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Ucrania, en guerra (VII)

Médicos bajo la amenaza de las bombas en el hospital infantil de Odesa: "Tengo miedo, pero tengo que quedarme"

EBBABA HAMEIDA (Enviada especial a Odesa)
7 min.

Niños envueltos en mantas cogidos en brazos por sus madres o por el personal sanitario que se apresuran por el laberinto de los largos pasillos del hospital bajan las escaleras con cuidado para no caerse y, en medio de la oscuridad, llegan al refugio. Las sirenas antiaéreas dejan de sonar en el sótano, se acomodan entre bancos y se reparten entre camas improvisadas en el subterráneo. Mientras, las sirenas se escuchan en el hospital materno infantil de Odesa. Los más pequeños, ajenos a lo que les rodea, entienden la amenaza como un juego del escondite, aunque no son ajenos a la tensión que hay en el ambiente.

Kirill agarra fuerte su muñeco de Hulk mientras su madre le acomoda en su regazo para arroparlo más, como si no fuese suficiente el abrigo azul marino y el gorro con estampados de dinosaurios verdes y blancos que viste el pequeño.

Tania, neurocirujana del hospital infantil de Odesa BRUNO THEVENIN

Nada aparenta que estamos en un hospital excepto por las pequeñas muñecas vendadas para agarrar jeringas. Por los pasillos a oscuras del hospital desfilan tuberías y cables en paredes que han desaparecido. No importan las condiciones ni el frío, lo importante, nos dicen, es estar a salvo. En Odesa llevan 24 días de guerra viviendo bajo la amenaza de un ataque constante: nada pasa y todo puede pasar en cuanto suenan las alarmas. Nadie sabe cuándo ni cómo, pero el personal ha interiorizado el protocolo internacional para proteger el centro sanitario más grande la ciudad de Odesa.

Tania tiene 37 años y está sentada al lado de Kirill con un abrigo negro. No se mueve, abraza sus rodillas como si necesitara controlar el cuerpo en estos momentos de estrés. Es neurocirujana y en el búnker no puede trabajar. Solo observa a sus pacientes, sin asumir todavía lo que está viviendo, pero no puede evitar que su mirada se pierda ante el incierto futuro. “¿Nos atacarán en Odesa?”, se preguntan.

Han pasado tres semanas desde la invasión de Rusia a Ucrania y la Organización Mundial de la Salud ha verificado al menos 43 ataques contra infraestructuras sanitarias. “Un hospital como este ha sido ya bombardeado en otros lugares del país. ¿Por qué tenemos que pensar que aquí no va a pasar?”, se pregunta preocupada esta médico madre de dos hijos. “Tengo miedo, pero tengo que quedarme en Ucrania”, asegura. Ella ha sido testigo de la llegada de niños heridos de la zona sur del país en los últimos días.

Ni médicos ni enfermeros pueden abandonar Ucrania, excepto si son mujeres que tengan a cargo a menores de edad. “Al ser mujer puedo marcharme, pero prefiero quedarme aquí porque mi gente me necesita”, dice sin dudarlo. “No puedo dejar mi país, debo estar aquí y ayudar”, señala convencida. Reconoce que su profesión no contaba con reconocimiento en Ucrania, los sueldos son bajos y las condiciones, en comparación con otros países de Europa, son peores, pero ahora cree que “con la guerra se han dado cuenta de que somos imprescindibles porque lo más importante es la vida”. Habla pausada en este lugar sórdido y se muestra preocupada por la situación sanitaria del país.

No puedo dejar mi país, debo estar aquí y ayudar

Tres personas, entre ellas un niño, murieron en el bombardeo del hospital infantil en Mariúpol. Desde entonces, Tania tiene miedo. Todo esto ocurre "mientras nos preparamos, porque Odesa es uno de los objetivos de Rusia", interrumpe Igor Yushehak, también médico de 42 años. Los ataques verificados, según la OMS, han costado la vida a 12 personas y 34 han resultado heridas. “El personal sanitario también es objeto de ataques”, añade este médico mientras espera en el búnker para volver a su trabajo. “Arriba solo se quedan los niños que están en la Unidad de Cuidados Intensivos o en el quirófano”, específica.

