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Éxodo en Ucrania (VII)

La huida a Hungría de los estudiantes extranjeros en Ucrania: "Puedo volver a mi país, pero mis amigos están en el frente"

EBBABA HAMEIDA (Enviada especial a Budapest)
9 min.

Ucrania ha sido hasta ahora destino del sueño académico de muchos jóvenes extranjeros. Las universidades eran económicamente más asequibles y conseguir el permiso de residencia para estudiar y trabajar era más accesible en comparación con otros países de la región. Todos estos sueños se han diluido con el estallido de la invasión rusa de Ucrania. Entre las personas que huyen se encuentran miles de estudiantes procedentes de todos los países del mundo, de Ecuador a Sudán, pasando por Nigeria, la India o Vietnam.

Daniel, Lis, Camila y Jesús son ecuatorianos y encuentran cobijo en una parroquia situada en la majestuosa ciudad de Budapest. Llevaban varios días de viaje desde su huida de los bombardeos en Zaporiyia. "Me quedaban tres meses para terminar Medicina", dice con cierta frustración Camila mientras se acomodan en sus colchones en el suelo y abraza a su perrita como si fuese un peluche. "Hemos llegado hace tres días y estamos bien, pero no sabemos qué vamos a hacer con nuestras vidas. Estamos contactando con las autoridades de nuestro país para ver si podemos ir en el siguiente vuelo humanitario", asegura.

Un grupo de estudiantes ecuatorianos que vivían en Ucrania se refugian estos días en una parroquia en Budapest Ebbaba Hameida

Los cuatro se preparan para pasar la noche en una habitación donde hay varios crucifijos colgados en las paredes, un aula para impartir catequesis ahora convertida en dormitorio temporal para las personas que llegan a Hungría huyendo de la guerra en Ucrania. Se sientan en círculo para relatar su periplo. Un relato que les entristece por quienes dejan atrás, que les emociona por haberse salvado de los bombardeos y que les sumerge en la incertidumbre de un futuro incierto. "Yo puedo volver a mi país, pero mis amigos se han ido al frente", dice Daniel.

Los cuatro vivían en Zaporiyia, la ciudad próxima a la central nuclear de Energodar donde este viernes un ataque de las fuerzas rusas despertó el recuerdo de la devastación nuclear. "Lo vimos en las noticias cuando ya habíamos llegado aquí y nos dolió por toda la gente que conocemos", dice Lis. Daniel y Jesús terminaron sus estudios de Medicina y estaban con la especialidad en Cirugía. Los dos vivieron el conflicto de 2014 en la zona del Donbás y no esperaban que la escalada de tensión derivara en una guerra de esta magnitud. “Creía que ahora iba a ser igual”, confiesa.

Los días previos a la invasión creían que todo quedaría en simples amenazas. "Yo estaba estudiando cuando sonó por primera vez la sirena de emergencia", cuenta Lis. Se reunieron los cuatro en una misma casa y de ahí decidieron salir juntos. Les costó mucho tomar la decisión de salir aferrándose a la esperanza de que el conflicto no escalaría. "Llevamos muchos años estudiando sin volver a casa y ahora todo se multiplica por cero", coinciden. La decisión no fue fácil: se resistieron a abandonar sus sueños durante varios días con la esperanza puesta en que parase el conflicto.

Los tanques, último recuerdo de Ucrania

En sus años de universitarios habían aprendido ruso, el idioma de las clases. "Nosotros estábamos en la zona este del país y allí mucha gente habla ruso y hay mucha conexión con Rusia", describe Daniel, que todavía no se cree lo que ha pasado. "Llevaba seis años sin ver a mi madre, sacrificándome y haciendo mi vida en Ucrania, y ahora todo se ha ido al garete", explican. De hecho, el último recuerdo que tienen de la ciudad son tanques rusos desfilando por las calles.

Pero la guerra les ha llevado a refugiarse en la parroquia con sus mascotas. Hace frío, pero están acomodados y atendidos por voluntarios. Para dormir, colchones en el suelo y mantas. Solo hay una ducha, pero los vecinos les ofrecen sus casas para asearse. Ahora se pasan el día hablando con sus amigos ucranianos mientras buscan una forma para volver a Ecuador. No consiguen centrarse en lo que pasará a partir de ahora, puesto que siguen anclados a lo que está pasando estos días.

"Cuando comenzaron a sonar las sirenas repetidamente y empezamos a escuchar cada vez más bombardeos decidimos salir del país", aseguran. "Cogimos una mochila sobre todo para llevar ropa de abrigo y fuimos a la estación", explican entre todos.

Llegaron a la estación de trenes a las cinco de la mañana y hasta las diez de la noche no consiguieron subir en un tren. Su intención era cruzar la frontera polaca, pero cuando en Leópolis se encontraron con las aglomeraciones de personas en su misma situación. Consiguieron pasajes para un tren un tren con destino Chop que hace frontera con Hungría.

Una vez en el punto froterizo, esperaron durante horas para poder cruzar al otro lado. “Estuvimos horas y horas. Toda una noche con mucho frío, lo pasamos muy mal”. Después cogieron otro tren a Budapest y lograron llegar a esta parroquia. Aseguran que muchos de sus compañeros de clase y amigos “se unieron al ejército por amor a su patria”. Temen por sus amigos y también por sus amigas.

“Muchas jóvenes también decidieron quedarse y ayudar a los militares”, asegura Lis. Les interrumpe una llamada de la cancillería de Ecuador. Sale Daniel con el teléfono y vuelve con una buena noticia. "Creo que nos pondrán otro vuelo y a ver si podemos llevar nuestras mascotas", explica a sus compañeros.

