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Un gasoducto submarino entre España e Italia: el caro y ambicioso "plan B" si Francia bloquea el Midcat

  • Ambos países estudian la viabilidad de este conducto, más costoso y complejo que la alternativa por Francia

  • Los expertos advierten de que la infraestructura puede quedar "varada" si no puede transportar hidrógeno en un futuro

ÁLVARO CABALLERO
8 min.

A medida que se acerca un invierno que pinta oscuro, Europa acelera su búsqueda de alternativas al gas ruso. España, que se presenta como un proveedor clave para el norte del continente por su gran capacidad de regasificación y su conexión con el Magreb, ya ha movido ficha y quiere que se acabe de construir el gasoducto que uniría Cataluña con Francia, conocido como Midcat. Pero frente a las reticencias de París, el Gobierno ha avanzado su "plan B": un gasoducto submarino

La infraestructura, que comenzaría a funcionar en 2028, supondría la construcción de un conducto de cerca de 700 kilómetros con un coste por parte de la operadora española Enagás de 1.500 millones de euros, según su plan estratégico. A ello habría que sumar la aportación de la gasística italiana Snam, que podría elevar el coste total a 3.000 millones. Todo ello si lo autorizan los reguladores nacionales y europeos.

Podría trasladar hasta 30 bcm (miles de millones de metros cúbicos) de gas al año, según los cálculos de Snam, lo que lo haría mucho más potente que lo proyectado con el Midcat (7,5 bcm) y que la conexión actual por los Pirineos en el País Vasco e Irún (7 bcm). Otra de sus ventajas es que "ayudaría a que la capacidad de regasificación de la Península Ibérica pudiese compartirse más con Europa, ya que ahora está limitada a la interconexión francesa", según señala a RTVE.es Pedro Fresco, director de Transición Ecológica de la Generalitat Valenciana y especialista en mercados energéticos.

España es, con seis plantas activas y una que se espera que pueda funcionar en breve, el país europeo con mayor capacidad de regasificación de gas natural licuado -de hecho, tiene un tercio de la capacidad total de la Unión-, la alternativa más rápida al combustible ruso. Es, además, el único país de la UE, junto a Italia, con conexiones con Argelia, otra fuente alternativa al gas del este. Sin embargo, este potencial se ve limitado por el "cuello de botella", como lo ha definido Pedro Sánchez, de unas escasas conexiones internacionales (además de los conductos pirenaicos, tiene otras dos comunicaciones con Portugal).

"Tardaría varios años en ponerse en servicio" y sería "muy caro"

El Gobierno ha ido aumentando la presión en las últimas semanas para ampliar las conexiones con otros países, ya sea a través del Midcat como con Italia. "Si no sale adelante el plan A, pues habrá que buscar el plan B, y el plan B es la interconexión de la Península Ibérica con Italia", señaló Sánchez la semana pasada, una idea en la que ha vuelto a insistir en su reciente reunión con el canciller alemán. También dio su visto bueno el primer ministro italiano, Mario Draghi, aunque recordó que se trataba de una "hipótesis".

Ya antes de las palabras de Sánchez, en mayo, Enagás había firmado con Snam un proyecto para estudiar la viabilidad del proyecto. La Comisión Europea también incluyó analizar esta infraestructura, así como la conexión de los Pirineos, en su plan REPowerEU, la hoja de ruta para dejar de depender de los combustibles rusos.

Pero un gasoducto de esta envergadura no está exento de inconvenientes. "Es una solución más complicada técnicamente porque no está estudiada, tardaría varios años en ponerse en servicio y tendría un coste muy superior a la solución que atravesaría Francia", apuntaba en RNE Pedro Mielgo, ingeniero, consultor y presidente de NGC Partners.

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Construir una infraestructura como esta, que circula por debajo del mar, es "muy caro", según Rafael Riquelme, experto en energía del Consejo de Ingenieros Industriales. "Se suele recurrir a gasoductos submarinos cuando no hay otra opción o cuando se quiere evitar zonas de conflicto, y en este caso no es así", añade. "No le veo mucha lógica técnica a esa alternativa", señala, dado además la buena interconexión que ya tiene Italia con Argelia.

La propia ministra de Transición Ecológica, Teresa Ribera, ha reconocido que "es mucho más fácil, rápido y directo poder culminar la conexión a través del Pirineo con el sistema gasista francés" que la alternativa italiana. Ribera se ha mostrado optimista respecto a la rápida puesta en marcha del Midcat, cuyo tramo español -del que quedan solo 200 kilómetros por construir- podría estar listo en "ocho o nueve meses", señaló a principios de agosto en una entrevista en TVE.

