En el elegante vestíbulo decimonónico de la estación de Przemysl, muy cerca de la frontera entre Polonia y Ucrania, no cabe un alma. Desde el pasado jueves, cuando comenzó la invasión rusa, se ha convertido en la zona cero de la crisis de refugiados. Aquí llegan cada día decenas de trenes con miles de personas, los pocos que han conseguido subir a bordo en unos vagones atestados, la principal vía de escape de la guerra.
"Desde Leópolis hasta aquí tardamos 30 horas y tuve que ir de pie todo el rato. Era como el metro a hora punta pero durante 30 horas", cuenta a RTVE.es Alina, una treintañera ucraniana que ahora espera agotada a otro tren para ir a Varsovia. Leópolis, la última gran ciudad ucraniana antes de llegar a Polonia, está a menos de 100 kilómetros de la frontera y un tren en condiciones normales tardaría menos de tres horas. Pero este punto de Europa ha dejado atrás la normalidad.
“Tardamos 30 horas y tuve que ir de pie todo el rato. Era como el metro a hora punta pero durante 30 horas“
Cada tren puede llegar a llevar hasta 2.000 personas, sobre todo mujeres y niños -por comparar, en un AVE hay cerca de 400 plazas-. Los asientos están reservados para los más pequeños y los ancianos, por lo que el resto, como Alina, tiene que ir de pie. Asegura que lleva cinco días sin dormir, justo desde que empezó el conflicto. "Pensaba que era imposible no dormir durante tanto tiempo, pero aquí estoy", bromea.
Está sentada en uno de los pasillos de la estación, donde cientos de personas buscan un hueco para descansar después de jornadas interminables. Hay una pequeña estancia solo para mujeres y niños, que duermen entre esterillas y sacos donados por los polacos, mientras que la mayoría se agolpan frente a los voluntarios que explican dónde deben ir y qué hacer.
Los billetes son completamente gratuitos y la compañía ferroviaria estatal ha enviado a esta estación decenas de convoyes para hacer frente a la llegada masiva de refugiados. Los trenes que llegan a Przemsyl vuelven después a Ucrania con ayuda humanitaria, jóvenes que marchan al frente y a refugiados que vuelven a buscar a los familiares que han quedado atrás.
"Kiev se ha convertido en un infierno"
"No quería dejar Kiev, planeaba quedarme hasta que ganáramos la guerra porque tenía un refugio en mi edificio. Pero el sábado la ciudad se convirtió en un infierno. Desde por la mañana había bombas cada cinco minutos, y vi cohetes por encima de mi casa. Cogí todo lo que pude en dos minutos y me subí al primer tren que vi. No sabía ni dónde iba, solo quería ir a Europa occidental", sigue Alina. "Es terrorífico. Huimos porque nuestras pesadillas se han hecho realidad.
“Cogí todo lo que pude en dos minutos y me subí al primer tren que vi. “
Unos días antes de la invasión hablaba con sus amigos y "nadie se tomaba en serio las amenazas rusas. Nadie podía imaginar que muriera gente en sus edificios, en las calles". Para escapar del horror, muchos, como Diana, una estudiante nigeriana, han cogido hasta cuatro trenes para llegar desde la capital ucraniana a Polonia. El servicio ferroviario sigue funcionando pese al caos que se ha instalado en el país y al menos permite a quienes pueden llegar en tren no caminar decenas de kilómetros hasta la frontera, como ha ocurrido a muchos otros refugiados.
Diana es una de los muchos estudiantes y trabajadores extranjeros que se encontraban en Ucrania. A diferencia de los ciudadanos ucranianos, a los que la Unión Europea ha abierto la puerta sin condiciones, otros como ella no pueden permanecer aquí con su pasaporte, por lo que busca una manera de volver rápidamente a su país.
Material de sobra y escasez de voluntarios
Para ayudar a los extranjeros, los voluntarios "han cambiado las reglas", dice con complicidad Oskar, un joven polaco que ayuda a los refugiados de otros países. Para que no tengan problemas a la hora de moverse por Polonia, les piden que no enseñen su pasaporte, sino solo su documento de identidad ucraniano.
Están entregados, aunque no es suficiente para ayudar a todos. "Hay cada vez más gente y nosotros somos menos", dice Ola, que ha dejado su trabajo temporalmente para hacer de intérprete con los refugiados. Oskar se había comprado unos billetes para ir a Roma el pasado fin de semana pero ha preferido quedarse aquí. "Creo que es lo que hay que hacer", asegura, convencido.
Por toda la estación hay sacos de dormir, ropa para niños y juguetes. Hay tantas donaciones que el alcalde de Przemysl ha pedido a los vecinos que no traigan nada más. "Tenemos absolutamente de todo y en grandes cantidades. La ayuda ha sido tan grande que nuestros almacenes están llenos", ha escrito en Facebook. El restaurante de la estación se ha reconvertido también en una cocina popular de la que salen continuamente calderos con sopa caliente para combatir el frío.
Esperas de hasta 16 horas
Cada vez que llega un tren las autoridades fronterizas polacas tienen que controlar los documentos de los refugiados. Esto, sumado al complicado tránsito desde un país en guerra, provoca que los retrasos sean "increíblemente largos", de hasta 16 horas, cuenta Ola.
El domingo se llegaron a acumular diez trenes poco después de la frontera, esperando a que se liberara el espacio de la estación. Mientras, a los que esperan para ir a otras ciudades de Polonia y al resto de Europa no les queda más que esperar. Como el interior está atestado, muchos lo hacen en el andén, a pesar de que la temperatura ronda los cero grados.
El cansancio y la desesperación se mezclan con la confusión en la ajetreada estación, pero también por el alivio de haber salido de Ucrania. Cuando le preguntamos a Diana cómo se encuentra, duda unos segundos antes de responder. Al final, consigue resumir el torbellino de emociones así: "Tratando de estar bien".
Los refugiados no dejan de mirar el horario de los trenes, que es más bien orientativo. "Solo quedan cuatro horas para el mío", dice Alina, con ironía. Se va feliz de haber dejado atrás la guerra, pero con la eterna preocupación por sus padres y su abuela. "Ahora se han quedado en una ciudad bastante segura, pero quién sabe qué pasará en los próximos días".