Budapest se convierte en otro punto de entrada y salida en Europa

Las calles de Budapest se apagan con la entrada del frío. No hay apenas gente en la calle, pero estos días la majestuosa estación de Nyugati en la capital se ha convertido en otro punto de entrada y salida en Europa para los refugiados que huyen de la guerra en Ucrania. Dentro, las miradas que asoman entre gorros y bufandas apaciguan el frío que esconden los largos andenes. Al fondo, un cartel que ofrece transporte gratis llama la atención: es la muestra del éxodo ucraniano de la última semana.

Hungría tiene cinco pasos fronterizos con Ucrania y es la segunda frontera más transitada después de la de Polonia. Según la Agencia de Naciones Unidas para el Refugiado, hasta ahora más de 144.000 personas han llegado a este país. Las organizaciones locales explican que muchos de los refugiados son ucranianos de origen húngaro y extranjeros que vivían en Ucrania.

Voluntarios de cruz roja reparten comida y ropa de abrigo a la personas que llegan a a estación de Nyugati Ebbaba Hameida

Un centenar de voluntarios son los primeros en acoger a las personas que llegan cada hora en los trenes que vienen desde la parte occidental del país. Después de un trayecto que puede durar días, lo primero que hace el centenar de voluntarios allí es atenderlos. “Un café caliente, luego tomamos sus datos y vemos cómo podemos ayudarles”, explica una voluntaria.

La mirada perdida de James Amagu, un joven nigeriano de 34 años, destaca entre la muchedumbre. Entra y sale nervioso. "No sé qué hacer", dice angustiado. Amagu estudiaba Ingeniería Industrial y trabajaba en un teatro de Kiev dese hace cuatro años. Pero la guerra ha acabado con sus sueños. "Después de darle muchas vueltas, allí encontré una oportunidad. Estudiar es más barato y yo trabajaba y estudiaba. Después de tanta devastación solo quiero volver a casa”, asegura mientras se frota las manos para entrar en calor. Lleva dos días durmiendo en la estación. No sabe a dónde ir y por ahora solo quiere descansar. “Cansado no puedo tomar decisiones”, reconoce.

James Amagu, estudiante de Nigeria que estaba en Kiev Ebbaba Hameida

"Todo el mundo quiere ayudar"

Entre ruidosos y fríos vagones aparece un grupo de jóvenes con un papel que dice "India". Están esperando a sus paisanos, que llegan de Ucrania. "Había muchos estudiantes de la India allí y están cruzando por Hungría", cuenta Abhilash, un joven indio que estudia en Budapest. Tanto él como sus compañeros se ofrecieron como voluntarios a la embajada de la India para ayudar en el proceso de acogida. "De aquí les llevamos en nuestros coches a albergues y luego les ayudamos en el proceso de repatriación. Algunos quieren volver a su casa, pero otros prefieren ir a otros puntos de Europa”.

Llama la atención también una bandera de Vietnam. “Nosotros venimos a buscar a estudiantes de Vietnam que fueron a Polonia y no pudieron cruzar y lo consiguieron en Hungría”, asegura Thuy A, una joven de 18 años. Lleva días volcada en la acogida de personas de su país. “Nos necesitan, son estudiantes como yo”, dice.

El ambiente de solidaridad desborda la estación y se traslada a albergues y parroquias. "Todo el mundo quiere ayudar", asegura Karla, una vecina que ve cómo la situación se ha vuelto excepcional.

Un grupo de estudiantes voluntarios de La India en Budapest esperan a sus compatriotas en la estación de tren Ebbaba Hameida

Fuera de la estación, una carpa alberga ropa, comida en lata y muchas mantas para los refugiados. "Ahora lo estamos haciendo bien, pero contamos con el apoyo del Gobierno", cuenta Vikroria, una estudiante de Derecho húngara. Recuerda que su país ha cambiado la legislación para permitir la entrada de refugiados y otorgar el estatus de asilo temporal a todos aquellos que "huyen de su patria por conflictos armados, por guerra civil o por conflictos étnicos".

Reconoce que en 2015 y 2016 las puertas de su país estaban cerradas a refugiados de las guerras de Siria, Irak o Afganistán. De hecho, el primer ministro, el ultraderechista Viktor Orbán, construyó una valla en el sur para contener el flujo migratorio y se refería a las personas migrantes como “un ejército invasor”. Antes de la guerra, el gobierno húngaro fue criticado por su acercamiento a Vladímir Putin, pero desde el estallido del conflicto se ha mostrado más distante con el dirigente ruso.

Pero la solidaridad de una sociedad volcada con la acogida de personas en casas o espacios públicos choca con la política antimigratoria de Hungría.

Antes de salir de la estación vemos a una joven escondida bajo su capucha en un banco. Se llama Hakima, es marroquí y tiene 23 años. “Vivía en Járkov con mis amigas, estudiaba Ingeniería Industrial y llevaba cinco años en Ucrania”, cuenta.

Un día vio que la casa se movía por los bombardeos y decidió salir corriendo. "No sé qué hacer, si volver y renunciar a mis estudios o esperar", lamenta. Hakima no tiene ningún papel de la universidad que pueda acreditar lo que ha estudiado hasta ahora. No quiere volver a Marruecos, pero no conoce a nadie en Hungría. "Vine hasta aquí porque el tren es gratuito, pero ahora a ver qué hago. ¿Qué me recomendáis?", pregunta.

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