Estados Unidos, el país del mundo más afectado por la pandemia de la COVID-19, saluda a la nueva presidencia del demócrata Joe Biden con más de 400.000 muertes acumuladas por coronavirus y 24 millones de casos, según el recuento independiente de la Universidad Johns Hopkins. Es más del 25 % de los casos confirmados y casi el 20 % de los fallecimientos provocados por la COVID-19 en todo el mundo, pese a que el país norteamericano solo supone el 4 % de la población mundial.
Cuando Biden se siente por primera vez en el Despacho Oval, lo hará al mando de un país que se mueve en máximos de casos y fallecidos desde que empezó la pandemia, una tercera ola que comenzó ya en octubre y en la que se han superado picos de 250.000 nuevos casos diarios y una media de 3.300 muertes en este mes de enero.
Hace tiempo que el balance de fallecidos supera las estimaciones más optimistas de la Casa Blanca -hoy del todo obsoletas-, que había proyectado en el mejor de los casos entre 100.000 y 240.000 muertes a causa del virus SARS-CoV-2. El presidente saliente de EE. UU., Donald Trump, había rebajado a su vez esos cálculos y se mostró confiado en que la cifra final estaría más bien entre los 50.000 y 60.000 fallecidos, aunque luego se corrigió y la elevó hasta 110.000 muertos, un número que también se ha superado con creces.
El Instituto de Métricas y Evaluaciones de Salud (IHME, en inglés) de la Universidad de Washington, en cuyos modelos de predicción de la evolución de la pandemia se fija a menudo la Casa Blanca, calculaba que en esta jornada, cuando Trump abandone, habrán muerto más de 405.000 personas y que para el 1 de mayo, cuando hayan transcurrido los 100 primeros días de Biden en la presidencia, serán más de 566.000.
Trump y Biden, dos visiones antagónicas
La pandemia llegó en año electoral al país del mundo más afectado en términos cuantitativos y un país previamente infectado por la polarización política y el peso de los bulos y las informaciones falsas. Con esos ingredientes, la gestión de esta enfermedad en Estados Unidos ha estado teñida por la polémica y deja un complicado legado al nuevo presidente.
La COVID-19 alcanzó a Donald Trump en persona y también se convirtió en uno de los factores decisivos de su derrota electoral. Provocó una crisis económica que truncó las proyecciones del Gobierno estadounidense y desmontó su principal baza electoral.
La irrupción del virus en Estados Unidos en marzo y las restricciones adoptadas para frenarlo destruyeron 20 millones de empleos y dispararon la tasa de desempleo hasta el 14,7 % en abril, una cifra no vista en más de 50 años, frente al 3,5 % registrado en febrero. Desde entonces, se ha ido reduciendo hasta el 6,7 % con el que cerró diciembre, pero aún hay millones de estadounidenses que han perdido su trabajo.
Durante meses, Trump se negó a llevar mascarilla y se burlaba de su rival en la campaña, Joe Biden, por usarla. También contradecía a los científicos y amenazó con el despido de su principal asesor, Anthony Fauci. El presidente republicano realizó polémicas declaraciones sobre el origen del virus y la forma de frenarlo. Llegó a sugerir públicamente inyectarse desinfectante o aplicar luz solar para curar la COVID-19, causando estragos entre los ciudadanos más crédulos, y minimizó el impacto de la COVID-19 en Estados Unidos, algo que reconoció haber hecho deliberadamente, afirmó, para "no crear pánico".
Mientras los Estados tenían que tomar medidas extraordinarias para tratar de frenar los contagios en el sur y el oeste del país durante el verano, en todo momento rechazó ofrecer una estrategia nacional contra la pandemia. La pandemia se ha movido sin freno por todo el país. Si en invierno la situación más preocupante estaba en Nueva York y la costa este, en invierno se ha desplazado al sur y el oeste del país, y California, con 39,5 millones de habitantes, es el primer estado en superar los tres millones de casos -España, con 47,5 millones de habitantes, ha registrado hasta ahora 2,3 millones de casos-.
Aunque parezca osado hacer análisis electorales alternativos a posteriori con hipótesis de un mundo sin pandemia, un trabajo del centro de estudios IZA World of Labor apunta que Trump podría haber ganado las elecciones en Arizona, Georgia, Pensilvania y Wisconsin si hubiera habido un 5 % menos de casos de COVID-19, Estados cuya victoria parcial le hubieran dado el triunfo a nivel nacional.
