Djara, Fatimatu, Hawa y Bintu son nombres ficticios. Están a salvo, pero no logran sacudirse el miedo y la culpa al arriesgar sus vidas y, sobre todo, las de sus hijos. Necesitan proteger su identidad para compartir su historia. Son supervivientes de la ruta canaria, una travesía que en los últimos años se ha ido feminizando. Las mujeres y menores son ya un 20% de las personas que llegan a nuestro país. A diferencia de los hombres, ninguna ha elegido hacer este viaje exclusivamente por motivos económicos. Han encontrado en el mar el escudo que las aleja del matrimonio forzoso, la trata, la mutilación genital femenina, y otras violencias sexuales y psicológicas. El océano se ha convertido en la única vía de escape para poner a salvo a sus niñas.
En el viaje, ellas enmudecen, aguantan las vejaciones y malos tratos, las violaciones y abusos de ajenos y allegados. Sobrevivir se convierte en la única meta. Sin embargo, una vez aquí, donde deberían encontrar un espacio seguro que les permita vomitar todo el dolor tragado durante la travesía, su silencio permanece como consecuencia de los obstáculos administrativos por su condición de mujeres, inmigrantes e indocumentadas. La sistematización del proceso de documentación es ciega ante las heridas, sin cicatrizar, con las que llegan de países como Gambia, Senegal, Costa de Marfil o Sierra Leona. En algunos casos, son el sostén económico de toda su familia. Sin embargo, no existe un enfoque de género en nuestro sistema de acogida. "Son perfiles que tendrían que poder salir por vías legales y seguras. Cualquier consulado debería otorgarles un visado, pero las condenamos a más violencia al tener que recurrir a rutas irregulares y peligrosas. No estamos aplicando la normativa de extranjería, ni los protocolos que nos imponen los convenios de derechos humanos", denuncia la abogada especialista en extranjería, Loueila Sid Ahmed Ndiaye. Son muchas las que se quedan en el camino "al ser potenciales víctimas de redes de trata o de tráfico ilícito de personas".
Sobrevivir a una de las rutas migratorias más mortíferas no ha sido suficiente, asiente Djara, envuelta en una tela morada que no disimula la barriga de casi 40 semanas. Ella tiene 39 años, fue víctima de un matrimonio forzoso a los 17 y es madre de seis hijos. "Me casaron con un hombre que no conocía de nada, me llevó a vivir con su madre y me pegaba todos los días", denuncia. Aquel matrimonio fue el comienzo de una tortura diaria que duró hasta los 20 años. Se lleva las manos a la cara, se tapa los ojos y su voz se quiebra. "Viví durante mucho tiempo en un infierno y prefiero no hablar más de aquellos momentos tan dolorosos", dice conmocionada. Logró escapar del marido maltratador, y se casó con su actual pareja, esta vez, elegida. "Es pescador en Senegal", cuenta. Los dos tomaron la decisión de venir juntos a Europa.
"Nos quedamos atrapadas en las islas"
Una vez en España se ha enfrentado a muchos obstáculos. Se siente incomprendida por un sistema de acogida que es incapaz de detectar, escuchar y reparar su trauma. El pasado 29 de febrero cumplió un año en un Centro de Acogida Integral (CAI) en Tenerife. "Dejé a cuatro hijos en Senegal, traje dos conmigo y ahora estoy embarazada, la semana que viene salgo de cuentas", alega. "Quería haber sido trasladada a la península antes de dar a luz, muchas embarazadas nos quedamos atrapadas en las islas, las medidas para nuestros traslados son muy arbitrarias", concluye.
Una vez pisan suelo europeo, se enfrentan a una "revictimización terrible", denuncia la abogada. Nada más pisar tierra tienen que resumir su historia en la primera asistencia, después se las vuelve a entrevistar en los centros en el marco de los programas de atención humanitaria y se enfrentan a un tercer encuentro cuando son derivadas. "Interrogatorios fríos y sin auditoría psicológica, que se suman al desconocimiento de no saber ni dónde están. Les exigimos que nos expongan si han sido víctimas de violencia de género o de trata, las cuestionamos como madres. Las abocamos a la exposición constante, pero luego, cuando nos toca, no aplicamos la perspectiva de género en los mecanismos de acogida", matiza Sid Ahmed Ndiaye. "Yo llegué a atender a una mujer que había sufrido un aborto en la llegada y nadie había hablado con ella. Hay mujeres que han venido con sus agresores y no se les da una orden de alejamiento. Madres que son separadas de sus hijos. Mujeres que son referentes para niños y son separadas de ellos", coincide otra fuente jurídica en Canarias, que prefiere permanecer en el anonimato.
