Cuando Penélope Cruz le pidió a su amigo Juan Diego Botto que escribiera una historia de celos, al actor y autor teatral le salió una escena de una discusión de una pareja la noche antes de que los desahuciaran de su vivienda. Terminó por (casi) olvidar a la pareja y componer un fresco sobre los desahucios con forma de thriller: 24 horas de angustia en las que Luis Tosar interpreta a un abogado que busca desesperadamente a una madre inmigrante para que no pierda la custodia de su hija.
En los márgenes se estrena en la Mostra de Venecia en la única gran presencia del cine español del festival. El guion, firmado junto a la periodista Olga Rodríguez, es un catálogo de cómo una crisis económica afecta a las vidas personales y también un pequeño homenaje a la Plataforma de Afectados por la Hipoteca. Producida por la propia Penélope Cruz, En los márgenes es un cine social, a lo Ken Loach o hermanos Dardenne, no abunda mucho en nuestra cinematografía.
PREGUNTA: Es raro llamar 'debutante' a alguien que lleva toda la vida en la interpretación: has crecido en platós y has escrito y dirigido teatro.
RESPUESTA: Es verdad que llevo prácticamente toda mi vida en la interpretación, creo que he hecho 50 películas. Y, como guionista, tampoco me he sentido novel por todo lo que he escrito para teatro, pero también es cierto que hay una singularidad en el trabajo del director. Aunque, frente a otros debutantes, hay cierta ventaja, de comodidad en el rodaje. Sé cómo dirigirme a un director de fotografía o a una directora de arte.
P.: Al documentarte e involucrarte en el tema de los desahucios, ¿qué fue lo que más te sorprendió?
R.: Que la realidad está siempre muy por delante. Muchos casos reales no hubieran sido verosímiles por ser muy dramáticos. Casos como el de Elsa, que sigue siendo amiga, una mujer que peleó y sufrió por intentar evitar su desahucio. Su marido era un maltratador y, con una orden de alejamiento, intentó asesinarla. Tiene tres hijos y el menor empezó a desarrollar tumores cerebrales. Es real, pero sería excesivamente dramático.
Me di cuenta del profundo desconocimiento y cliché que tenemos cuando hablamos de desahucios. No dejan de ser, para la inmensa mayoría de los que no lo han vivido, un número estadístico. Las vidas que hay detrás de esos números, es de una humanidad apabullante y, en muchos casos, de una generosidad igualmente apabullante. Elsa va a una asamblea todos los días, conoce al dedillo todos los casos, y les ayuda. No gana nada con eso más que perder su tiempo y dedicárselo a otros. Eso es para mí una heroína.
P.: En la película contrasta esa solidaridad femenina con la vergüenza de muchos personajes masculinos.
R.: Nos encontramos que en la plataforma, fundamentalmente son mujeres. Muchas veces detrás está la vergüenza en el hombre, que supone que su rol es de proveedor y, cuando fracasa como sostenedor de la familia, su propia identidad queda en tela de juicio. Muchos terminan bebiendo o culpabilizando a ellas, que son las que por supervivencia se hacen cargo de la casa, de los hijos y de todo lo demás. Todos los personajes centrales de la película son madres que se encargan de cuidar lo importante, el fuego sagrado del afecto. Y los hombres, incluso en el mejor de los casos, que es personaje de Tosar, un abogado admirable con el que muchos podemos reconocernos y se deja la piel por los demás, en su propia vida afectiva es un desastre. Jamás podría decir que es un mal tipo, pero quizá su pareja no piensa lo mismo. Es un tipo incapaz de encontrar el equilibrio entre cuidar de sus afectos y cuidar a los demás. Ese juego de roles es una cosa que está muy presente en la película.
P.: También la burocracia que ser revela insuficiente y muchas veces muestra una cara poco humana. Hay un trabajador social que muestra su impotencia con una frase: "Aquí ya solo podemos lidiar con sus ansiedades".
R.: Esa escena está sacada de una entrevista real que hizo Olga Rodríguez a un trabajador social en plena crisis en 2011. La frase era más fuerte aún: “Esto es una guerra sin balas y a los servicios sociales nos llegan todos los heridos". Me entrevisté con muchos trabajadores sociales y hacen lo que pueden. Su visión es muy distinta a la de los afectados, que les observan con cierto prejuicio porque de ellos depende que les den un papel que les permita parar o no parar el desahucio. Y ese prejuicio no tiene que ver con la mala intención de los trabajadores sino con la absoluta saturación del sistema.
P.: ¿Qué hemos aprendido como sociedad de todo el movimiento para parar los desahucios?
R.: El movimiento ha servido porque consigue cada día parar muchos desahucios y porque lo único que tiene esta gente es a sí misma y a la solidaridad: todas estas mujeres que se levantan un día cualquiera a las cinco de la mañana para ir a la puerta de otra persona para su desahucio. Eso y el trabajo de un montón de abogados que han ido consiguiendo moratorias, que han ido consiguiendo pequeños cambios legislativos en Europa y España.
