestionado por Cruz Roja. "Por las noches es cuando lo revivimos todo", la justifica otra compañera maliense. Varias asienten corroborando la dureza del viaje. Relatan que pasan muchas noches en vela, no consiguen dormir. Lidian con sentimientos encontrados, tras haber sobrevivido a uno de los trayectos migratorios más letales del mundo.
"Yo vengo de un pueblo muy pequeño de Somalia, de una zona rural, me tuve que marchar porque me querían obligar a hacer cosas que yo no quería", alega horas más tarde paseando por un parque de la ciudad. Es casi de noche, levanta la mirada a un cielo contaminado en busca de alguna estrella. Tiene 20 años y es madre de Muna, una niña que acaba de cumplir tres. "Estoy sola, a mi hija la he dejado en mi país", admite con cierta culpa. La intérprete, también somalí, al otro lado del teléfono, la consuela. Se toma su tiempo, sigue caminando hasta que decide sentarse en un banco. "Cuando era pequeña me hicieron la ablación, yo entendía que formaba parte de nuestra cultura, a todas las niñas nos mutilan, pero mi vida se volvió un infierno cuando mi tío materno decidió que me casara con un hombre de 42 años", hace una pausa. Fue la tercera esposa. Se ha marchado tras sufrir en su propia piel la violencia de un matrimonio forzoso, pero también por el contexto de inestabilidad y hambre.
“A todas las niñas nos mutilan, pero mi vida se volvió un infierno cuando mi tío materno decidió casarme con un hombre de 42 años“
Somalia es un Estado fallido que no conoce la paz. Un contexto que ha ido empeorando en los últimos años con la combinación de las consecuencias de la guerra en Ucrania, las recurrentes sequías a causa del cambio climático y la inseguridad alimentaria. Además, la población lleva más de tres décadas aquejando las consecuencias de un conflicto armado con el grupo terrorista Al Shabab como uno de los principales actores. El país de África oriental se enfrenta a los peores retos humanitarios del mundo. Según Oxfam Intermón, 2,6 millones de personas, de un total de 11 millones, se encuentran desplazadas y 5,4 millones necesitan ayuda humanitaria.
"Pasaba hambre, pero lo insoportable eran las palizas"
"En mi familia había días que teníamos para encender el fuego y otros que no teníamos con qué encender el fuego", recita para resumir la situación con este refrán somalí. Se detiene en relatar que su vida era complicada, conseguía algo de dinero lavando ropa a mano, lamenta carencias y muchos días no tenía nada que llevarse a la boca. "Pasaba hambre, pero lo insoportable eran las palizas", dice. Vivía con un marido que había normalizado el abuso y la violencia sexual, le pegaba todos los días hasta que consiguió marcharse. La primera fue una huida fallida, la encontraron en otra localidad. "En ese mismo momento mi marido me repudió y entonces mi tío quería casarme con un miliciano de Al Shabab", dice, mientras se lleva las manos al pañuelo. Se lo coloca, mientras responde que su tío tenía mucho poder ante la ausencia de su padre, las amenazaba constantemente si no cumplían con ser "buenas mujeres" y, por lo tanto, obedientes.
"Mi madre tenía a una amiga en Mogadiscio que, junto con sus hijas que viven fuera, me han ayudado a abandonar el país", dice. Respira y vuelve a apretarse las manos. Está agotada, aunque alegre al escuchar en la intérprete una voz familiar. "¡Qué importante es poder comunicarse!", interrumpe con un tono irónico, "aquí solo puedo explicarme con el Google Translate y el lenguaje universal de los gestos", lamenta.
Llegó a la casa de la amiga de su madre, pero su tío volvió a encontrarla. "Me dijo que lo mejor era irme de Somalia, yo no quería por mi hija, pero mi vida estaba en peligro. Me ayudó con el dinero y la organización del viaje", relata. Le hicieron toda la documentación y pudo coger un vuelo a Adís Abeba (Etiopía) y de ahí otro a Banjul (Gambia). En el pequeño país africano se fue hasta la frontera con Senegal en moto, de ahí cogió una barquita, continuó por tierra y volvió a meterse en el mar para cruzar la frontera de Mauritania. "Estuve dos semanas en Mauritania, la amiga de mi madre lo tenía todo controlado, ella me ha ayudado muchísimo porque sabe muy bien mi situación", dice.
