Con la llegada del coronavirus, Alberto reconvirtió su fábrica de colchones y empezó a producir mascarillas que vendía a empresas y hospitales de toda España. Sin embargo, cuando dejaron de ser obligatorias, su facturación cayó y terminó echando el cierre. En la cafetería de Carlos, que también tiene una parte de tienda, vivieron la pandemia de forma distinta: clausuraron la parte del bar, pero pudieron seguir con su actividad vendiendo alimentos a granel.
Su experiencia refleja las dos caras de una misma moneda: el impacto que tuvo el covid en miles de negocios en España. El 14 de marzo de 2020, el Gobierno decretó el estado de alarma para hacer frente al coronavirus y fijó restricciones sanitarias y de movilidad que afectaron a la población y a empresas de diversos sectores. Ahora, cinco años después —donde también ha habido una crisis inflacionaria—, algunas aún sienten la huella que les dejó la pandemia. Unas han podido seguir con su actividad, pero otras han desaparecido.
De fabricar colchones a producir mascarillas
En marzo de 2020, la fábrica de Alberto en Béjar, Salamanca, pasó de elaborar colchones y almohadas a producir mascarillas quirúrgicas y FFP2. Empezaron cosiéndolas a mano, pero luego decidió hacer una importante inversión para cubrir una demanda que no paraba de crecer.
"Llegamos a comprar ocho máquinas que venían de China y nos costaron alrededor de un millón de euros en total", explica a RTVE.es. Además, su plantilla pasó de tener 11 a 83 trabajadores en diciembre de ese mismo año, que coincidió con el pico de su producción: "Fabricábamos entre 500.000 y 700.000 mascarillas diarias y las mandábamos por toda España".
Sin embargo, esta tendencia cambió en verano de 2021. Su facturación cayó cuando las mascarillas dejaron de ser obligatorias y eso llevó a Alberto a detener su actividad en julio de ese año y a poner en ERTE a los 23 empleados que tenía entonces. "Ahora está todo cerrado y tengo las máquinas paradas. He intentado venderlas, pero solo me las compran como chatarra y me dan 4.000 euros por cada una, no me compensa", comenta. También le ha sobrado material para fabricar hasta seis millones de mascarillas, pero asegura que es "imposible" venderlo porque es un artículo muy específico.
En los últimos tres años y medio, ha intentado reactivar la fábrica en ámbitos alejados del sanitario, pero sin éxito. "Tampoco ha habido ninguna ayuda por parte de la Administración", se queja, y actualmente trabaja como director comercial en una empresa cárnica. Por ello, incide en que "ahora mismo, lo único que quiero es vender las máquinas, la fábrica y el terreno".
“"Ahora mismo, lo único que quiero es vender las máquinas, la fábrica y el terreno"“
Como reflexión, cree que las instituciones "se han olvidado muy fácilmente" de la labor de las compañías españolas que fabricaron mascarillas durante la pandemia. "Estuvimos todo un año trabajando las 24 horas del día y luego, cuando las empresas lo hemos necesitado, a las administraciones se les ha olvidado todo ese esfuerzo", defiende. Por ello, lo tiene claro: "Si hubiera otra crisis sanitaria, no volvería a hacer nada".
El impacto del coronavirus, en números
A lo largo de 2020 —el primer año de la pandemia—, se crearon 278.525 empresas y desaparecieron 311.259, muchas de ellas del sector del comercio y otros servicios. Esta fue la primera vez desde 2014 que el cierre de entidades superó el de nacimientos, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE). En 2021, la tendencia cambió y se recuperó un saldo positivo: se conformaron 314.033 empresas y desaparecieron 250.182.
En 2020, la tasa de nacimientos de empresas —cociente entre las creadas y el stock— fue del 7,5%, mientras que la de muertes alcanzó el 8,4%. Como resultado, la tasa neta se situó en el -0,9%, el primer dato en negativo desde 2013, cuando fue del -0,7%.
En términos de empleo, la crisis sanitaria intensificó el uso de los Expedientes de Regulación Temporal de Empleo (ERTE). A lo largo de los dos años de pandemia, hubo 4,2 millones de trabajadores en España acogidos a un ERTE, un mecanismo que utilizaron, sobre todo, empresas de menos de 50 trabajadores, según datos de la OCDE citados por el Gobierno.
"Tuve que cambiar toda mi forma de trabajar"
Nerea tiene actualmente una panadería en un mercado de Madrid y asegura que vivió la pandemia de una forma "muy intensa", sobre todo en los primeros días del confinamiento. "Tuve que cambiar toda mi forma de trabajar y me iba adaptando a la demanda que había día a día. Lo fui salvando como pude", reconoce.
Al principio, se acercaban a comprar los vecinos más mayores. "Cuando no bajaba alguno, me preocupaba. Todos los días me enteraba de que había fallecido alguien, fui viendo cómo se iban muriendo", remarca. Después, acudían personas que iban paseando a su perro y se llevaban el pan. Con el paso de los días, el mercado se quedó prácticamente vacío y sin clientes: los bares y peluquerías cerraron y solo permanecieron abiertos los puestos de alimentación, entre ellos su panadería, un par de pollerías, una carnicería, una pescadería y dos fruterías.