La lucha contra la pandemia, objetivo número uno
Biden pretende revertir con sus primeros decretos como presidente e impulsar otras nuevas, entre ellas un plan de ayuda económica contra el coronavirus de casi dos billones de dólares. El Gobierno federal lanzó dos paquetes de rescate, uno de 2,2 billones de dólares en marzo pasado, y otro de 900.000 millones de dólares en diciembre, que sin embargo se han mostrado insuficientes ante la magnitud de la crisis.
Biden corregirá incluso las últimas medidas de Trump, como el levantamiento de las restricciones de viajes a Estados Unidos desde Europa y Brasil, que estaban en vigor desde primavera, y que el presidente saliente decidió cancelar en las últimas horas de su mandato. De hecho, la nueva Administración demócrata pretende "reforzar" las medidas de salud pública en los viajes.
También ha presentado un plan para crear un programa nacional de vacunación, reabrir escuelas "de manera segura" y expandir las pruebas diagnósticas por todo el país, según el equipo de transición, que también anunció un alivio "inmediato" a las familias trabajadoras del país mediante el envío de cheques de 1.400 dólares.
"Es importante apoyar a las comunidades que están luchando contra la COVID-19, brindando apoyo a las pequeñas compañías más afectadas, especialmente las que son propiedad de minorías raciales, y protegiendo los puestos de trabajo de los trabajadores esenciales", señaló el equipo de Biden en un comunicado.
La campaña de vacunación en EE. UU.
Uno de los argumentos a los que se aferró Trump durante la campaña electoral fue al de la llegada de una vacuna contra el coronavirus antes de la celebración de los comicios, algo que finalmente no sucedió. En ese momento, 11 de las vacunas que se estaban desarrollando en el mundo se encontraban en la Fase 3, pero ni las desarrolladas por los laboratorios Pfizer/BioNTech o Moderna llegaron antes del día de las elecciones, el 3 de noviembre. Trump vio en esto una conspiración de los demócratas y de la Agencia estadounidense de Medicamentos (FDA, en sus siglas en inglés) contra su reelección.
En cuanto a la inmunización, Joe Biden explicó que aspira a alcanzar los 100 millones de personas vacunadas en sus primeros 100 días de mandato, esto es, antes del 1 de mayo. Según datos oficiales de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC), hasta el 15 de enero se había puesto las dos dosis de la vacuna a 1,6 millones de estadounidenses.
El presidente electo ha tildado la distribución de la vacuna de "fracaso estrepitoso" y ahora considera que no hay "tiempo que perder" y se apresta a abrir más lugares para la vacunación en gimnasios, estadios deportivos, centros comunitarios e incluso creando clínicas móviles para llegar a comunidades de difícil acceso.
La situación seguirá empeorando
Sin embargo, pasará tiempo antes de que la nueva Administración logre doblegar la curva de la tercera ola. Desde el inicio del año, Estados Unidos registra más de 3.000 muertes diarias. El estado de Nueva York sigue siendo el más golpeado del país con 41.368 muertos, seguido por California, que ahora es segundo en las estadísticas con 34.441, Texas (33.032), Florida (24.436) y Nueva Jersey (20.512), según el recuento de la Universidad Johns Hopkins.
Además, los CDC advirtieron la semana pasada de que la variante británica del coronavirus, mucho más contagiosa, podría avanzar rápidamente por el país y convertirse en dos meses en el vector dominante de contagios. La situación en los hospitales, con casi 124.000 personas hospitalizadas, casi un 20 % de las cuales están graves en cuidados intensivos, es muy grave en algunos estados, como California.
Biden reconoció ante estos pronósticos que el país sigue en un "invierno muy oscuro" y que "las cosas van a empeorar antes de mejorar". "Las tasas de infección han aumentado un 34 % y ahora hay más personas hospitalizadas a causa de la COVID que nunca", declaró. Muchos hospitales ya están operando al límite o cerca de su capacidad máxima.
En un intento de desvincularla de la confrontación política e ideológica, el nuevo presidente continúa con su proselitismo de las mascarillas con el objetivo de tratar de salvar vidas, "más de 50.000" antes de abril, estima, si sus compatriotas se tomaran en serio esta medida de protección, que sigue sin ser obligatoria en una docena de Estados, entre ellos Arizona, Carolina del Sur, Florida, Georgia, Kansas, Misisipi o Misuri. Biden planteó ante las elecciones hacer obligatorio su uso en todo el país.
En cualquier caso, pese a la nueva etapa política que se abre en Estados Unidos con la Administración de Joe Biden, el balance de la COVID-19 seguirá siendo el que mida la presidencia del país norteamericano después de este 20 de enero.