Pasó dos semanas en Nouakchott (Mauritania) y otros 12 días en la ciudad de Nuadibú, hasta que pudo embarcarse en un cayuco para llegar a Europa. En el camino se encontró con otros somalíes. "La ruta que pasa por Libia es peligrosa y muchos prefieren cruzar África de este a oeste", dice. Recuerda que no todo el mundo coge aviones, que el suyo es un caso excepcional, muchas personas tardan meses y años en realizar esta travesía. Para embarcar en el cayuco tenían que caminar tres horas, la primera vez les pararon y les saquearon. La segunda vez lo consiguió: "Lo primero que pensé en alta mar es que era cuestión de vida o muerte, merecía la pena por tal de encontrar mi paz".
Vuelve a mirar el cielo añil, más oscuro que su camisa vaquera y las mariposas estampadas en su pañuelo blanco. Se levanta y da algún que otro paso. "La segunda vez que lo intenté sentí mucho miedo, pero una vez en la patera le recé al destino", dice con la mirada aliviada de quien ha sobrevivido. La cuarta noche de travesía les localizaron. "¡Tuvimos muchísima suerte!", asegura agradecida. "Ahora siento mucha tranquilidad". Pide volver a caminar, mientras argumenta que no tenía libertad y al menos aquí, dice, "disfruto de lo que significa vivir en paz". Quiere aprender español, estudiar, trabajar y traerse a su niña. No se perdonaría condenar a su hija a pasar por el mismo destino. "Me jugué la vida también por ella, para sacarla de allí", concluye.
Las rutas migratorias se han feminizado
"Las mujeres africanas están tomando las riendas de su propia vida para intentar salir adelante de una forma u otra. Antes era el hombre el que venía y reagrupaba a la familia", explica Nicole Ndongala, directora general de la asociación Karibu y miembro del Consejo Asesor de Casa África. Su vida está recogida en el libro Nicole Ndongala, de inmigrante a mediadora internacional. Llegó a España en 1998 huyendo de la guerra en su país natal República Democrática del Congo y desde 2018 se dedica a apoyar a las personas inmigrantes africanas en Madrid. Hace algo más de una década estaba mal visto en las sociedades autóctonas que una mujer emprendiese sola una ruta migratoria tan peligrosa. En el siguiente gráfico se observa como la ruta canaria se ha ido feminizando. Según datos del Ministerio del Interior, en 2016 llegaron por esta ruta 101 mujeres frente a las 2.851 en 2024.
Las principales causas para emigrar son los contextos de inestabilidad política y conflictos armados, pero también sequías e inundaciones provocadas por el cambio climático. Ndongala recuerda que en el continente negro hay muchas guerras que están siendo silenciadas: Sudán, República Democrática del Congo o Somalia. "Lo que está pasando ahora mismo en el Congo está obligando a muchas mujeres a desplazarse, primero llegan a países vecinos y pocas lograrán ir a otro continente", explica.
"Las mujeres son las que más sufren estas guerras, ellas son convertidas en arma de guerra", señala. Además, hay que sumar los motivos inherentes al hecho de nacer mujer en culturas "dañinas": la mutilación genital femenina, los matrimonios forzosos, la violencia sexual, el engorde antes de casarse u otras violencias más silenciadas y menos visibles. "No hay un guion único. Necesitamos una tercera cultura que lleve a la mujer a no ser tan sumisa", dice la directora de Karibu.
En un informe reciente de la Organización Mundial de la Salud se evidenciaba que la migración ocurre, principalmente, dentro del continente africano y no más allá de sus fronteras. Además, la ruta del Mediterráneo que pasa por Libia se ha convertido en la más violenta, ya que mujeres y hombres son esclavizados, según han denunciado reiteradamente organizaciones internacionales de derechos humanos. "Es una ruta peligrosa y en el desierto no hay corresponsal", matiza Ndongala. De esta forma se silencian las violaciones de derechos humanos que acarrea la travesía. Además, las mujeres están levantando su voz, asegura la directora de Karibu, para gritar: "Me voy porque aquí no se respetan mis derechos y si yo aquí no soy persona, tengo que buscar un sitio donde, supuestamente, me puedan considerar un ser humano".