Familias monoparentales: "Aquí no tengo a nadie"
Fatimatou nació hace 28 años en Sierra Leona y llegó a España el pasado mes de octubre embarazada de cinco meses. Su primer matrimonio también fue forzoso y con mucha violencia. Tuvo dos hijas, que han cumplido ocho y diez años y se han quedado con la abuela. "Acabar con el primer matrimonio fue una larga lucha personal", arguye. Tiene entre sus brazos a una niña de dos meses cuyo padre tuvo la mala suerte de no embarcar. "Quería mucho a mi segundo marido, estábamos bien y solo queríamos huir de todo lo que me habían hecho sufrir en mi país", asegura. Su periplo fue mucho más largo, cruzó de Sierra Leona a Guinea-Conakri, luego a Guinea-Bisáu, luego a Senegal y Gambia para finalmente acabar en Mauritania. "Logramos llegar a Mauritania, después de mucho esfuerzo y justo en el momento de coger el cayuco, mi marido no pudo subir, vino la policía y nos dispersaron. Yo embarqué y él se quedó", relata.
“Me falta mi familia, aquí no tengo a nadie, tengo a esta criatura y a ver como salimos adelante“
El proceso de integración en el caso de las mujeres es un proceso muchísimo más difícil cuando vienen acompañadas de sus hijos. "Tienen que atender a sus propias necesidades, que son muchas, pero también a las exigencias de sus niños y niñas. Muchas son familias monoparentales que no tienen ningún tipo de apoyo", explica Margarita de la Rasilla, referente en Infancia Refugiada de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas (ACNUR).
Fatimetu sujeta a su bebé entre sus brazos RTVE.es
La mirada de Fatimatou se entristece, vuelve a mirar a su bebé que duerme ajena a la angustia de su madre. Le da un beso antes de continuar. "Hablo con mi marido todos los días, hacemos videollamadas y ahora no quiero que haga el trayecto que hice. No quiero que pierda la vida en el mar", señala. El viaje fue difícil por su estado de gestación. No puede estar feliz. "Me falta mi familia, aquí no tengo a nadie, tengo a esta criatura y a ver cómo salimos adelante", confiesa sus preocupaciones. Hay un pensamiento que la atormenta, manifiesta, y es que hace unos días su madre le dijo que su exmarido y maltratador, el padre de sus niñas, quiere mutilarlas. "Sé lo que es. Lo viví y sigo conviviendo con ese dolor, no quiero que se lo hagan a mis hijas", expone.
Hawa salió de Senegal por el bien de su niño de tres años. Ella nació hace 22 años en el seno de una familia humilde. Perdió a su primer hijo dos días después de su nacimiento, el segundo tiene una enfermedad que allí no supieron diagnosticar. "Aquí le están haciendo el seguimiento y parece que tiene una especie de parálisis", explica. En Senegal el sistema de salud es privado y es costoso acceder a las consultas y a las medicinas. "Que te ingresen es una ruina", dice. Ella era plenamente consciente de lo peligroso que era el mar y de hacer este viaje con un niño tan vulnerable, pero "necesitaba salvar a mi hijo".
Hawa salió de Senegal por el bien de su niño de tres años RTVE.es
La respuesta del centro: "Espera, espera y espera"
Estuvieron seis días de travesía y al llegar les derivaron directamente al hospital, pero solo a ella y al pequeño. A su marido lo trasladaron a la península, creyendo que había llegado solo. Estuvieron separados durante seis meses. "Tuvimos que luchar para que volviese con nosotros y yo estaba embarazada", lamenta. Ha dado a luz a una niña que acuna en su regazo. Lleva unos pendientes que le ha hecho ella misma. "Solicitamos que nos llevasen a otro centro, porque aquí la vida es muy dura y hay mucha gente hacinada. Yo tengo a una bebé, mientras el mayor, que está malito, necesita mucha atención y descanso", añade. Sin embargo, siempre recibe la misma respuesta: "Espera, espera y espera".
Su deseo es quedarse en Tenerife para el seguimiento médico de su hijo. Denuncia que en ocasiones para recoger la medicación que les recetan 'al tener que mediar el centro' tardan días en dársela. Tampoco se les permite tener comida en el centro. "No puedo tener gofio por si se lo quiero dar a mi hijo o hacerle un biberón a la pequeña", añade. No se sienten dueñas de gestionar su vida, ni su maternidad. "Necesito que me deriven de aquí, hay mucha gente en el centro y no estamos haciendo nada. Queremos trabajar y estudiar español. No tenemos formación", denuncia. Las condiciones son difíciles, lamenta que no se haya tenido en cuenta su condición de embarazada, les dan solo una botella de agua a la semana y el resto del tiempo beben "agua de la ducha".
Bintu tiene 33 años y es gambiana. Huyó porque querían mutilar a su hija. Cruzó con sus dos hijos a Senegal estando embarazada. Una vez allí, a ella la dejaron subir junto con el niño de 13 años por su estado, pero a la hija, de 16, se lo impidieron. "Teníamos que pagar y no tenía dinero. Así que se volvió con mi madre", dice exhausta. En su país no trabajaba, pero no pasaba hambre. Siempre salían adelante. Tras diez días batiéndose entre la vida y la muerte llegó a El Hierro el pasado 26 de octubre. "Un día en el centro se llevaron a mi hijo y nadie me ha explicado el porqué", denuncia. La acusan de pegar al niño, mientras ella intenta explicar que los marcos culturales y la manera de educar en su país es distinta. "Nadie me ha explicado nada", apunta.
