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Guía LGTBI del Hollywood clásico: algunos destellos 'queer' del sistema de las estrellas

  • Repasamos la historia de la diversidad sexual y de género en el cine de Hollywood

  • Greta Garbo, Rock Hudson o George Cukor, entre las decenas de artistas obligados a permanecer en el armario

NOAH BENALAL
8 min.

Existen decenas de anécdotas, pruebas y sospechas de que algunas de las más grandes estrellas del sistema de estudios fueron bisexuales, gays y lesbianas, que ocuparon diversos puestos en el seno de la industria: delante de las cámaras, Marlene Dietrich, Greta Garbo, Rock Hudson o Montgomery Clift; detrás, directores como George Cukor, Vincente Minelli o Dorothy Arzner. Ellos son los secretos a voces, aunque sobre otros galanes, como Cary Grant o Clark Gable, nunca ha dejado de especularse, y sólo podemos imaginar que entre bambalinas habría más sujetos con distintas experiencias alrededor de la sexualidad o del género.

Pero hacer una genealogía del cine queer en el Hollywood clásico no es tarea sencilla. Las identidades evolucionan en el tiempo y se definen conforme hallan espacios en los que vivirse y expresarse. A día de hoy, y pese a los retos sociales a los que aún se enfrentan las personas LGTBIQ+, existen unas siglas y una comunidad que puede representarse, cuyas experiencias comunes o individuales pueden encontrar su reflejo en la pantalla.

Greta Garbo besa en 'La reina Cristina de Suecia' a una mujer de su servicio (1933) cropper

Antes de que existiese esta categoría, una lucha social reconvertida en temática fílmica, los que podemos nombrar no son ejemplos de diversidad, sino de disidencia. En lugar de representación, lo que encontramos en la época dorada son algunas narrativas que resisten a la norma heterosexual, la estricta moral cristiana y la mentalidad puritana de la sociedad norteamericana.

Ambigüedad y vida privada de las estrellas

La vida privada de los artistas solía ser desinhibida y liberal. El cinematógrafo comenzó como una atracción; Hollywood, ese sistema pulcro y medido para obtener el máximo beneficio, se construyó sobre los cimientos del teatro de variedades y con talentos fugados del norte de Europa. Durante la Gran Depresión, los productores estadounidenses ya eran conscientes del valor fílmico del shock: para atraer hasta sus puertas a las grandes audiencias no bastaba con complacerlas, había también que retarlas. Introducir escenas que hacían alarde de cierta libertad sexual era una manera de impresionar y ocupar un lugar en la conversación social; de conquistar a su público administrando algunas dosis de escándalo controlado.

Al fin y al cabo sus estrellas, con rostros angelicales y figuras estilizadas, habían conocido el cabaret, el vodevil y el mundo de la noche: es precisamente el rastro de esta escena subalterna lo que dotó a algunas de las divas del Hollywood clásico de su magnetismo arrollador. No es de extrañar que el primer beso homosexual en un papel protagonista lo diese Marlene Dietrich: libre, difícil, salvaje y extranjera, las sombras sobre su rostro se convirtieron en el principal significante del glamour de la época de los estudios.

Marlene Dietritch, un modelo disidente de feminidad en Marruecos (1930)

El ángel azul del cine sórdido de Sternberg se vistió de traje y besó a una mujer en Marruecos (Josef von Sternberg, 1930), y a otras tantas fuera de la pantalla. Junto con Greta Garbo, con quien vivió un affair al margen de la ficción, la Dietrich dio cuerpo a un prototipo de mujer de Hollywood muy distinto del que posteriormente impondría la norma puritana: andrógina, con cualidades y preocupaciones tradicionalmente masculinas. Igualmente, La reina Cristina de Suecia (Rouben Mamoulian, 1933) enfatiza la parquedad de la Garbo y su desinterés ante las 'cuestiones femeninas'; la película no declara explícitamente su lesbianismo, pero hace más que insinuar su posibilidad, y la posiblidad del rechazo de las grandes narrativas del amor heterosexual.

Avance del documental 'Marlene Dietrich y Greta Garbo: El Ángel y la Divina'

Primeros años 30: burla, desparpajo y libertad sexual

Antes de la implantación del código Hays, que censuró el cine posterior a 1934, esta disidencia de la moral tradicional se expresaba mediante el travestismo, la subversión sutil de las normas de género o la introducción de relaciones liberales con mucha carga sexual, que ya hacían su aparición en algunas obras de cine mudo. The Florida Enchantment (Sidney Drew, 1914) se considera la primera en mostrar bisexualidad explícita y subtexto trans, una película de enredo romántico en el que los protagonistas experimentan sendos cambios de género y descubren se siguen atrayendo: tanto ser como tener un amante hombre o mujer les importa a ambos un bledo.

Fredric March, Gary Cooper y Miriam Hopkins disfrutan alegremente del amor en 'Una mujer para dos' (1933)

Comedias pre-código como Una mujer para dos (Ernst Lubitsch, 1933) son las que marcan el tono de una etapa del cine en la que grandes directores de origen europeo gustan de insinuar que, en Estados Unidos, cualquier forma de vida es posible mientras suceda tras puertas cerradas o entornadas. Sus películas, inteligentes, juguetonas y descaradas, retan la convención y la acusan de hipocresía, siempre con una enorme sonrisa. Los últimos años 20 y los primeros 30 brillaron con esta picardía, pero el código cercenó a mitad de la década esta vía expresiva.