Lo que ha cambiado es el conjunto de la sociedad. Hace diez años, los desahucios, esa pobre familia que se quedaba sin casa, era el tema protagonista de los medios y de la sociedad; hoy, es la ocupación. Es una muestra de cómo se ha derechizado nuestra sociedad, no sólo en nuestro país, en toda Europa. Antes lo importante era la gente con dificultades económicas y ahora lo importante son los propietarios. Lo que está en el centro del relato determina con quién vas a empatizar. Cuando hablamos de ocupación a la gente le viene a la cabeza un señor con crestas que se va a meter en su casa cuando sales a comprar el pan. Y lo habitual de la ocupación es una familia como la de Richard, por ejemplo, con tres hijos, que llevaba tiempo viviendo en una furgoneta, que vio una casa de un banco que llevaba cinco años vacía, y necesitaba un techo para que sus hijas no vivan en la calle.
“"Antes lo importante era la gente con dificultades económicas y ahora lo importante son los propietarios"“
P.: En ese sentido, ¿hay una carencia de cine social en ese relato? Solo Techo y comida o Techo y comidaCerca de tu casa
R.: Indudablemente. Los desahucios son uno de los hechos más contundentes que han pasado en los últimos años, que ha definido informativamente la última década, y soy incapaz de nombrar más que esas dos películas. Lo hablo mucho con Raúl Arévalo: es sorprendente que, con el enganche a la información que tenemos en este país, tengamos tan pocas películas con nombres propios sobre hechos históricos. Anglosajones y franceses hacen películas sobre presidentes y aquí siempre tiramos de metáforas. En cuanto al cine social hay directores excelentes y creo que tenemos historias como para mirar mucho más.
P: Penélope Cruz y tú sois amigos, pero tenéis una única secuencia muy intensa que quizá sea la primera escena entre una productora y un director. Supongo que la rodaste en plano secuencia para hacerla más absorbente. ¿La repetisteis mucho?
R.: Fueron once tomas y nos quedamos con la once. Para mí rodar en plano secuencia lo hace todo más absorbente, sí. Desde el principio se planteó así. Era una escena para disfrutar como actor y, si ha quedado bien, como espectador.
P.: Se habla mucho de Penélope pero casi me impresiona más que escribieras una escena tan cruda con tu pareja (Olga Rodríguez).
R.: Sí, es verdad. Creo que logramos llegar a un lugar en el que el espectador reconoce la discusión, una en la que siempre se hace referencia a eventos pasados. Todo el mundo ha tenido alguna de esas.
P.: ¿Cuál fue la reacción de la Penélope Cruz-productora al ver la película?
R.: Cuando el enseñé el primer corte con la montadora estábamos muy nerviosos. Se emocionó, terminó llorando y al final del pase me dio unas notas de una precisión quirúrgica. Tiene una intuición para el cine enorme. A veces, al juntarte con amigos corres peligro, pero todo ha sido muy fluido. Lluís Pasqual, al que admiro mucho, me dijo una vez que hay que trabajar con buenas personas. Sucede lo mismo con Luis Tosar: no es solo que sea un actor descomunal, necesitaba para el personaje la mirada de un hombre bueno y el tiene una humanidad enorme.
P.: ¿Crees que el cine tiene más pegada que el teatro para denunciar injusticias?
R.: Apelo a la famosa frase de Eduardo Galeano que decía que un montón de gente pequeña en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, pueden cambiar las cosas. Evidentemente una película, una novela o una canción no cambian el mundo. Son una pieza más en un conjunto de piezas que te permite ver mejor a 15, 20 o a 100.000 personas, y reflexionar sobre cosas que de otra manera no conocerías.
P.: ¿Es más fácil denunciar el poder, y que el espectador de clase media se sienta agraviado, que poner el foco en los desfavorecidos, y que de algún modo ese espectador sienta que es un privilegiado?
R.: Es una reflexión que no había pensado nunca y me parece muy interesante. La diferencia entre sentirse agraviado o privilegiado. Por ejemplo, la respuesta al feminismo en los últimos tiempos tiene mucho que ver con eso: de repente te colocan en una situación donde te están diciendo que estás en una situación privilegiada frente a otros. Eso genera una reacción enormemente agresiva y adversa. Y creo que sobre eso cabalga mucho la extrema derecha. Sentirse privilegiado genera mucha incomodidad. Y sí, la mayoría del planeta no son privilegiados. Y hay una parte minoritaria en una isla que se llama Europa y Estados Unidos, donde se vive una situación de privilegio, aunque dentro de nuestra isla también viven gente en situación muy frágil.
P.: ¿Qué pesa más en tu identidad ahora? ¿El autor -ya sea teatral o de cine- o el actor?
R.: Fundamentalmente me gano la vida actuando. Es lo que hago, seguiré haciendo, me da un enorme placer y lo que más me define. Sí es cierto que cada vez encuentro mucho más placer en contar historias, escribiendo o dirigiendo. Pero levantar un proyecto de cine es una cosa muy lenta, que lleva mucho tiempo, mucho trabajo, convencer a mucha gente y juntar mucho dinero.
P.: ¿Una película como la tuya está en peligro de poder financiarse con la nueva Ley Audiovisual
R.: Si no cambian mucho las cosas es muy difícil que películas que hemos visto a final del siglo pasado y principios de este se puedan seguir haciendo. La puñalada de la última Ley Audiovisual ha sido ha sido cruel con el cine independiente. Y lo que marca la personalidad de un país tiene mucho que ver con este tipo de cine. En el cine de Almodóvar o en Cinco lobitos es donde nos reconocemos. Y las películas que viajan y son reconocidas nos explican fuera.