No obstante, su situación cambió poco después, cuando hubo un colapso en los pedidos online de los supermercados y parte de esa clientela se decantó por el mercado. "No paraban de llegarnos envíos y nuestro gestor contrató a dos chicos para hacer repartos a las casas de los clientes", explica a RTVE.es.
De este modo, mantuvo su venta a través de los pedidos que llevaban a los vecinos, pero estos compraban de otra manera. Muchos pedían ocho o nueve barras de pan y varios kilos de pastas y dulces porque no sabían cuándo iban a poder salir de casa o cuándo iba a recibir ella más género. "Fue un boom y cambió toda mi rutina de trabajo: yo ya no atendía en mi puesto, sino que llenaba cajas y cajas", señala. Aunque hubo algún proveedor que dejó de servirla por las restricciones de desplazamiento, ella no llegó a quedarse sin productos.
“"Fue un 'boom' y cambió toda mi rutina de trabajo: yo ya no atendía en mi puesto, sino que llenaba cajas y cajas"“
Luego llegó la inflación —que alcanzó su máximo del 10,8% en julio de 2022— y Nerea, que es autónoma, tuvo que hacer frente al encarecimiento del aceite, huevos, mantequilla y el pan que vende. "Aún recuerdo el subidón de luz... Solía pagar 150 euros al mes y hubo alguna vez que llegó a 500 euros", comenta.
Todo esto abultó su gasto durante una temporada en la que, además, tuvo que cerrar temporalmente por problemas de salud. "Decidí no subir mis precios porque sé lo que viene después, que algunos clientes dejan de venir durante semanas o meses, y eso es dinero que pierdo", indica.
Cinco años después del confinamiento por covid, asegura que no ha recuperado el nivel de venta que tenía antes de la pandemia. "La mayoría de los clientes que eran más fieles se los llevó el virus", cuenta, y actualmente el perfil ha cambiado ligeramente: "Tengo algunos clientes fijos a diario, pero el resto vienen de paso. Antes del coronavirus, sabía quién me compraba, a qué hora y lo que se iba a llevar. Ahora no sé quién va a venir mañana".
Una cafetería-tienda en Burgos
Carlos es socio y gerente de una cafetería-tienda en Burgos. Sus clientes pueden tomar un café y, a su vez, comprar alimentos a granel de productores de la provincia, por ejemplo, legumbres, cereales, verduras, pan, quesos y embutidos. "Nuestra filosofía es poner en valor el producto local y que seamos un punto de encuentro entre los pueblos y la ciudad", indica. Junto a dos socios, creó este negocio en forma de cooperativa en febrero de 2019, un año antes del estado de alarma decretado en España por covid.
Con la llegada del virus, tuvieron que cerrar la parte del bar que, hasta entonces, aportaba la mitad de ingresos del negocio. "Pudimos seguir con la tienda, que era considerada un servicio esencial, y conseguíamos mantener un 60% de nuestra facturación habitual", explica a RTVE.es. ¿Y cuál fue la fórmula para hacerlo? Contactaron con sus clientes y decidieron abrir solo los martes y jueves por la mañana para entregar pedidos. "Tuvimos que extremar precauciones y pusimos plásticos para tapar los alimentos que teníamos en las cestas", detalla.
La pandemia les pilló de imprevisto y con un negocio que llevaba poco tiempo funcionando, pero Carlos asegura que se adaptaron "muy bien" a las circunstancias y consiguieron cubrir gastos. "En esa época no cobré sueldo, pero sí pudimos pagar la nómina de nuestro empleado y no tuvimos que despedir a nadie", recuerda. Así estuvieron hasta junio de 2020, cuando retomaron el servicio del bar con mascarillas y distancia de seguridad.
“"En esa época no cobré sueldo, pero sí pudimos pagar la nómina de nuestro empleado y no tuvimos que despedir a nadie"“
Desde entonces, su facturación ha ido creciendo a pesar de la inflación y el encarecimiento de la luz, algo que empezó a notarse en 2021 y se intensificó en 2022. "Tuvimos que subir algunos productos del bar y un 2% los de la tienda", explica, pero la venta no cayó porque "informábamos con transparencia el porqué de cada incremento y los clientes entendían".
Ahora, tras una pandemia mundial y, después, la subida generalizada de energía y alimentos, Carlos reconoce que no han recuperado la inversión que hicieron para abrir su negocio. No obstante, él y su actual socio siguen apostando por impulsar su negocio reinvirtiendo los beneficios que generan, y pone en valor su situación personal actual: "Al menos tengo un trabajo que me gusta y un sueldo digno".
Las experiencias de Alberto, Nerea y Carlos son el reflejo de las distintas aristas del impacto que tuvo el covid en el músculo empresarial del país. Aunque sus caminos han tomado rumbos diferentes, cinco años después coinciden en que la pandemia marcó un momento crucial en la historia de sus negocios.