Bintu paseando con su bebé en un parque de Tenerife RTVE.es
Se trata de mujeres que no tienen ningún apoyo, que no dominan el idioma y que se encuentran con un fuerte choque cultural a la hora de aterrizar en esta nueva realidad. "Es un colectivo muy vulnerable y tenemos que poner mucho esfuerzo en ellas, los que se ponen actualmente son insuficientes", advierte de la Rasilla. "Me han dado un abogado con el que no puedo comunicarme y nadie es capaz de decirme qué está pasando con mi hijo", añade Bintu alterada. No se va a ir hasta que no le devuelvan a su hijo. Dio a luz separada del mayor, vuelve la mirada hacia su bebé y la agarra fuerte. "Ahora tendrá que decidir un juez si me devuelven a mi hijo. Esperar, esperar y esperar. Temía que me quitaran a la niña también", señala. "Me estoy volviendo loca", concluye.
Invisibilizadas: mujeres, pobres y negras
Los centros de primera acogida tienen una naturaleza temporal. "Cuando sus estancias se alargan se pierde la noción de atención individualizada, el contexto cultural y la mochila con la que llega cada una", lamenta la abogada. Un matiz, añade, la asistencia letrada la hacen de forma colectiva, al sol y de pie: "Asistimos a siete personas de golpe. Nos limitamos a preguntar si tienen alguna vulnerabilidad. ¿Cómo pretendemos que hablen?", se pregunta. Además, considera que la mayor violencia que sufren estas mujeres "es la falta de información absoluta, de saber ellas dónde están, qué pueden hacer, cómo pueden acceder para poder seguir su tránsito y qué garantías tienen", apunta.
Las entidades que brindan atención humanitaria, los colectivos y los abogados han denunciado que los plazos de espera para las pruebas de ADN emitidas por la Comisaría General Científica, en las que se concluye el vínculo de las madres con sus bebés, tardan demasiado, lo que vulnera su derecho fundamental a la libertad deambulatoria y a la posibilidad de empezar de cero una nueva vida. Una extrabajadora de un CAI, que prefiere no revelar su identidad, denuncia que en los centros estas mujeres viven con mucha angustia y desesperanza. Recuerda colas y colas de gente por las mañanas preguntando en las oficinas por sus casos y nunca consiguen información. Efectivamente, siempre les contestan con un "mañana".
"El protocolo que tenemos para el tema de trata, en el que intervienen también el Ministerio del Interior y Fiscalía, nos obliga a acreditar los vínculos con una base documental. En el caso de madres biológicas hay pruebas de ADN. Pero en el caso de adultos que acompañan a un menor es mucho más complicado. Hacemos un informe que en el que lo que recogemos es si a nuestro juicio existe un vínculo y quien decide sobre la guarda es Fiscalía y el Servicio de Protección del Menor de Canarias", explica Amapola Blasco, directora General de Atención Humanitaria y del Sistema de Acogida de Protección Internacional. Desde el Ministerio reconocen que cuando hay un repunte en las llegadas, estos procedimientos se retrasan. "Nosotros trabajamos muchísimo en colaboración con el Ministerio de Interior para recordarle las pruebas que están pendiente y la necesidad de agilizarlo", explica.
Ella dejó el empleo ante la impotencia que sentía cada día al llegar a su trabajo. Además, lamenta la frustración que supone no poder comunicarse con mujeres que no se les ofrece formación para aprender castellano. "De forma informal venían voluntarias para hacer algunos cursos, pero luego se paraban. Hay personas que están más de un año sin haber recibido ni una clase de castellano", señala. Los centros se saturan en los momentos de máximas llegadas y cuentan con una psicóloga para más de cien personas.
"Hemos abierto un centro grande exclusivamente para mujeres y niños, duplicando nuestra capacidad en las islas para mujeres y en península. Hemos abierto más plazas de trata, revisado nuestros protocolos [...] lo hemos hecho en colaboración con ACNUR, una iniciativa que antes no existía", enumeran desde el Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones.
El recurso donde se alojan algunas de estas mujeres fue una antigua prisión. Activistas y organizaciones locales denuncian la invisibilización a la que han sido sometidas. Ana Pino, psicóloga y activista, recuerda que son mujeres que llegan con "una salud psíquica y emocional muy deteriorada. Sufren alucinaciones, estrés postraumático, ansiedad e insomnio. La invisibilización, según Pino, se debe a la falta de una perspectiva interseccional: "Se las enmudece por ser mujeres, por ser pobres y por ser negras".
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