Desde la unificación, la extrema derecha y los jóvenes neonazis han ido en aumento en el Este, la antigua RDA. Pero el populismo de derechas ya ha dejado de ser solo un fenómeno de esa parte del país. En 2017, Alternativa para Alemania consiguió entrar en el Bundestag, el parlamento federal.
Era la primera vez desde la IIGM que lo hacía una formación semejante, que tiene, además, tintes pardos. Aúna el descontento, la rabia y la desafección de una parte de los votantes con los grandes partidos que no escuchan los sentimientos ni los miedos de los ciudadanos. Estos buscan una alternativa y la encuentran, valga la redundancia, en Alternativa para Alemania, un partido que presenta a Alice Weidel, una líder burguesa, libertaria y moderada, en una formación dominada por los más radicales y hombres.
La AfD ha sabido arrimar el ascua a su sardina y convertir su tema estrella, la migración, en el principal de la campaña electoral. Los demás la han seguido, cuando el país está sumido en una grave crisis que ha quedado en un segundo plano.
Surge en el Oeste, se hace fuerte en el Este
Alternativa para Alemania es un partido considerado anticonstitucional en muchas de las manifestaciones de algunos de sus dirigentes. Nacida como una formación euroescéptica, ha evolucionado hacia un partido ultraderechista y nacionalista, cuya facción más radical lidera Björn Höcke y es la más poderosa. Höcke no es el presidente del partido, pero, quien quiera serlo, debe contar con su apoyo. De hecho, Weidel, que hace años apoyó un intento de echarle del partido, tuvo que congraciarse con él para poder seguir su camino hacia la cima.
La formación, como todos los populismos, vive de los miedos de los ciudadanos y sabe leerlos e interpretarlos. Prácticamente, desde su fundación en 2013, ha ido a la par que las crisis del país. Nació con la del euro, creció con la de los refugiados, se estancó en la pandemia y volvió con fuerza con esta crisis económica, energética y climática y con la guerra de Ucrania. Ahora, está en su momento de mayor auge.
El fulgurante ascenso de la ultraderecha alemana
A pesar del cordón sanitario, se ha producido una cierta normalización de la formación, se la ha hecho salonfähig (aceptable socialmente) y nadie puede ignorar los millones de votantes que tiene detrás. Todos se han comprometido a mantener el cortafuegos tras el escándalo en el Bundestag, cuando los cristianodemócratas (CDU) de Friedrich Merz consintieron en que la AfD votara con ellos una moción y un proyecto para endurecer la política migratoria.
Ahora más que nunca es hora de entender por qué cada vez más personas optan por una formación que fomenta el odio contra el diferente y que recuerda demasiado a la parte más oscura de la historia del país. Los extremistas ya no son una existencia marginal en la sociedad.
El potencial de un partido populista de derechas en Alemania oscila entre el 15 y el 25 por ciento, dependiendo de cómo vaya la economía. Para los servicios secretos internos, “el extremismo de derechas sigue siendo la mayor amenaza para nuestro orden básico libre y democrático en Alemania, tanto para la seguridad como, en particular, para la democracia”. Los ataques contra los refugiados han aumentado pero también lo han hecho los de los yihadistas, lo que beneficia el discurso de la extrema derecha.
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Crisis que favorecen el populismo
Cuando este año se van a cumplir, en octubre, 35 años de la unificación, esta no es perfecta y los errores han provocado en parte esa significativa presencia de la extrema derecha, incluso de neonazis, en lo que fue la RDA. En el Este, un tercio de las personas piensan que es necesario un líder fuerte y alrededor de un 60% considera que el número de extranjeros es demasiado alto. Esas percepciones tienen mucho que ver con sus propias experiencias. Muchos alemanes orientales suelen sentirse engañados, tratados con condescendencia, como perdedores y ciudadanos de segunda.
A todo ello se suma un contexto que ha facilitado que exista cada vez mayor descontento, desesperanza, rabia y miedos que acaban beneficiando a los populistas de la extrema derecha. Alemania es un país acostumbrado a la estabilidad y la seguridad, pero las crisis encadenadas de los últimos años, que incluso les han llevado a la recesión, han provocado en muchos ciudadanos un giro hacia la radicalización y el populismo que beneficia a la AfD. La ruptura del tripartito ha agravado la situación.
Idiosincrasia de la antigua RDA
Alemania del Este es claramente el bastión de la AfD, como lo fue desde el principio de la unificación, cuando los pequeños partidos de la extrema derecha del Oeste se trasladaron allí porque sabían que tendrían caldo de cultivo. En la antigua RDA, no hubo revisión histórica por el nazismo, ya que ellos eran antifascistas por decreto ley; tampoco la ha habido de la dictadura comunista, bajo un liderazgo totalitario, tampoco estaban acostumbrados a convivir con extranjeros. Era una sociedad bastante homogénea y “pura”. Durante mucho tiempo, los grandes éxitos de la AfD parecieron limitados casi solo al Este.
Pero ya ha dejado de ser un fenómeno solo del Este y adquiere fuerza donde surgió, en el Oeste, donde se socializaron la mayoría de sus dirigentes. Además del cordón sanitario, las instituciones garantizan que las formaciones extremistas se mantengan en el marco constitucional. Los servicios secretos internos tienen bajo vigilancia a AfD, calificada como extrema derecha. Y ya varias veces el gobierno y los partidos se han planteado la posibilidad de pedir su prohibición al Tribunal Constitucional. Es un desafío, sin duda, para la democracia y los partidos democráticos que tienen que ponerse a trabajar más pronto que tarde en devolver la confianza a la población.
Los alemanes descontentos y cansados de que nadie les escuche, tienden hacia un polo que presenta soluciones fáciles a los problemas complejos. Es muy fácil para ellos. Total, saben que no van a gobernar ni gestionar. Lo que les interesa es, desde dentro de la sociedad y de las instituciones, horadar el sistema y a los partidos para en un momento dado hacerse con el poder. Lo que ocurre en Alemania es especialmente grave por su oscuro pasado, pero es también un aviso a navegantes.
Grave crisis, Alemania necesita reinventarse
Quien gobierne tendrá que hacer frente a la compleja crisis que vive el país. La economía más fuerte de la Unión Europea tiene ante sí numerosos retos. “La economía alemana lleva tiempo estancada”, afirma Michael Hüther, director del Instituto Económico Alemán. Son precisos cambios y una política con visión de futuro.
Son tiempos convulsos. Los indicadores económicos llevan años mostrando debilidad y amenazan el “Made in Germany”, símbolo de la tecnología más puntera y confiable. Ha perdido competitividad, ha dejado de ser el campeón mundial de las exportaciones y las sanciones contra Rusia le afectan directamente. El gas ruso abastecía de combustible barato a su industria. Es necesario aumentar significativamente la inversión y el poder innovador, pero el freno a la deuda establece un marco financiero estricto para el Estado.
En términos de revolución digital, Alemania anda perdida. Parte de sus infraestructuras están obsoletas. El sistema educativo tampoco se ha adaptado a los nuevos tiempos. Los costes son demasiado elevados para las empresas. El modelo alemán que dependía de buenas relaciones con Rusia -rotas por la invasión de Ucrania- para la energía barata, de China -antes cliente, ahora competidor- para asegurarse un gran mercado y del paraguas de Estados Unidos para la seguridad -Washington pide más inversión en defensa- ya no funciona.
Alemania tiene que reinventarse de nuevo. Ese tendrá que ser el reto del gobierno que salga de las urnas.
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