Alexandr tiene cinco años y su mayor diversión desde que su familia huyó de Kiev. "¡Papá! ¡Papá!", grita cuando ve su rostro aparecer en el móvil. "Hoy ya llevamos diez videollamadas", dice su madre con paciencia, pero feliz de que los dos puedan hablar.
Acaban de llegar a un hotel en la pequeña ciudad de Jaroslaw, muy cerca de la frontera polaca por la que cruzaron. Alexandr "no comprende por qué su padre no está con él", asegura su madre. "Afortunadamente, no entiende todo lo que está pasando, aún es demasiado pequeño". Su padre tenía 58 años, por lo que como todos los hombres entre los 18 y los 60, se tuvo que quedar obligatoriamente en el país.
“No les importó que solo le quedaran dos años para no ser reclutado, que tuviera problemas de salud, que tuviera dos hijos“
"No les importó que solo le quedaran dos años para no ser reclutado, que tuviera problemas de salud, que tuviera dos hijos", se lamenta su mujer, que prefiere mantenerse en el anonimato. Solo se libran de la movilización general los que tengan tres hijos o más. La guerra ha separado a miles de familias: ancianos, mujeres y niños han escapado como han podido del país, a veces acompañados hasta la frontera por sus padres, maridos y hermanos, que se han quedado a luchar contra las tropas rusas.
"Mi padre tiene 78 y decidió quedarse para defender Ucrania"
"Huimos porque mi hijo es celíaco y nos quedamos sin provisiones para él", dice Danya, con el pequeño a brazos en un centro comercial reconvertido en refugio en Korczowa, otro punto de la frontera. "No queríamos irnos porque allí se han quedado mi padre y mi marido. Estoy muy preocupada por ellos", señala, intentando contener las lágrimas.
Su padre tenía 78 años y aunque tenía la oportunidad de huir, decidió seguir en su ciudad, Sambor, para protegerla de los atacantes. "Decidieron quedarse para defender nuestro país. Yo estoy todo el rato rezando, solo Dios sabe qué puede pasar", dice. Como la mayoría de familias que han llegado a Polonia, quiere volver a su país, aunque no sabe cuándo podrá.
Lena, la hermana de Alexandr, tiene 18 años e iba a empezar la carrera de Economía en Kiev el próximo septiembre. Tal vez, en un futuro, quería irse a estudiar fuera, "pero no ahora, no por tener que huir de la guerra". "Ahora no sé qué haré, estoy mirando universidades en Alemania o Austria, donde creo que iremos" explica en un perfecto inglés.
“Tengo 18 años, nunca había escuchado bombas, no creí que pudieran caer en mi ciudad“
La madrugada del jueves, cuando comenzó la invasión, escuchó el sonido de las bombas, pero pensó que era una tormenta. "Tengo 18 años, nunca había escuchado bombas, no creí que pudieran caer en mi ciudad", afirma. Enseguida dejaron su casa, en la 24ª planta de un edificio, para irse a una pequeña casa que tenían en las afueras, pero pronto vieron que no sería seguro y emprendieron el mismo camino hacia Europa occidental que cientos de miles de familias.
La crisis de refugiados tras el estallido de la guerra en Ucrania ya es la más importante de este siglo. Más de un millón de personas han dejado el país, según la ONU, y más de la mitad lo han hecho a Polonia.
"Nuestros maridos nos llevaron hasta la frontera y volvieron a la guerra"
En uno de los puntos de entrada, en Przemysl, está Julia junto a su cuñada y los hijos de ambas, entre los 8 y los 20 años. "Mis hijos no paran de llorar, no entienden por qué han tenido que dejar su hogar ni a su padre detrás", asegura. Tuvieron que abandonar la escuela y la universidad de un día para otro y están buscando retomar lo antes posible sus estudios en Polonia. Ellas dos quieren trabajar.
Victoria viene con su hijo, su hermana y las dos hijas de ella desde Jersón, una ciudad al sur del país que acaba de caer en manos rusas. "Nuestros maridos nos llevaron hasta la frontera y volvieron para ir a la guerra", dice. A pesar de todo, mira con esperanza hacia el futuro. "Creo que las negociaciones darán sus frutos y habrá paz pronto". Ni siquiera ha pensado dónde ir, ya que está convencida de que será cuestión de días o semanas que pueda volver.
Las últimas noticias permiten albergar algo de optimismo. Ucrania y Rusia han pactado abrir corredores humanitarios, en el primer acuerdo entre los dos países desde que empezó la guerra. Ha mejorado la situación además en las carreteras de salida del país. Ella tardó solo una hora en llegar desde Leópolis hasta la frontera polaca, cuando a finales de la semana pasada la espera podía durar días enteros.
"¿Qué hemos hecho nosotros para que nos invada Rusia?"
Muchas se quedarán en casas de amigos o familiares. Un amigo del marido de Julia "muy generoso", según asegura, se ha ofrecido a acoger a los siete. Otro dará cobijo a Anna, a su madre, a su hija y a sus dos perros, que vienen desde Járkov, la segunda ciudad más importante de Ucrania y actualmente sitiada por el Ejército ruso.
La familia de Aleksandr y Lena ha tenido suerte. La empresa de su madre les ha pagado el hotel para el primer día y el tren para llegar a Múnich, donde se quedarán con amigos. El padre, por su edad, probablemente no tendrá que combatir. "Esperemos que le hagan cocinar, encargarse del almacén y cosas así", confía ella.
A Lena, que ha pasado varios veranos en campamentos en varios países, amigos de medio mundo le han ofrecido quedarse en sus casas. "Hasta una amiga de México me dijo que podía quedarme en su casa, pero no me quiero ir tan lejos de Ucrania", dice. "No entiendo por qué hemos tenido que irnos. Es una guerra absurda. ¿Qué hemos hecho nosotros para que nos invada Rusia?", se pregunta.
“No entiendo por qué hemos tenido que irnos. Es una guerra absurda. ¿Qué hemos hecho nosotros para que nos invada Rusia?“
El conflicto ha cambiado radicalmente cómo eran los ucranianos, asegura. "Antes, había gente que era muy anti-Putin. Nosotros no entendíamos por qué tanto interés, la mayoría solo queríamos vivir nuestra vida. Ahora todo ha cambiado", sigue. La invasión ha unido a un país que estaba "muy dividido" y que ahora se ha unido en torno a sus tropas.
"El Ejército ruso puede ser mucho más potente, pero la motivación que tiene Ucrania es increíble. Putin pensaba que iba a invadirnos en dos días, pero estamos resistiendo como nunca lo hubiéramos imaginado", señala su madre.
La gente de Kiev, dice Lena, tienen fama de ser egoístas, de mirar solo por ellos mismos. "Sin embargo, cuando tuvimos que huir, muchas familias nos alojaron en sus casas para que no tuviéramos que dormir en el coche, nos dieron de comer, fue impresionante".