Considerar a Alejandro G. Iñárritu (Ciudad de México, 1963) un cineasta de gran ego es un lugar común. Él es consciente y desde luego no teme exponerse: su nueva película Bardo (o falsa crónica de unas cuantas verdades) es un ambicioso viaje a su intimidad, una introspección biográfica (‘emográfica’, prefiere decir él) de más de dos horas y media (la versión del Festival de Venecia ya ha sido recortada 20 minutos). Si te gusta Iñárritu, toma todas las tazas.
Daniel Giménez Cacho interpreta Silverio Gacho, un periodista de documentales exitoso que regresa a México tras dos décadas de gloria profesional en EE.UU., ya no se siente de ningún lugar, perdió un hijo antes de nacer, y ha renunciado a parte de la vida familiar por su pasión. Todos son hechos de la vida del propio Iñárritu, que permite al espectador ese acceso a su vida presentándola como un gran espectáculo surrealista con dosis de comedia, en el que a veces quiere recrear la energía de un circo felliniano y en otras la trascendencia sobria de Tarkovsky, además de un fresco onírico de la realidad de México.
Bardo es una producción fastuosa de Netflix que, como ya hizo con Cuarón, Scorseseo Sorrentino, cada año ortorga a un gran autor la oportunidad de plasmar sus sueños con presupuestos que parecen fuera de la industria. La fuerza visual de Bardo es innegable, por momentos arroladora, pero la estrecha puerta de entrada a la película es la capacidad de empatizar con un artista de éxito mundial.
PREGUNTA.: ¿El éxito ha sido tu mayor fracaso? ¿Es una forma de cuestionar tu propio ego?
RESPUESTA.: Lo que intento, a través de un alter ego, es hablar de las cosas contradictorias que más conozco y compartir mi vulnerabilidad y fragilidad. El cuestionamiento del éxito es una de esas cosas. El éxito es una especie de espejismo, una bola de humo que persigue todo el mundo, ya seas un taxista o un dentista. Cuando tienes el éxito en algo que quieres no necesariamente te da lo que tú quieres. Hay un malentendido en eso. El éxito también conlleva un sacrificio y un coste. Le sucede al personaje y es una reflexión que comparto con cualquier persona que haya vivido ese desencanto.
P.: "México no se puede explicar, solo se puede querer", se dice en la película ¿Cuál es tu visión del país en la actualidad?
R.: Yo digo que México no es un país, es un estado mental. Cuando sales de México, a través de esa ausencia geográfica, cultural y de raíces, México se convierte en una presencia mucho más poderosa. La perspectiva y distancia te hacen ver que las narrativas se empiezan a disolver un poco y queda un gran amor y nostalgia por ese país. Y, cuando regresas, el país no es el mismo y quizá nunca lo fue porque te lo imaginas como lo soñaste. Y la gente espera que seas una manera que ya no eres. Al mismo tiempo, es como encontrar a un nuevo viejo amigo. Cuando filmaba la película sucedieron muchas cosas que alimentaban el viaje del personaje y eso fue bellísimo. México para mí es la vitalidad, la fuerza, el olor de las ciudades que es tremendamente poderoso y la alegría. Pero que coexiste con esa violencia, la impunidad, los desaparecidos, un país conquistado, mestizo, invadido por su país del norte y con una serie de complejos. Un país que se está entendiendo y transformando y trato de rescatar, desde el personaje, una memoria colectiva del país. Es una película muy chilanga (originario de la Ciudad de México) en este sentido.
P.: En la película vuelcas aspectos muy personales de tu vida familiar como la muerte de un hijo recién nacido o la de tu padre. También la ausencia de tiempo con tus hijos. ¿Es el mayor peaje de tu vida?
R.: Sí, la ausencia. Hay un tema universal de la paternidad, muy íntimo, que comparto. No pude llegar al fallecimiento de mi padre por esa distancia. Esa entrega con nuestro trabajo tiene un costo que es sacrificar ese tiempo con los afectos y la familia. Eso se lo cuestiona el personaje desde un punto frágil, desde una edad que tienes que cuestionarte estas cosas. O cuando sus hijos se cuestionan en la adolescencia el porqué de ese desarraigo y por qué tienen la identidad fracturada. Todos esos temas son difíciles de expresar, porque no hay victimización o queja. Al contrario, es un desasosiego que comparto con la gente que se siente desplazada. Emigrar es morir un poco. Te integras y también te desintegras. Aunque quieras volver ya no puedas, estás en un lugar en medio. Es una sensación difícil de explicar e hice mi mejor intento por expresarla.
“La entrega con mi trabajo tiene un costo que es sacrificar tiempo con los afectos y la familia “
P.: Das continuidad a tu estilo de grandes angulares y planos secuencia que usaste en Birdman y BirdmanEl renacido
R.: Porque la película habla de un flujo de conciencia del personaje, es más un sueño, un estado mental. Por eso uso los planos secuencias y grandes angulares que es algo con lo que vengo explorando, muy diferente a mis primeras cuatro películas (Amores perros, 21 gramos, Babel y Biutiful)
P.: ¿Piensas que hay cada vez menos público que valore un lenguaje cinematográfico poético?
R.: Es una buena pregunta. Siempre he pensado que no puedes hacer una película para el público. Las películas encuentran su público, su tribu. No hice está película para reafirmar convicciones sino para romperlas. Es la gramática visual que me gusta. Y hay un público que aprecia una narración distinta de la narrativa clásica de estructura, actos, cabecitas hablando. La forma, para mí, alimentaba la sustancia de la película, que es ponerte en el lugar del personaje, y espero que haya gente que lo aprecie.
P.: El protagonista tiene que lidiar con las críticas a sus películas. ¿Hasta qué punto de afectan los comentarios negativos?
R.: El protagonista se encuentra con Luis, un excolaborador que es su némesis. Tenemos un lado derecho y un lado izquierdo del cerebro y abordamos las cosas de forma racional o creativa. Luis habla desde el lado izquierdo, racional, académico, convencional. Y la película habla de que todas las construcciones narrativas y verdades formales son cuestionables.
“Si la gente se irrita con la película es porque toca algo, es mejor que ser indiferente“
Ese desencuentro es el mundo en el que vivimos, absolutamente polarizado, a veces violento, donde no se puede construir una crítica desde la autoridad bajo ataques personales. Hay muchos luises ahí afuera. No es un comentario contra nadie sino de la atmósfera universal, las redes sociales se transforman siempre en una versión de estos dos personajes.
Cuando un sujeto ve un objeto pone de él en ese objeto. Cuando ves una película ves lo que tú eres. Y eso es imposible de cambiar. Está bien que haya gente que pueda estar irritada con la película, porque quiere decir que está tocando algo. Prefiero eso a una crítica indiferente. Es una película hecha con el corazón. Una película que le guste a todo el mundo es muy sospechosa.