Hubo un tiempo en el que Jackie Coogan era incapaz de aventurarse a pasear por las calles sin que lo asaltan decenas de seguidores. Su debut en la gran pantalla junto al gran Charlie Chaplin en El chico (1921), cuando tan solo tenía cuatro años, le convirtieron en la primera estrella infantil del cine. Su rostro angelical y aquella pícara mirada tan expresiva habían conquistado el corazón de medio mundo y el séptimo arte parecía ofrecerle un futuro prometedor. Algo muy distinto a lo que en realidad ocurrió.
Little Jackie (pequeño Jackie), como se le conocía en la industria, había desarrollado su encanto natural gracias a sus tempranas apariciones en espectaculos y vodeviles desde que era muy pequeño. La obsesión por su madre, antigua actriz infantil, por el mundo del entretenimiento le llevó a participar en un pequeño papel cuando tan solo tenía 18 meses de edad. El salto a los escenarios lo dio junto a su padre, también actor y bailarín, junto al que realizaría una popular función en la que el pequeño enloquecía al público con sus pasos de shimmy, el baile de moda del momento.
Un ángel que se transformó en monstruo
Sus agilidad y su capacidad mímica asombraron a Chaplin que le descubrió en uno de aquellos vodeviles y le puso frente a las cámaras en El chico. Era 1921, el principio de su fugaz lanzamiento al estrellato. Tras su aparición en la gran pantalla, la crítica cinematográfica quedó cautivada con él. Le llegarón a definir como la verdadera obra maestra del cine. “Solo estar en su presencia es sentirse inspirado”, dijo sobre de él Chaplin. A medida que su fama crecía, Coogan perfilaba su figura de niño prodigio, un ícono reconocido en todos los países, incluso llegaron a hacer hasta muñecos con su cara.
La fama siguió. Coogan y su rubio flequillo fue el protagoista de cintas como Oliver Twist (1922), Chiquilín, el artista de circo (1923), la cinta que puso nombre a las famosas galletas, o El pequeño Robison (1924). Entrado en la adolescencia, las ofertas empezaron a mermar, aunque se le pudo ver en algunas cintas sonoras como Las aventuras de Tom Sawyer (1930) y Huckleberry Finn (1931), y poco después aquella vida que parecía un cuento de hadas se convirtió en un relato tenebroso de los hermanos Grimm.
Millones despilfarrados por su madre
A la edad de 21 años, Coogan había ganado más de cuarto millones de dólares con sus papeles, pero aquel dinero se había esfumado. Estafado por su madre, el joven había sido despojado de toda su fortuno y se encontraba en la ruina. La infancia encantada había llegado a un amargo final.
A partir de este momento, el actor se adentró en un sin fin de demandas y juicios. Nunca recuperó la fortuna que había perdido, pero su caso sirvió para cambiar el modo en que se trataban las fortunas de las celebridades infantiles. De hecho, hay una ley en California que lleva su nombre, creada para salvaguardar los salarios de futuros niños artistas.
Acogido por la Familia Adams
Tras aquello, el actor decidió acelerar su alistamiento en el ejercitó y participó en la Segunda Guerra Mundial, esperando que las cosas mejorasen a su regreso. Pero para entonces, Hollywood ya se había olvidado de él por completo, abandonó el mundo del cine y llegó a trabajar un tiempo como vendedor de electrodomésticos.
Hoy día, si el público recuerda el trabajo de Coogan, lo más probable es que le reconozcan por un personaje muy distinto a aquel niño descubierto por Chaplin. Calvo, regordete, pálido y ojeroso, el actor que había triunfado de por su encanto infantil acabó transformándose en el tío Fester (Fétido), uno de los miembro de la famosa Familia Adams. Un personaje que se ganó su reconocimiento en los años sesenta, pero que distaba mucho de aquella estrella que llegó a eclipsar al mismísimo Chaplin.
Víctima y superviviente de las campañas de Hollywood para lanzar estrellas infantiles, Coogan acabó convertido en una especie de monstruo, un hombre irascible y malhumorado. Sin embargo, aquel personaje despertó la simpatía del público. Decían que al actor le gustaba interpretar al tío Fester, tal vez porque lo hacía sentir como "el chico" otra vez, un hombre-niño con los ojos muy abiertos que actuaba por impulso y sabía cómo hacer reír a los niños.
RTVE Play recupera dos joyas del cine mudo
Si quieres volver a disfrutar con el papel que le llevó al estrellato. No te pierdas El chico (1921), la nueva incorporación al catálogo de RTVE Play. Puedes disfrutar del clásico de Chaplin, gratis junto con El maquinista de la General (1926), otra joya del cine mudo ccon Buster Keaton. Dos mitos en la cumbre de su creatividad, Charles Chaplin y Buster Keaton, capaces de decir todo sin pronunciar una palabra.