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Guerra en Ucrania

Volver a Ucrania tras seis meses de guerra: "Muchos se han sentido culpables por estar a salvo"

  • RTVE.es habla con tres mujeres ucranianas que abandonaron el país hace seis meses y ahora han regresado

  • La reunificación familiar, la escolarización de sus hijos o las barreras del idioma son motivos suficientes para volver

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EBBABA HAMEIDA
11 min.

Si mi marido no se hubiese quedado en Járkov, es muy probable que me hubiese quedado en Alemania hasta el fin de la guerra”, afirma Zhenya, una mujer de 31 años. Su vida saltó por los aires el pasado 24 de febrero con el inicio de la invasión rusa a Ucrania. Zhenya, al no vislumbrar en el horizonte el fin de las hostilidades, ha decidido volver a su casa, ubicada en la segunda ciudad más grande de Ucrania y una de las más castigadas por la guerra. Un conflicto que este miércoles cumple seis meses.

“Los primeros diez días viví en un sótano hasta que logramos ser evacuados en tren con mi madre y mi suegra”, cuenta a RTVE.es. Primero hicieron parada en Leópolis y de ahí cruzaron la frontera con Polonia. A los pocos días se fueron a Alemania. “El primer día que llegué a Berlín sentí un gran dolor por mi gente y por mi marido que se quedó atrás. Un dolor que me ha acompañado durante toda mi estancia allí”, dice, como justificación de esta angustia que la ha llevado a regresar hace un mes a su ciudad natal, donde se quedó su marido.

Vuelve a Járkov, donde la guerra no ha parado en estos seis meses. Este mismo lunes las autoridades ucranianas denunciaron nuevos bombardeos nocturnos sobre la ciudad que han impactado sobre un edificio civil. Estos días, Zhenya, intenta acostumbrarse de nuevo a las noches sin dormir, a la ansiedad que provocan las sirenas antiaéreas, a las carreras hacia los sótanos y a distinguir el sonido de entrada y salida de las bombas. “Todas las noches tenemos miedo”, añade que cada mañana se levanta dando “las gracias” por seguir viva y se rompe la cabeza para llenar sus días con cosas que la distraigan. “Pienso en lo que me gustaría hacer en el futuro, como estudiar inglés y desarrollar un hobby”, concluye.

El principal motivo: la reunificación familiar

Zhenya, por ahora, no se arrepiente del día en el que emprendió el viaje de vuelta. Reconoce que lejos de casa tampoco estaba bien, “necesitaba estar con mi marido”, insiste. De hecho, son miles las personas que vuelven sin esperar a que la guerra termine. La Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios, citando al Servicio Estatal de Guardia de Fronteras ucraniano, afirmó el pasado mes de abril que 30.000 personas están cruzando de vuelta a Ucrania cada día. Ahora, organizaciones como la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), estima que la cifra podría ser superior y advierte que con estos retornos crece la preocupación por el deterioro de la seguridad alimentaria dentro del país.

ACNUR calcula que al menos seis millones de personas han salido del país en busca de protección en otros estados europeos. Además, según los últimos datos de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) hay otros 6,6 millones de desplazados internos, personas que han abandonado sus hogares y que ahora viven en otros puntos del país. Maria Jesús Vega Pascual, portavoz de ACNUR, explica que se trata de un movimiento de población espontáneo y pendular que cuenta con muchos puntos fronterizos y le favorece el hecho de que los ucranianos no necesitan visado entrar a países de la Unión Europea.

En Ucrania la ley marcial impide a los hombres ucranianos entre los 16 y los 60 años abandonar el país durante la guerra. “El hecho de que los hombres no puedan salir del país divide a las familias, cuando pasan muchos meses y conflicto se prolonga la unión de la familia es un aliciente para volver a un país en guerra”, explica Vega Pascual. “Muchos ucranianos entran y salen para ver cómo está su gente, algunos intentan incluso salvar la cosecha, pero muchas mujeres te dicen mira, queremos estar todos juntos”, concluye.

