Los cuatro años de Donald Trump en la Casa Blanca se van a saldar con cerca de 40 ceses y dimisiones, forzosas la mayoría. Altos cargos, asesores, funcionarios a los que el presidente fue apartando más pronto que tarde. A mitad de mandato, ya había prescindido de casi una treintena.
Probablemente, hasta para él fue una sorpresa su victoria electoral en 2016. Y no le fue fácil formar su primer gabinete de gobierno, porque apenas tenía un puñado de hombres y mujeres en los que confiar. Completó el equipo con figuras veteranas del partido republicano, a quien debía el apoyo en la recta final de la campaña.
Los primeros sacrificados, no obstante, pertenecían a la administración Obama. La fiscal general en funciones, Sally Yates, no duró ni un mes con Trump ya como presidente. El motivo, escribió una carta a los abogados del Estado para que no avalaran su decreto migratorio. El nuevo inquilino de la Casa Blanca pretendía vetar la entrada en el país a inmigrantes procedentes de siete países de mayoría musulmana.
Steve Bannon, la caída del ideólogo de su victoria
En mayo de 2017, destituyó al director del FBI, James Comey, que investigaba las presuntas injerencias de Rusia en la campaña electoral, en apoyo de Trump. El presidente aseguró que Comey “no estaba haciendo bien su trabajo” y que no gustaba ni a demócratas ni a republicanos.
Pero también ha sido implacable con los suyos. Y el ejemplo más claro es el de Steve Bannon, el hombre que le ayudó a convertirse en presidente de los Estados Unidos. Su ideólogo, su jefe de campaña electoral. Nacionalista, referente de la derecha más radical, fue él quien dio con el mensaje clave en la victoria: "Estados Unidos, primero". Trump le premió con una silla en el Consejo de Seguridad Nacional, el principal órgano de inteligencia del gobierno. Algo insólito para un asesor político.
Unos meses después, en abril de 2017, Bannon ya estaba fuera del Consejo. En agosto, directamente ya estaba fuera de la Casa Blanca. Este verano pasado, el ex estratega de Trump fue imputado y detenido por quedarse, supuestamente, con el dinero recaudado en donaciones por internet para construir el muro en la frontera con México.
Despidos vía Twitter
A su cargo más relevante le despachó por Twitter. Rex Tillerson ocupó hasta marzo de 2018 la Secretaría de Estado. Era una de esas figuras notorias entre los republicanos. Alto ejecutivo de Exxon, la mayor empresa petrolera de Estados Unidos, el presidente dijo de él que encarnaba a la perfección el sueño americano. Pero las tensiones entre ambos surgieron con asuntos como Rusia, Corea del Norte e Irán. Sin embargo, lo que le crucificó finalmente fue una filtración a la prensa: trascendió que Tillerson le había llamado “idiota” por proponer aumentar el arsenal de armas. Y lo hizo, presumiblemente, en una reunión en el Pentágono. Trump no lo toleró.
Al terminar 2018 la escabechina ya estaba hecha. El año se cerró con la dimisión del general James Mattis,como Secretario de Defesa del gobierno. Cuando Trump le nombró Jefe del Pentágono, Mattis era un general retirado con una extensa hoja de servicios en Afganistán e Irak. Un halcón, decía de él la prensa. Renunció a su cargo al no compartir la retirada de las tropas estadounidenses de Siria. Mantuvo silencio hasta que explotó por la respuesta militar que la Casa Blanca dio a las protestas contra el racismo tras el asesinato de George Floyd. El general escribió en una tribuna de prensa que era el primer presidente que había conocido que no intentaba unir al pueblo, sino que más bien intentaba dividirlo.
El general Mattis es uno de los grandes enemigos que ha ido dejando el presidente en el camino pero no el único. Probablemente el más duro con él ha sido John Bolton, consejero de seguridad nacional hasta septiembre de 2019. Bolton escribió un libro de memorias, titulado La habitación donde sucedió, que el gabinete del presidente intentó impedir que se publicara por “contener información clasificada”. El libro vio la luz y Bolton resumió su contenido en una aparición en televisión en la que aseguró: “Espero que la historia recuerde a Trump como una aberración”.
“A su petición, le envío mi renuncia”, le escribió a Trump el fiscal general del Estado, Jeff Sessions, cuando dimitió forzosamente. El principal agente de la ley de Estados Unidos se inhibió en la investigación que había acabado también con James Comey como director del FBI: la presunta relación de Rusia con la victoria electoral de Trump. La capacidad para triturar colaboradores ha llegado a todos los departamentos pero se ha cebado en dos. Lleva ya cuatro jefes de gabinete, incluido Anthony Scaramucci, que duró en el cargo apenas diez días. Hoy es también uno de los más firmes opositores a la reelección de Trump.
"No estaba contentos con ellos"
Con un “no estaba contento con ellos” justificó el cese de estos dos altos cargos: Alexander Vindman, experto en Ucrania del Consejo de Seguridad Nacional, y Gordon Sondland, embajador de EE UU para la Unión Europea. Los dos habían testificado contra él en el impeachment, el juicio político que valoraba si había habido presionado a un gobierno extranjero, el de Ucrania, con fines de política interna. El Senado declaró inocente a Trump.
Además de las cabezas cortadas, algunos de los colaboradores más fieles han terminado marchándose. Es el caso de Kellyanne Conway, una de las pocas supervivientes de su núcleo duro de la campaña electoral de 2016. Suya es la frase que dio la vuelta al mundo cuando se cuestionaron las cifras que daba el Gobierno en la toma de posesión de Trump. Conway dijo que frente a los datos de la prensa, su gabinete ofrecía “hechos alternativos”. En agosto de este año dejó de ser su consejera presidencial y la noticia cayó como una bomba a escasos meses de las elecciones del 3 de noviembre.
Ahora, cuando solo faltan días para que los estadounidenses voten, la fuerza de los republicanos no está precisamente en un equipo de gobierno fuerte. Todas las bazas se sustentan en un solo hombre: Donald Trump.