Desde este lunes, la población general menor de 60 años que contraiga la COVID-19 de forma leve o asintomática no tiene que guardar aislamiento; tampoco sus contactos estrechos. Así lo decidieron el Ministerio de Sanidad y las comunidades autónomas el pasado 22 de marzo, cuando anunciaron la actualización de la Estrategia de Vigilancia y Control de la enfermedad, que avanza un paso más en la ‘gripalización’ del coronavirus.
La realización de pruebas diagnósticas para detectar la enfermedad se centrará ahora en los casos graves, colectivos más vulnerables (mayores de 60, inmunodeprimidos y embarazadas) y entornos con alta probabilidad de contagio;(centros sanitarios, sociosanitarios y otras instituciones). Según Sanidad, este cambio se justifica ante la “disminución observada en la gravedad de los casos notificados y la necesidad de garantizar una asistencia de calidad a aquellos individuos que presenten patologías que requieran atención sanitaria”.
A la espera de que la Comisión Nacional de Salud Pública apruebe la eliminación de la obligatoriedad de la mascarilla en espacios cerrados -el 6 de abril está previsto un nuevo Consejo Interterritorial de Salud que pretende abordar esa cuestión-, las autoridades sanitarias ya han flexibilizado otros parámetros que, hasta hace un tiempo, eran fundamentales en la toma de decisiones que marcaban el rumbo de la pandemia.
La incidencia de los más vulnerables, la única que importa ahora
Nacho de Blas, docente e investigador en Epidemiología Veterinaria de la Universidad de Zaragoza, exponía en Twitter los cambios de referencia en los niveles de riesgo para el control de la pandemia. Por un lado, las incidencias a 14 y siete días a nivel general ya no importan, pues no se recogen como principales indicadores. De Blas auguraba en conversaciones con DatosRTVE que Sanidad dejaría de proporcionar esos datos “porque no son representativos de la población tal y como ellos establecen”. Esta misma tarde lo confirmaba el Telediario de TVE.
Quique Bassat, investigador ICREA en ISGlobal, sostiene que “seguir produciendo datos de incidencia creo que siempre es bueno y cuanto más transparentes seamos con los datos, mejor”. Sin embargo, el epidemiólogo y pediatra también defiende que quizá ahora sea más importante que la información que se traslade a la sociedad “tenga más que ver con las consecuencias graves de la pandemia y no tanto con el número de contagios, que ahora mismo aporta relativamente poco”.
Los colectivos en los que se centran los esfuerzos de Sanidad son los de las personas más vulnerables, principalmente los mayores de 65 años. De hecho, este indicador, que ya se contemplaba en las Estrategias de Vigilancia y Control previas, también ha sufrido cambios, pues el grupo se amplía y comienza a partir de los 60 años. De Blas no cree que este cambio sea “trascendental” para el control de la pandemia, y Bassat califica de “bueno” este movimiento, pues es una cohorte con cierto riesgo de desarrollar la enfermedad grave.
Sin embargo, como se puede ver a continuación, la última estrategia. Así, si hasta hace unas semanas una incidencia superior a 250 casos por cada 100.000 habitantes situaba a los mayores de 65 años de un territorio en riesgo muy alto, desde el pasado 23 de marzo pasarían a estar en nivel bajo, lo que equivale a descender tres escalones de riesgo de golpe.
Nacho de Blas reconoce que esta flexibilización de criterios se ajusta en parte a una nueva fase de la pandemia en la que los niveles de incidencia no se corresponden con los de hospitalización. “Antes, por ejemplo, con 250 casos por incidencia, teníamos los hospitales llenos y ahora con 2.500 están medio vacíos, o medio llenos, según lo quieras ver”, expone. No obstante, cree que la percepción de riesgo bajará ante estos baremos tan permisivos. “A mí lo que me da miedo es que se trivialicen los sistemas de control”, resume.
La curva de hospitalizados se mantiene como referente
“Está muy claro que los indicadores que más nos deben interesar ahora mismo son los que conllevan información sobre la gravedad de las infecciones”, manifiesta el epidemiólogo Quique Bassat. También coincide con él De Blas: “Realmente lo que importa ahora es la aparición de hospitalizados, o sea, a qué ritmo hay nuevos casos en los hospitales”.
La postura de ambos profesionales se ajusta a la estrategia de Sanidad, que ha decidido en gran medida no modificar los criterios para medir la tasa de ingresos en planta y en las unidades de cuidados intensivos. Sí lo ha hecho en el caso de las nuevas hospitalizaciones, cuyos niveles se han vuelto mucho más estrictos, como se puede ver a continuación.
Por el momento, desde el 15 de marzo, la presión sanitaria a nivel general en España desciende y, según los últimos datos del ministerio, se sitúa en el 3,5%. En el caso de las UCI, la saturación cumple ya dos meses en descenso, desde el 25 de enero, y se colocan en un 5,4%.
A pesar de las buenas cifras en los hospitales, el docente de la Universidad de Zaragoza insiste: “Hay que hacer un buen rastreo o buscar uno de variantes que estén circulando, y ver el nivel de propagación que hay del virus en la población, que es lo que nos daba la incidencia”. También recuerda que la Red Centinela -el sistema vigilancia encargado de obtener información sobre algunas enfermedades- aún no está implantada, por lo que no existen datos representativos de la población general que ayuden a tomar decisiones.
España replica el modelo de Suecia y Reino Unido
La estrategia puesta en marcha ahora por parte del Ministerio de Sanidad sigue los pasos de algunos países europeos. En el modelo sueco se suprime la búsqueda y el rastreo de contagios. Ese territorio también eliminó todas sus restricciones, incluida la mascarilla en interiores, hace más de un mes, de la misma forma que Reino Unido. Como este país, España adopta la supresión de las cuarentenas en los contactos estrechos y de los aislamientos en asintomáticos y en los casos leves.
¿Era el momento de aplicar ambas medidas a la vez? De Blas cree que no. “Lo normal hubiese sido poner en marcha primero una, esperar dos semanas para obtener una línea basal del nuevo sistema de medición, y aplicar después la siguiente para observar si el cambio de la medida hace que aumente o disminuya la incidencia”. Al tomar dos decisiones a la vez, no existen referencias para saber realmente dónde nos encontramos.
Por el momento, España no se sitúa entre los territorios que más casos reportan, ni siquiera a nivel europeo, como sí ocurre con Austria o Suiza. Sin embargo, en las últimas jornadas la tendencia era al alza, acercándose a los 500 casos por cada 100.000 habitantes -el antiguo riesgo muy alto-. Además, la decisión de publicar solamente información dos veces a la semana dificulta la comparación de los datos con las naciones de nuestro entorno como Francia o Italia, que siguen reportándolos en más ocasiones.