Según las organizaciones internacionales, los ataques a las instalaciones sanitarias minan la poca capacidad que queda para tratar a los casos urgentes y esto obliga a muchas personas a huir. No les queda alternativa si el sistema sanitario se quiebra por completo. "Con fuego de mortero, tiroteos y bombardeos aéreos en Mariúpol, el acceso a la atención médica se ha vuelto cada vez más difícil, especialmente para las mujeres embarazadas y los ancianos que tienen limitados sus movimientos”, asegura Kate White, responsable de emergencias de Médicos Sin Fronteras.

La ONG se muestra preocupada por las consecuencias de estas tres semanas de asedio en condiciones agónicas que aumentan la desesperación de los civiles. “Privar a la gente de la tan necesaria asistencia sanitaria es una violación de las leyes de la guerra", argumenta White. Es “imperativo”, exigen, que la población civil y las infraestructuras civiles no sufran ataques, y que se garantice el derecho de las personas a recibir asistencia médica y a su seguridad".

La OMS ha identificado 900 instalaciones sanitarias que están en zonas de muy alto riesgo en el contexto de la guerra que se desarrolla en este país. Hace unos días, Tania tuvo que operar a un niño que cayó herido tras un ataque a Mikolaiv. “Le curamos y luego volvió, su familia no quiere salir del país”, asegura.

Mientras tanto, en el refugio vemos a decenas de madres esperando y cruzando los dedos para que no pase nada. Todas intentan protegerse del gélido frío con abrigos.

Entre ellas aparece el padre de Yuliana, una niña que se rompió el brazo hace unos días. Desde que ha sido ingresada, bajan al búnker "dos y tres veces", relata. Ellos tampoco van a abandonar, por ahora, Odesa.

El problema es que cuando los centros sanitarios se convierten en objetivo la gente deja de venir”, dice Tania. Por este motivo, las ONG denuncian que estos centros se hayan convertido en parte de la estrategia y las tácticas de guerra. "Es totalmente inaceptable, es contrario al derecho humanitario internacional", dijo en una rueda de prensa Michael Ryan, el jefe de emergencias de la OMS. Además, en este contexto los bombardeos complican el envío de ayuda humanitaria a estos centros.

Nikita y Vika acuden al refugio del Hospital Infantil con su hija BRUNO THEVENIN

La vida de los sanitarios ha dado un vuelco, al igual que la de todos los ucranianos. Nos recuerdan que vuelven a estar expuestos y que aún no se han recuperado de la crisis sanitaria provocada por la pandemia. Hace unos días, el centro operó a un niño de diez años que fue herido en un bombardeo en Mykolaiv, a unos 135 kilómetros de Odesa, y los doctores de allí estaban sobrepasados. “Su padre le trajo aquí y le operamos”, asegura. “Sueño con no enfrentarme a más casos así”, dice con esperanza.

Tania considera que si la guerra se prolonga, la situación sanitaria será desastrosa. “Harán falta medicamentos y no puede ser que no estemos nosotros tampoco”, lamenta. “Nuestra profesión es la que salva vidas y ahora en Ucrania la vida peligra”, dice, mientras le brillan los ojos. Sus compañeras asienten con la cabeza como si las representara a todas. Se produce un silencio, un suspiro. Entonces, las sirenas antiaéreas dejan de sonar y esbozan sonrisas.

Katia y su hijo Vania se resguardan en el refugio antiaéreo del hospital infantil de Odesa

Poco a poco vuelven a reanudar la vida en el hospital. Tania vuelve a colocarse la bata. Suben a los niños de nuevo y los ponen en sus camas. Pero la imagen de un ataque inminente no desaparece con el sonido de las sirenas. Los sacos de arena colocados ante los ventanales para proteger la infraestructura sirven de advertencia. Mientras, en el fondo, se escucha, de vez en cuando, el sonido de los bombardeos aún lejano.

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