“Echaba de menos mi casa, necesitaba volver a mi hogar. Me fui a Italia, no con la intención de vivir allí, sino para estar un tiempo corto con el deseo de que la guerra parase”, asegura Iryna, madre de dos niños. Ella tiene 32 años y ha vuelto a Leópolis hace unos días. La suya es una de las ciudades más importantes al oeste de Ucrania, situada a unos 75 kilómetros de Polonia. Por su ubicación, esta ciudad se ha convertido en un punto clave para el paso de las personas refugiadas y desplazadas internas en estos seis meses de guerra. Los primeros meses de la invasión se había mantenido prácticamente intacta, pero a medida que fue avanzando la ofensiva, ha sido atacada por misiles rusos al menos en cuatro ocasiones. Pese a todo, para Iryna lo más fundamental era reencontrarse con su marido.

Me fui a Italia no con la intención de vivir allí, sino para estar un tiempo corto con el deseo de que la guerra parase

Tengo al padre de mis hijos aquí y quiero que les vea crecer. La familia debe estar junta”, asegura emocionada. La incertidumbre, asegura, persiste porque la amenaza no ha desaparecido. Su marido es ingeniero, trabaja en el diseño de gasolineras, pero pueden llamarle en cualquier momento para unirse al ejército.

Fue una salida forzosa: "Es peligroso volver a Zaporiyia"

“Muchas de estas mujeres se fueron con lo puesto para poner a salvo a sus hijos, no tuvieron tiempo para planificar su marcha. Fue una salida forzosa, dejaron a la mitad de sus corazones aquí y por eso ahora, muchas vuelven”, explica la psicóloga Inés Pustovalova, desde Kiev. Ella, durante estos seis meses, ha estado ofreciendo apoyo psicológico a los desplazados internos en el país. La guerra en Ucrania ha sido muy mediática, “los que se fueron veían el sufrimiento de los suyos en la televisión, nos hemos encontrado con que muchas personas se han sentido culpables por estar a salvo”, dice. Muchas de estas personas, argumenta, se han enfrentado al síndrome del superviviente en el momento que “se han puesto a salvo, pero sus mayores o maridos no”.

Entre otros motivos para volver están la incapacidad para reconstruir una vida, la barrera del idioma o la escolarización de los hijos, como el caso de Larisa, que ha vuelto a Zaporiyia. “En España vivía en un pueblo pequeño en la provincia de Lleida, cuando fui a matricular al niño no quedaban plazas en la escuela y tenía que ir a otro pueblo”, explica. Esta localidad, conocida por contar con la mayor central nuclear de Europa, está amenazada desde el primer día de la guerra. Las instalaciones de la planta fueron tomadas por las tropas rusas, pero en las últimas semanas sus alrededores han sufrido ataques de los que se acusan Moscú y Kiev recíprocamente. Seis meses después, el temor de que se desencadene un accidente nuclear en medio del conflicto se mantiene.

“Mi pareja es electricista y yo soy médica”, cuenta por videollamada Larisa. Su marido trabajaba en la central. “El 13 de marzo, cuando nuestra ciudad Energodar fue tomada por los rusos, los despertaron muy temprano y recuerdo que mi marido logró llegar a casa y me dijo de marcharme con el niño”, explica. “De la radiación no puedes esconderte en ningún lugar”, repite sus palabras. Les llevó a la frontera en el oeste del país y allí congeniaron con un grupo de voluntarios españoles que les ofrecieron dos plazas en el autobús. “Fueron tres días de viaje”, pero a primeros de agosto volvió.

De la radiación no puedes esconderte en ningún lugar

"Es peligroso volver a Zaporiyia, pero mi niño tiene que volver a la escuela", concluye. “Ir y venir es muy fácil. Es una barrera que otros colectivos de refugiados tienen y que aunque quieren volver, no pueden. No dependen de mafias para salir, no corres riesgos personales y no tienes problemas legales”, explica Mónica López, directora de Programas de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR). De hecho, en la organización han detectado casos de personas que no tienen intención de pedir la temporal. López pone el caso de un ingeniero que pudo salir con menores y al que han llamado para reconstruir el país.

CEAR calcula que ha acogido a 4.535 ucranianos desde el comienzo del conflicto en sus centros en todo el país. “Mujeres, niños, enfermos y unos pocos hombres, solo aquellos que iban con menores. En estos momentos en acogida quedan 1505, el resto han abandonado las instalaciones, no sabemos a dónde y no sabemos cuántos exactamente han retornado”, argumenta.

