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Éxodo en Ucrania (IX)

A bordo del tren húngaro con destino Ucrania: "Yo vuelvo a por mi madre y mi abuela"

EBBABA HAMEIDA (Enviada especial a la frontera entre Hungría y Ucrania)
6 min.

A medida que avanzamos hacia el este vamos dejando atrás las majestuosas construcciones de Budapest, que se ven sustituidas por casas bajas y extensas llanuras cubiertas de un verde apagado por el frío. Nunca había sido tan importante esta frontera para los habitantes de Zohany, una pequeña localidad húngara en la que se encuentra uno de los cinco puntos de acceso desde Ucrania. Cada mañana el pueblo se despierta con el tren de las siete, abarrotado de personas huyendo de la guerra. También llega gente en coche y a pie.

Toda la vida de este pueblo gira en torno a la atención y la acogida de miles de personas que buscan refugio. Aquí se gestiona la autorización de entrada, por lo que los refugiados demoran más de una hora para bajar del vagón, las personas que no cuentan pasaporte biométrico son filiadas en un registro específico para obtener el permiso de entrada temporal al país.

Una doctora ucraniana que trabaja en Hungría: "Yo estoy a salvo, pero ellos no"

Hungría ha dado un giro radical a su política migratoria y ha pasado de levantar muros, como en la crisis de refugiados de 2015-2016, a abrir sus fronteras, donde se puede ver a policías ayudando a las mujeres y niños que llegan. Les esperan traductores voluntarios, personas que ofrecen sus coches para trasladarlos, carpas con comida y bebida, incluso la propia estación de trenes del pueblo se ha convertido en un centro de primera acogida. El bar ha dejado de cobrar por los cafés, tés o agua y al lado hay una guardería improvisada para los más pequeños. Al otro lado vemos que hay un cuarto estrecho con muchas cajas. Medicamentos, una cama improvisada y se ve a María Jelinde con la cabeza agachada mirando el móvil. “¿Todo bien, alguna urgencia?”, salta al darse cuenta de que está siendo observada. “Soy médico y atiendo a las personas que llegan”, cuenta que vive en Budapest y es ucraniana.

Me siento culpable por estar en un lugar seguro y mi familia no

A pocos kilómetros al este de la estación, indica, vive su familia. Pertenecen a la minoría húngara que vive en territorio ucraniano. Se calcula que hay unas 200.000 personas de esta minoría, que viven en el oblast de Zakarpatia. “Antes iba y venía a casa, ahora ya no puedo”, explica. Su familia no quiere marcharse de su casa, porque en estas localidades del oeste de momento no han llegado los bombardeos. Argumentos que no la consuelan, vive dividida. Se emociona y confiesa: “Me siento culpable por estar en un lugar seguro y mi familia no”. Ella estudió medicina en Ucrania y llevaba dos años trabajando en Hungría. “Yo vengo aquí en mis días libres para ayudar a mi gente y sentirme útil”, arguye.

María y Bernadette, dos doctoras que trabajan como voluntarias en la estación Ebbaba Hameida

Estos días de guerra a distancia se apoya de su compañera de trabajo Bernadette, es húngara y, en estos días de zozobra, empatiza y la acompaña. Llevan desde el sábado en la estación: “No siempre necesitan atención médica, pero me consuela estar aquí”, dice.

Llaman a la puerta, salimos para que hagan una revisión a un niño que tiene mucha tos. “La gente llega con dolores de cabeza, ansiedad y mayoría con constipado”, asegura.

Mujeres que vuelven a Ucrania para intentar convencer a su familia

Otras mujeres deciden dar el paso y volver para intentar convencer a su familia. Como Petra, que deambula de un lado a otro y al rato se queda quieta. Preguntaba por el tren a Chop, una localidad ucraniana fronteriza: “Yo me voy a por mi madre y mi abuela”, dice contundente.

Si ellas no vienen yo no puedo volver

Esta joven de 28 años lleva un abrigo rojo, un gorro de lana y la mascarilla le aprieta la cara. Apenas se perciben sus ojos celestes. Nos atiende, pero está pendiente de su tren de vuelta a Ucrania. Es una de esas personas que se montan en el tren en el sentido contrario. Es consciente de que su trayecto es a la inversa y de los riesgos de la escalada de tensión, sin embargo, necesita volver a encontrarse con su madre y su abuela. Ella lleva dos años viviendo en Hungría donde trabaja y reside con su pareja. “No puedo dormir, necesito ir y convencerlas para que me acompañen hasta aquí”. Sabe que su misión es difícil porque ni su madre ni su abuela quieren dejar su hogar. “Si ellas no vienen yo no puedo volver”, concluye resignada.

Dos azafatas que vuelven porque la guerra comenzó cuando estaban fuera

El tren con rumbo a Ucrania no va vacío. Hombres que vuelven, mujeres e incluso niños viajan de vuelta a casa, unas para recoger a sus familiares, y muchas que vuelven porque la guerra comenzó cuando estaban en el extranjero. Es el caso de dos azafatas que aún no se han cambiado el uniforme.

Natalia tiene 40 años y quiere viajar a Kiev para rescatar a su niña de seis años. Ella estaba en Estados Unidos de viaje por trabajo. “Mi marido se ha unido al ejército y mi hija está con una amiga. Mis padres viven fuera de la Kiev”, explica que ahora tiene que llegar hasta la capital para intentar traerse a su niña. “Ellos se han ido y nosotras nos hemos quedado con todas las cargas familiares”, asegura. “Es lo que hay”.

En el vagón se respira cierta tranquilidad aunque detrás de las miradas se percibe la incertidumbre. Vuelven para ayudar a los suyos. Ana vivía en Dubái y trabajaba como azafata, ella también está en el tren y quiere volver a Kiev.

Ana, una joven ucraniana que viaja hacia Hungría. Ebbaba Hameida

En las estaciones las colas son para salir de Ucrania, no para volver. Y en ellas la mayoría son mujeres que se tienen que quedar al frente de lo cotidiano, del día a día y de la misma vida. Las estaciones de tren llevan su nombre y en la frontera quedarán grabadas sus huellas. “Ellos se quedan y nosotras nos vamos, pero aunque parezca lo contrario, yo sé que no lo vamos a tener tan fácil las mujeres”, concluye Petra.

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