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Análisis | Guerra en Ucrania

Vladímir Vladimirovich Putin y las venas abiertas de Rusia

JOSÉ CARLOS GALLARDO
6 min.

El antiguo espacio soviético es, como podría haber dicho Eduardo Galeano, una amplísima región de venas abiertas. Algunos viejos Estados de la URSS lo tienen claro: entraron en la UE y, de ahí, no se imaginan salir.

A los Bálticos ni les hables. No les amedrentan los temores ni las amenazas en torno al corredor de Suwalki, que conecta Bielorrusia con Kaliningrado, el enclave ruso entre Polonia y Lituania.

Pero hay países que, a pesar de la ocupación marcada a fuego en su pasado, han llegado a bailarle más el agua a Moscú que a Bruselas, que es ante quien deben responder. Hablamos de Hungría.

El presidente húngaro, Víktor Orbán, sin embargo, ha sorprendido a propios y extraños al condenar la invasión rusa y al aceptar a los refugiados ucranianos que lleguen. Quizás es que lo que está ocurriendo estos días, desde la madrugada del jueves 24, era impensable hasta el miércoles 23. Europa, en pleno siglo XXI. Imposible, pero cierto.

Los orígenes de Putin

El mandatario ruso, Vladímir Putin, ha llegado a los 70 años con el objetivo de marcarse objetivos vitales y el de ahora es recuperar su idea de la “Gran Rusia”. A cualquier coste. No le basta con quedarse eternamente al otro lado de esa infinita mesa blanca del Palacio del Kremlin.

Putin es de San Petersburgo… ¿Recuerdan? A la Leningrado de la II Guerra Mundial no le gana nadie en materia de resiliencia. Pero el mismo poder de Moscú que llegó a desear incluso que la ciudad acabase sucumbiendo a los nazis, lo representa él desde hace años. Eso sí, conoce los puntos débiles de unos y de otros.

Se crio en una Kommunalka, un apartamento comunitario que, como poco, imprime carácter. Fue agente del KGB en la Alemania Oriental. Llegó a la jefatura del gobierno en los turbulentos años 90 y, además, para acabar borrando del mapa a un Yeltsin del que se reían Clinton y los demás. Estos son los orígenes de Vladimir Vladimirovich Putin.

Ucrania, una creación de Rusia en la mente de Putin

A principios de semana, se le acababa la paciencia. Y, al anunciar la independencia de las repúblicas prorrusas del Donbás, de Donetsk y Lugansk, aprovechó para retransmitir por televisión su idea de Ucrania y lo que dejó fue un perfil manipulado de lo que es y de lo que debería ser porque, simplemente, ¿qué frontera ha permanecido inamovible a lo largo de la Historia? Dijo, entre otras muchas otras cosas realmente dolorosas para el pueblo ucraniano, que ese territorio era “una creación de Rusia” porque, en su opinión, todo lo anterior había sido un cúmulo de terrenos sin conexión, de regalos y robos.

Putin reclama Ucrania, también, como herencia de los bolcheviques, pero ellos -en su momento- ya tuvieron que reconocer que Ucrania tenía entidad propia. A Kiev y a Moscú; culturalmente, es más lo que les une que lo que les separa, pero ambas son capitales de Estados soberanos, diferenciados, con sus tradiciones, su idioma… por mucho que el jefe del Kremlin se empeñe en reescribir la Historia. ¿Que Ucrania es un país con diferentes tendencias y aspiraciones europeístas y/o prorrusas? Que levante la mano, en Europa, el país que no albergue distintas sensibilidades…

Pero al presidente de la Federación Rusa no le duelen prendas. En unos días en los que ha comparecido en innumerables ocasiones para declarar independencias, denostar a Ucrania, conmemorar el Día de la Patria, anunciar la guerra y llamar al ejército ucraniano a que se rebele porque el gobierno de Kiev “está en manos de narcomani (drogadictos) y neonazis”… también ha vuelto a demostrar su soberbia. La misma que le ha hecho omnipotente en su país, desde que en 1999 asumiera la jefatura del gobierno y, luego, la del Estado.

La misma soberbia con la que apaciguaron -a base de jeringuilla y tranquilizantes- a las madres de los chicos del Kursk en el 2000 o con la que gasearon a secuestradores y secuestrados en el Teatro Dubrovka en el 2002 o con la que dieron la orden de arrasar el colegio número 1 de Beslán para acabar, sin medias tintas, con los terroristas… Ocurre que, además, murieron más de 300 personas. Y más de la mitad, niños, enterrados en ese terrible “Cementerio de los ángeles” a las afueras de la localidad. Pero objetivos, logrados.

"La vida no vale nada"

"La vida no vale nada", te dicen muchos en Rusia. Tanto los que protestan abiertamente ante cada uno de los pasos del nuevo zar de Rusia como los que no se atreven a arriesgarse a ser detenidos, como estos días en Moscú y San Petersburgo en las movilizaciones contra la guerra en Ucrania. “La vida no vale nada”. Lo sabía Anna Politkóvskaya. Lo sabía Natalia Estemírova, allí en Grozni, días antes de aparecer sin vida en una cuneta. Y tantos otros lo han sabido. Como, ahora, Navalni desde prisión.

Igual que no le ha costado levantar el teléfono para dar la orden de atacar, sin pensar el peaje de las vidas humanas, tampoco le duele a Putin dejar a nadie en evidencia e, incluso, humillarlo. Hace unos días, sin ir más lejos, lo hacía abiertamente con el jefe de su Servicio de Inteligencia Exterior, Sergei Narishkin. Ante las cámaras y durante la reunión del Consejo de Seguridad Nacional, él le pregunta si está de acuerdo en que Donetsk y Lugansk sean independientes porque le ha visto algo indeciso al proponer que antes, se hable con Kiev. “Hable claro”, le pide Putin. “¿Va a reconocer o reconoce?”. Narishkin, ciertamente nervioso, le contesta que sí: “Apoyo la propuesta de ingreso de las repúblicas populares de Donetsk y de Lugansk en la Federación Rusa”. Pero Putin, revolviéndose en la silla con la frialdad del viejo Telón de Acero, le insiste en que “eso no es lo que le he preguntado, ¿reconoce o no?”. Narishkin, ya tembloroso, le contesta definitivamente que sí: “Reconozco la independencia de las repúblicas populares de Donetsk y de Lugansk”.

Informe Semanal - El nuevo telón de acero - ver ahora

En 2008, ocurrió lo mismo con Osetia del Sur y con Abjasia. Hubo reconocimiento de su independencia, pero no forman parte de la Federación Rusa. Hay paralelismos entre la de hoy y aquella guerra de Georgia ordenada por el incontrolable Mijail Saakashvili. Fue, sin duda, otra pica en Flandes. Como el arrebato sangriento del 2014 en el Maidán, en las regiones prorrusas del este de Ucrania y en Crimea, que acabaría siendo anexionada por Rusia a su territorio de forma unilateral. A todo, sumémosle la deriva bielorrusa y Transnistria, en Moldavia. El poder y el mapa.

Putin, como innumerables especies, sigue marcando su territorio ante la mirada atónita de la Unión Europea. Bruselas sí ha logrado mantenerse unida a la hora, por ejemplo, de decidir sanciones de amplio alcance que –como sabe- pueden acabar incluso repercutiéndole. Pero los analistas se preguntan si esto será suficiente, mientras parece que poco más se puede hacer que desear que las negociaciones que han arrancado este lunes entre Moscú y Kiev logren cerrar algunas heridas.

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