No es fácil empezar de cero en otro país

Larisa solo quiere volver a España con su marido y su hijo como turistas para conocer más la península. Ella llegó a mediados de marzo a Ribeira, en la provincia de La Coruña. Allí no contó con la ayuda de voluntarios para aprender el castellano y tampoco consiguió trabajo. Tiró de ahorros hasta que consiguió un contrato temporal en una fábrica de envasado de fruta en Lleida. Ella y su pequeño vivían en un piso compartido, entre el alquiler y el transporte se le iba todo el sueldo. Cuando se terminó el trabajo en la empresa, al no conseguir plaza en el colegio decidió volver a Ucrania. “En muchas ocasiones decimos que la inmigración puede repoblar las zonas despobladas, pero no es fácil, no tenemos en cuenta que tienen las mismas necesidades o más que nosotros”, explica López. “Si hubiese encontrado más facilidades para aprender el idioma y un trabajo más estable no habría vuelto a Zaporyia”, dice.

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Iryna destaca el aluvión de ayuda de los primeros días en Italia. “Nos traían comida. Nos dieron mucha ropa porque llegamos sin nada, nos dieron juguetes y pañales para los niños”, enumera. Los primeros días se sentía perdida y con la moral baja, “ya que mi marido se quedó en Ucrania y me dolían las noticias ”, cuenta. Insiste en que salió con lo puesto y con la clara convicción de volver. Hizo el procedimiento para pedir la protección internacional, pero lamenta que tardaron mucho y al no recibir una respuesta rápida decidió volver.

Zenhya habla con orgullo de Alemania. Se lo pusieron, dice, demasiado fácil. Lo tenía todo: “Alojamiento absolutamente gratis, tres comidas al día, todas las necesidades diarias cubiertas, lo único es que no vivías sola y tenías que compartir”, dice mientras hace una pausa. Clases de alemán e incluso el teléfono gratuito, sigue enumerando. “En Alemania tenía casa, paredes, pero no hogar. Para mí el hogar es donde naciste, donde están los recuerdos de la infancia y donde los sueños se hacen realidad”, concluye.

En Alemania tenía casa, paredes, pero no hogar. Para mi el hogar es donde naciste, donde estan los recuerdos de la infancia y donde los sueños se hacen realidad

La solidaridad tiene que ser sostenible

Iryna lleva pocos días, pero está convencida de que ha tomado la decisión correcta. En Leópolis la vida siempre se ha mantenido con cierta normalidad. Seis meses después, la guerra se concentra en el este del país, en localidades como Járkov, Izyum, Siversk, Bakhmut, Donetsk o Avdiivka. También se mantiene la ofensiva en el frente sur, donde los ucranianos han convertido a Mykolaiv en un símbolo de su resistencia sumado a los ataques del ejército de Kiev a infraestructuras militares y de transporte rusas en Crimea y Jersón. “No puedo decir que estamos a salvo aquí, porque un cohete también puede venir aquí, pero estamos tratando de volver a la normalidad”, asegura.

Larisa es médica y quiere trabajar en lo suyo. Recuerda que en Ucrania tiene su casa y sobre todo que su familia está reunida. No puede disimular el miedo. Zhenya coincide con su compatriota: “Mi vida está aquí y mi amado vive aquí”, asegura. Mientras, confiesa que inconscientemente se autoconvence de que la guerra “terminará mañana”. Quiere recordar además que “si todos abandonan este país, quién lo defenderá y trabajará por su futuro. Este es nuestro país, debemos ayudarlo, debemos reconstruirlo”, concluye emocionada.

Organizaciones como ACNUR o CEAR recuerdan que la solidaridad tiene que ser sostenible. Ahora el apoyo a Ucrania ha entrado en una nueva fase, “tenemos que mantener la atención a las personas refugiadas y ayudarles a hacer frente a este desgaste que afronta la población debido a la prolongación del conflicto.”, asegura Vega Pascual. Un desgaste que les empuja a algunos a volver a un país aún en guerra. Allí muuchos piensan: “Prefiero morirme con mi gente, que quedarme aquí aislado en un lugar que no es el mío”, resume López.

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