Joe Biden tomará posesión como 46º presidente de EE.UU. este 20 de enero. La inauguración del mandato presidencial se desarrolla habitualmente entre fastos y tradiciones, con toda la solemnidad de una coronación republicana.
Sin embargo, este año, como tantas otras cosas, será una ceremonia atípica, condicionada por los sucesos del final de la legislatura de Donald Trump (el asalto al Capitolio y el segundo impeachment), por la polarización política en las calles y por el coronavirus.
Una ceremonia con menos público
La investidura de Trump, en 2016, ya fue más sobria que la de su predecesor, Barack Obama, cuatro años antes. Bandas militares, un coro mormón y otro universitario amenizaron la celebración ante un público de 250.000 personas, una cifra muy alejada de los dos millones de personas que asistieron al juramento del primer presidente negro de EE.UU.
Este año, la pandemia obliga a limitar la asistencia. Mientras que en otras ocasiones se distribuían hasta 200.000 tickets, el comité del Congreso que organiza el evento ha limitado la asistencia a un mínimo que "represente el estado de la Unión", y solo permitirá asistir a los miembros del Congreso (representantes y senadores) más un acompañante. En total serán unas 2.000 personas.
Habrá tickets conmemorativos que los congresistas podrán enviar a sus votantes, y la ceremonia será retransmitida en streaming además de por televisión.
También se limitarán los actos protocolarios. Normalmente, el nuevo presidente llega hasta el Capitolio en una lenta procesión de vehículos por las calles de Washington; hay un almuerzo; una parada militar y un baile de gala. En esta ocasión, el baile no tendrá lugar y está por ver en que queda el paseo de Biden dadas las condiciones de seguridad.
El nuevo jefe de personal de la Casa Blanca, Ron Klain, confirmó en noviembre a la cadena ABC que la ceremonia sería "una versión reducida de las tradiciones existentes". "Sabemos que la gente quiere celebrar. Hay motivos para celebrar", dijo Klain, solo que de manera segura.
Al menos Biden sí contará con actuaciones de relumbrón para amenizar la ocasión: Lady Gaga cantará el himno nacional, Jennifer López actuará y después habrá un programa especial de televisión para recaudar dinero para los afectados por la COVID-19, presentado por Tom Hanks. En esto, los demócratas han superado a Trump: Obama tuvo a Aretha Franklin en 2009 y a Beyoncé en 2013, pero el republicano no pudo conseguir a ninguna estrella de fama mundial.
Las medidas preventivas por el coronavirus obligarán a mantener la separación de seguridad entre los asistentes y el uso de mascarilla. Hay que recordar que un acto mucho más pequeño en la Casa Blanca en octubre, con ocasión del nombramiento de Amy Barrett como nueva magistrada del Tribunal Supremo, acabó con un brote en el entorno del presidente.
Washington, blindada ante la posibilidad de incidentes
A la pandemia se suma la preocupación por la seguridad tras el asalto al Capitolio del pasado 6 de enero. Washington se encuentra en estado de emergencia y se ha blindado con la Guardia Nacional, que lleva días acampada en el mismo edificio. Se espera que el día de la inauguración haya unos 15.000 soldados y más de 5.000 policías.
El FBI vigila las redes sociales e individuos o grupos sospechosos, a la vez que continúan las pesquisas para detener a los asaltantes del día 6. Algunos de los ya detenidos tenían armas y listas de objetivos. El FBI sospecha que, ante el aumento de la seguridad en Washington, los incidentes violentos puedan reproducirse en el resto del país.
"Si tengo miedo de algo es por nuestra democracia - ha declarado la alcaldesa de la capital, la demócrata Muriel E. Bowser - Porque hay facciones en nuestro país que están armadas y son peligrosas".
Bowser y los gobernadores de los estados de Maryland y Virginia han pedido al gobierno federal y al público en general que limite la asistencia.
Aun así, las autoridades han recibido varias solicitudes de autorización para manifestaciones en el entorno del Capitolio, informa el Washington Post. La alcaldesa ha pedido al Departamento de Interior que no se autoricen.
La toma de posesión de Trump tampoco estuvo exenta de incidentes y protestas: hubo 200 detenidos. Sin embargo, ahora es distinto, porque entre los partidarios acérrimos del aún presidente hay milicias armadas como las que entraron en el Capitolio.
Trump no asistirá
Tampoco veremos la imagen del presidente saliente felicitando a su sustituto, un gesto de normalidad democrática y símbolo de la estabilidad en el traspaso de poder en EE.UU.
En 2016, Barack Obama estuvo en la tribuna y felicitó a su sucesor. También asistió la candidata demócrata derrotada, Hillary Clinton.
Trump ya ha anunciado que no asistirá. Ni siquiera estará en Washington, con lo que tampoco recibirá a la nueva familia presidencial en la Casa Blanca a primera hora, otra de las costumbres que se han ido estableciendo en los últimos tiempos. Su vicepresidente, Mike Pence, sí estará presente, representando a la administración saliente.
Solo otros tres presidentes se han ausentado de la inauguración de sus sucesores: John Adams en 1801; su hijo, John Quincy Adams, en 1829; y Andrew Johnson en 1869. En 1974, cuando Richard Nixon dimitió por el escándalo del Watergate, pasó el testigo a su vicepresidente, Gerald Ford, aunque se marchó antes de que este jurara el cargo en la misma Casa Blanca.
Lo que no ha cambiado
Al menos podemos estar seguros de que habrá dos cosas que no cambiarán.
Una, la fecha. Hasta 1933 tomaban posesión el 4 de marzo, pero tras el crack bursátil de 1929, se aprobó la Vigésima Enmienda de la Constitución, que fija el 20 de enero como día oficial para las tomas de posesión. Desde entonces, y hasta el momento, esta fecha se ha mantenido. Cuando el día 20 cae en domingo, se suele pasar al lunes 21.
Y la otra, el juramento, la única parte de la ceremonia que es obligatoria según la Constitución. Así que, con mascarilla o sin ella, oiremos a Joe Biden, el eterno candidato, prometer el cargo con la fórmula "juro solemnemente...". Y sin Trump a la vista.