¿Un gasoducto de hidrógeno?

Pero más allá del coste económico y del tiempo que tardaría en poder funcionar, Fresco apunta a otro "gran inconveniente" para el gasoducto submarino. "Al final el gas es una energía que tú quieres dejar de consumir en menos de 30 años. Hacer una infraestructura que tiene fecha de caducidad choca con todo lo que tú quieres hacer. Aquí hay una contradicción entre la urgencia y la necesidad", resume.

La Unión Europea quiere dejar de consumir gas natural en 2049, y el nuevo plan para no depender del combustible ruso quiere acelerar aún más esta transición a energías que no emitan gases de efecto invernadero. Entre ellas, Bruselas ha depositado sus esperanzas en el hidrógeno verde, que se crea a partir del proceso de electrólisis (separando la molécula del agua con energía procedente de las renovables), y que se puede almacenar y transportar como el gas.

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"Si tú quieres hacer un gaseoducto, por sentido lógico de los tiempos tiene que ser compatible con el hidrógeno. Porque si no, es una inversión que a lo largo de unos años te va a quedar varada", subraya Fresco. El problema es que se trata de una energía "muy incipiente" y "no sabemos si tiene mucho sentido enviar hidrógeno por un gaseoducto". Otra alternativa sería enviar al punto de consumo la electricidad necesaria para crear el hidrógeno.

"Si tú quieres hacer un gaseoducto, por sentido lógico de los tiempos tiene que ser compatible con el hidrógeno. Porque si no, es una inversión que a lo largo de unos años te va a quedar varada"

Tampoco se conoce la disponibilidad de fuentes de energía renovables ni de agua que habrá en un futuro para poder generar hidrógeno verde. "No lo sabemos, es uno de los riesgos que tiene crear un mundo nuevo", añade el autor de libros como El nuevo orden verde. Otro inconveniente es su alto precio a día de hoy. El coste para producir hidrógeno a partir de gas natural (el conocido como hidrógeno gris o azul) es de 0,5 a 1,7 dólares por kilo, mientras que para producir el verde se gastan entre tres y ocho dólares por kilo, según los datos de 2021 de la Agencia Internacional de la Energía, que espera que este coste se reduzca y pueda ser competitivo en la próxima década (cerca de 1,3 dólares por kilo).

Actualmente, entre un 60% y un 75% de la infraestructura europea de gas puede ser reutilizada para transportar hidrógeno, según Enagás, que también calcula que en 2030 España podría aportar a Europa el 20% de la producción de esta energía proyectada en el continente a través del corredor ibérico del hidrógeno.

Regasificadoras flotantes y retomar el Midcat, las alternativas

Frente a inversiones inciertas como estos gasoductos existen otras alternativas como las regasificadoras flotantes, apunta Fresco. Se trata de grandes embarcaciones que pueden regasificar este combustible en los puertos y después inyectarlo en los gasoductos sin necesidad de construir una planta para este fin en tierra. "Si nosotros pudiésemos reducir el consumo de gas con suficiente rapidez, sería mejor una solución temporal que hacer una infraestructura permanente. Todo depende de lo rápido que podamos dejar de usar el gas y generar una economía del hidrógeno", afirma, y reconoce que se trata de una decisión "complicada" dado el escenario actual.

"Si nosotros pudiésemos reducir el consumo de gas con suficiente rapidez, sería mejor una solución temporal que hacer una infraestructura permanente"

"En una situación normal, el Midcat fue rechazado porque no tenía sentido", recuerda. El proyecto transpirenaico fue tumbado definitivamente en 2019 tras un dictamen conjunto de los reguladores de la competencia de España y Francia, ya que consideraban que era inviable económicamente, lo que provocó que la Comisión Europea no lo incluyera como proyecto de interés comunitario.

Actualmente, está más avanzado en el tramo español, donde llega hasta Hostalric, en Girona. En Francia, en cambio, la decidida apuesta del país por la nuclear ha provocado una falta de interés en este proyecto. Así ha sido hasta esta semana, cuando el Gobierno galo se ha abierto a estudiar la posibilidad de culminar el gasoducto tras la presión conjunta de España y Alemania y el apoyo en un segundo plano de Bruselas. La guerra de Ucrania ha cambiado radicalmente el panorama energético europeo, y grandes infraestructuras que hasta hace pocos años se consideraron inviables o poco lógicas aparecen ahora como una oportunidad para abandonar la era en la que Rusia era el gran proveedor de energía del continente.

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