"No hay un itinerario individual"
Se trata de mujeres cuyos cuerpos han sido sometidos a mucha violencia y no "hay un enfoque integral". En España se habla de interseccionalidad, pero no se aplica a las mujeres africanas, denuncian desde las organizaciones de mujeres migrantes. "No hay un itinerario individual" cuando pisan suelo español. "La consecuencia del relato único es la siguiente: priva a las personas de su dignidad. Nos dificulta reconocer nuestra común humanidad. Enfatiza en qué nos diferenciamos en lugar de en qué nos parecemos", zanja la escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie, en su libro El peligro de la historia única.
"Se recibe como hace más de dos décadas y las condiciones de vida son muy diferentes. Los perfiles que llegan son muy diversos", añade Ndongala. Existe un racismo institucional, lamentan, que agrava aún más la situación de vulnerabilidad. Habría que reconsiderar el acceso a una sanidad pública digna, no solo para embarazadas y menores, sino para todas las que llegan con un gran impacto físico y psicológico.
En cuanto a la adaptación, es muy importante tener en cuenta cuánto ha estado en el camino para poder llegar. El caso de Faduma es excepcional, muchas mujeres tardan años en llegar a nuestro país. Desde Karibu recuerdan todas las dificultades burocráticas y los retrasos en la concesión del estatus de refugiado, protección internacional o asilo.
"Mi madre sigue sin encontrar su lugar"
Gina Emmanuel Aka Niang tiene 31 años y es integrante de la junta directiva de la Asociación de Mujeres Africanas, es traductora y auxiliar de recursos múltiples. Siempre está ocupada. Es emprendedora y todas las noches trabaja en un centro de mujeres víctimas de trata en Las Palmas de Gran Canaria. No tiene apenas recuerdos de cómo su madre y su abuela intentaron salir de Senegal. Primero intentaron ir a Suiza para pedir el asilo, después lo intentaron en Italia y finalmente se lo concedieron en España.
Sus padres se divorciaron y la sociedad quería condenar a su madre a casarse con un hombre mucho más mayor, entonces su abuela se las ingenió para sacar a su hija. "Llegaron en avión y la ruta canaria aún no estaba activa, pero tantos años después mi abuela murió sin concluir su luto migratorio y mi madre aún sigue sin encontrar su lugar", añade. Los miedos y la incertidumbre al llegar es compartida por todas las que emigran.
Ella ve a diario el choque cultural. El impacto psicológico en las mujeres que emprenden la ruta, no tiene nada que ver con los hombres. El trauma lo reviven todas las noches, que es cuando más sobresale este dolor físico y mental. "Hay muchas que llegan embarazadas tras una violación sexual", relata. "Otras que se entregan a esta violencia para evitar la muerte", matiza. Ella coincide en la diversidad de los casos. Ella sí que cree que la acogida ha ido mejorando, que para su madre y su abuela fue mucho más difícil.
En África se suele decir, explica Aka Niang, que cuando una mujer abandona su hogar es porque hay una necesidad imperiosa de saciar el hambre y poca perspectiva de futuro para sus hijos. Sin embargo, cuando un hombre se marcha es para mejorar su estatus social. "Gritamos feminismo en Europa, pero lo que afecta a otra mujer no importa. Mientras no unimos las voces, no estaremos ejerciendo un feminismo real", concluye Ndongala. "Un beso no deseado de Jenny Hermoso consigue levantar al mundo entero, sin embargo, ese mismo mundo se calla ante la violación de una mujer africana", zanja.
*Nombre ficticio
Día de la Mujer 2025: otras noticias relacionadas
Día de la Mujer 2025: sigue en directo todas las manifestaciones del 8M
Centros de crisis en España: el refugio seguro para mujeres supervivientes de agresión sexual