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Carta de una ucraniana

Kiev, la ciudad de la resiliencia y el coraje

KHRYSTYNA KINSON*
6 min.

Ucrania es un país que tiene un gran espacio en mi corazón. Kiev ha sido mi hogar, el de mi madre, el de mi abuela y el de mis hermanos. Y resulta desgarrador e incomprensible ver cómo la ciudad en la que nací y en la que vive mi familia está siendo atacada por Rusia bajo el pretexto de una necesidad de proteger a la población.

Mientras escribo esto en plena madrugada, el ejército ruso sigue bombardeando la capital y otras ciudades de todo el país, y no puedo dejar de pensar en cómo estarán pasando la noche mis familiares, amigos y conocidos.

Mi abuela Zinaida M., de 84 años, sigue encerrada en su casa de Kiev desde el primer día. Hace tan solo unas horas me explicaba por teléfono que, cuando suenan las sirenas de alarma por ataque aéreo, se esconde junto a mi hermana mayor en el baño durante varias horas porque tiene dificultades para bajar y subir las escaleras que llevan al único sótano que hay en su edificio, donde no tienen dónde sentarse ni un hueco para poder dormir.

“Esto está siendo una pesadilla, es muy difícil conciliar el sueño así. Escuchamos explosiones a todas horas y nos preguntamos si están cerca. Procuramos mantener las luces apagadas porque así nos lo han recomendado. Pero tengo la esperanza de que lo soportaremos”, me decía mi abuela. Me imagino la escena y la tristeza que me produce oír sus palabras es indescriptible.

Desde España, me mantengo constantemente en contacto con ella, viviendo desde la distancia con el miedo y la angustia de que en la próxima llamada tengan malas noticias o de que no respondan al teléfono. Como ella, son muchos los ucranianos que no han podido salir de la ciudad y se han atrincherado en sus casas, en sótanos y refugios subterráneos o en el metro. En estos momentos, ni siquiera pueden salir a comprar alimentos debido al toque de queda.

Siento impotencia por no poder ayudar a mi babushka pero, al mismo tiempo, admiro su entereza y su valentía, la misma que veo en todos los ucranianos que resisten hoy con dignidad en Kiev los ataques de las tropas rusas. Ellos son las verdaderas víctimas de esta guerra, una ofensiva injustificada y deliberada contra personas inocentes que supone la negación de todo vestigio de humanidad y de civilización.

El factor humano

Ante el aluvión de noticias e información sobre el conflicto, es importante reflexionar sobre el factor humano y no olvidar que no se trata solo de una guerra entre dos países con intereses distintos. Se trata de familias que quieren paz, seguridad y un país en el que sus hijos puedan decidir su propio futuro. Personas que tenían una historia y un proyecto de vida que, de repente, les han arrebatado.

Es importante conocer la forma en la que los ucranianos ven su mundo y cómo era su vida antes de la invasión. El discurso propagandístico del Kremlin califica a Kiev de fascista y neonazi, y sostiene que la población rusoparlante está sufriendo abusos por parte del Gobierno. Un argumento que contrasta con la experiencia de mis parientes y los testimonios de las personas con las que he hablado. La capital es un reflejo de una Ucrania en la que, a diferencia de Rusia, hay libertad de expresión y los ciudadanos pueden elegir a su gobierno democráticamente, sin tener miedo a decir lo que piensan.

“No necesitamos que nos salven ni vengan a darnos lecciones de libertad, este es nuestro hogar y queremos que nos dejen tranquilos. Yo no siento esa amenaza y no quiero vivir en un territorio ocupado ni controlado por Rusia, como lo han tenido que hacer los habitantes del este de Ucrania en los últimos años”, me comentaba anoche Mariya S., ucraniana y rusoparlante que se encuentra escondida en un pueblo a las afueras de Kiev con su hija de ocho años.

La verdadera cara de Kiev

Mis padres me trajeron de Ucrania a España cuando tenía dos años. Pero Kiev es una ciudad que conozco bien desde pequeña, en la que pasé casi cada verano de mi infancia, y a la que, ya en edad adulta, decidí volver durante varios años, trabajando como periodista.

Siendo una ucraniana mestiza y de familia rusoparlante, nunca he percibido ningún comportamiento racista ni fascista. De los ucranianos puedo destacar su humildad, su resiliencia y un marcado sentido de la lealtad y la responsabilidad hacia los suyos. Han demostrado mucha fortaleza a pesar del pasado turbulento que tiene el país, que ha pasado por hambrunas como el Holodomor hasta conflictos como la invasión nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Si bien poseen una historia común con Rusia, se puede observar que las nuevas generaciones quieren luchar por un país diferente.

“Los rusos pueden tener sus propias reglas y su visión del mundo y nosotros lo respetaremos. Sin embargo, nadie les ha preguntado cómo debemos vivir hoy en nuestro país, ni tampoco es necesario que nos recuerden nuestra historia. No somos naciones eslavas hermanas mientras sigan creyendo que está bien venir a nuestra patria y apoderarse de una parte de nuestro territorio“, me explica Lina L., originaria de Krivói Rog, en la provincia ucraniana de Dnipropetrovsk.

Kiev es una ciudad moderna, innovadora y con un estilo de vida europeo, que ha experimentado un gran desarrollo en los últimos años. Hasta hace pocos días estaba llena de vida, de gente joven, culta y muy preparada que habla ucraniano, ruso e inglés.

La ciudad hace honor a su historia y conserva importantes museos y reliquias arquitectónicas de la época soviética, así como espacios culturales y artísticos en los que se pueden encontrar numerosas muestras de la cultura rusa.

Por otro lado, muchos estudiantes y trabajadores extranjeros han emigrado a Kiev en los últimos años atraídos por su alto nivel educativo y las facilidades de acceso a oportunidades laborales en las startups del sector tecnológico (IT) que han abierto sedes allí (fundamentalmente negocios de Norteamérica y Europa).

Un escenario de batalla

La invasión iniciada por Rusia ha convertido la capital en el escenario de batalla del mayor conflicto europeo del siglo XXI. Miles de personas se han visto obligadas a abandonar la ciudad y también el país, huyendo hacia zonas limítrofes con países de la Unión Europea.

Cuando empezaron los ataques el 24 de febrero, mi hermano Ricardo, de 22 años y residente en Kiev, se encontraba también en Ucrania, aunque se había desplazado hacia el oeste del país. Ante el recrudecimiento de la situación, decidió irse cruzando a pie la frontera con Rumanía, sin maletas y sin saber qué le esperaba del otro lado.

Como tantos, él también dejó su vida atrás -una vida que había escogido hacer en Ucrania- viendo cómo sus planes y sus sueños se veían truncados como consecuencia del deseo de expansión del régimen autócrata que gobierna el país vecino.

*Este texto ha sido escrito por una ciudadana ucraniana residente en España que ha querido compartir sus sentimientos sobre la guerra en Ucrania.

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