El código de censura

Las protestas y boycotts de los grupos fundamentalistas, católicos y protestantes, mermaron considerablemente la taquillas. Y, para placar la antipatía frente a los escándalos de algunas estrellas, así como para ganar apoyo gubernamental, se impuso el sistema de autocensura de los estudios. El código Hays estrechó las libertades públicas y privadas de los cineastas y de los rostros del star system, impidiendo tanto las narrativas como la creación de modelos LGBTQ+ que diesen ejemplo con su vida. William Haines fue uno de los pocos actores abiertamente homosexuales de aquel entonces, pero su carrera terminó, con un ultimatum, en 1934.

William Haines se retiró del cine en 1934 y se dedicó el resto de su vida a la decoración de interiores. Diseñó, entre otros, el hogar del director George Cukor.

Con el código cambió, por supuesto, el modo de representar la homosexualidad o sus rasgos asociados. Se prohibió la creación de personajes masculinos "afeminados" y cualquier clase de "perversión o desviación de la norma sexual", que incluía a gays, lesbianas, bisexuales y personas trans, con los cambios de roles de género limitados a escenarios de burla, condena o ridículo. Se prohibieron, también, las películas donde el crimen vencía ante la ley, de un modo que marcó el rumbo posterior de todas las narrativas de resistencia: los cineastas podían introducir subtextos y conductas consideradas inapropiadas y evitar la censura, siempre que estos personajes fueran castigados al final de la película.

El melodrama gay y lésbico

Por eso, cuando comienza a relajarse el código en los años cincuenta, el género en el que reemergen las cuestiones explícitas LGTBIQ+ es el melodrama. Té y simpatía (Vincente Minelli, 1956) es el ejemplo paradigmático de la relación de Hollywood con la homosexualidad: una película que expone de forma directa la perniciosidad de la homofobia, que empatiza con el conflicto identitario de su protagonista, que es capaz de extraordinaria sensibilidad y empatía -con su propio director también en el armario- y que, sin embargo, no logra salvarlo del inevitable final de una relación heterosexual.

'Té y simpatía' (1956) desplaza el foco de la sexualidad del protagonista: aunque se relacione con mujeres, la película denuncia las estructuras homófobas que lo oprimen y le hacen sufrir cropper

Represión, acusaciones y drama identitario son las constantes de esta suerte de 'melodrama queer' que tiene su punto álgido en La calumnia (William Wyler, 1969), inspirada en la obra teatral 'The Children's Hour' y con Audrey Hepburn y Shirley MacLaine en el papel de dos mujeres acusadas de ser lesbianas. La implicación de su relación amorosa tiene forma de venganza y sólo provoca repercusiones devastadoras y trágicas para sus dos protagonistas, así que su inclusión en esta lista es agridulce: es una representación terrible del lugar que la sociedad reservaba para la homosexualidad femenina, pero el único grito institucional en un silencio imperante que empezaría a verse afectado, ese mismo año, por los disturbios de Stonewall.

Audrey Hepburn y Shirley MacLane sufren en 'La calumnia' (1969)

¿Glen o Glenda?

Hollywood también vio nacer, no obstante, algunas joyas improbables llenas de empatía y de inclinación progresista. Glen o Glenda (Ed Wood, 1953) es tal vez la más llamativa y la más sonada, con su proceso de creación documentado en la película Ed Wood (Tim Burton, 1994). Autobiográfica, escrita, dirigida y protagonizada por el mismo director, es un tierno retrato de su travestismo; una incógnita para él mismo a la que se enfrenta con conceptos psiquiátricos anticuados, nociones identitarias confusas y mucha valentía y atrevimiento. Valiéndole el título de "peor director de todos los tiempos", presenta al Drácula Bela Lugosi en uno de sus últimos papeles y se ha convertido con el tiempo en una obra de culto.

El novedoso cartel de 'Glen o Glenda' (1953), precursora de las representaciones de la transexualidad

Hollywood hoy, la herencia de una censura

Algunos críticos insisten en que el código Hays tuvo efectos positivos inesperados sobre las películas de ese periodo: las restricciones plantearon un reto para los cineastas más agudos y comprometidos, que encontraron soluciones ingeniosas para esconder sus discursos y mantenerlos en las películas de una forma velada. La censura obligó a explorar el arte del subtexto, pero las pérdidas fueron inconmensurables: como sucediese en España durante la dictadura franquista, congeló el avance en la conquista de derechos sociales, privando durante años a los colectivos marginales de su propia identidad.

Hay un tipo de afirmación que sólo sucede bajo la luz pública, cuando se vive, se crea y se narra en libertad. Los pequeños destellos queer del Hollywood dorado son un premio de consolación ante el tamaño y la influencia de sus sombras: los avances que celebramos en este mes del Orgullo tardaron décadas en llegar, y aún están aprendiendo a contarse.

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