"Si no estuviéramos aquí, estas personas morirían en el agua gritando en silencio. Tenemos que estar aquí: para darle calidez a su voz. Porque voz tienen, aunque nadie les escuche", dice Anabel Montes. "Somos un parche en todo esto. Ojalá no tuviéramos que estar pero estaremos mientras seamos necesarios", continúa la jefa de la misión número 37 del Open Arms, que suma ya 13 a sus espaldas bien en este puesto, como patrona de lancha rápida o como socorrista.
“Aquí se ahogan cien y yo tengo la sensación de estar viendo una tragedia que no le importa a nadie“
"Estamos luchando por la dignidad del ser humano", señala el capitán, Marco Antonio Martínez. Los derechos humanos son lo que mueven a todos los que están aquí; a algunos, como Maximiliano Perinetti, la causa de los migrantes le mueve especialmente porque el mismo lo es. Vive y trabaja en Lloret de Mar, en Barcelona, pero es argentino. "Me llama la atención esa prohibición de los movimientos. Están desesperados. Es la necesidad, el frío, el hambre, la muerte... ¿Por qué ellos no pueden ir de un país a otro?", se pregunta en voz alta, mientras continúa su reflexión con indignación.
En el mismo sentido, Michele Angioni, primer oficial, dice que él es migrante pero "blanco y con papeles", señala mientras asegura que se van porque "no se pueden quedar donde han nacido". Pero se mueren por el camino y lo hacen con pocos testigos, aparte de estos voluntarios.
"¿Qué pasaría si murieran cien argentinos en un autobús? Sería portada de todas las noticias. Pues aquí se ahogan cien y yo tengo la sensación de estar viendo una tragedia que no le importa a nadie", termina este socorrista en su quinta misión mientras alguien al fondo cuenta que es habitual que los migrantes vengan con números de teléfono anotados en la camiseta para que puedan localizar a sus familias en caso de que los encuentren muertos.
La labor de Open Arms es salvar vidas y tanto tripulación como voluntarios piensan más en los vivos que en los muertos, aunque nadie olvida que en este mar han muerto más de 3.115 personas este año, según datos de la Organización Internacional de las Migraciones.
En el equipo 37, la mayoría son veteranos; y entre los nuevos en el Mediterráneo central, la mayoría tiene experiencia en alguna de las islas griegas o en Idomeni. Diego Paliza, que viene como patrón de lancha rápida, es el único que debuta al cien por cien. "Vengo por el boca a boca. Trabajo en emergencias y tengo amigos que han venido. No tengo dinero para donar pero tengo mi tiempo y eso también es valioso, ¿no?", explica a RTVE mientras piensa en ser el primer atisbo de humanidad para esa gente en mucho tiempo.
"El hogar no es un lugar para huir o para dejar atrás", apunta Igone Mariezkurrena desde la cocina. "Si se van es porque están en el mismísimo infierno", considera esta periodista como voluntaria al frente de los fogones por tercera vez, que recuerda que vivió su primer rescate desde el bloqueo.
"Son sensaciones, son olores, sonidos... Es el terror. Es el miedo. Yo me enfadaba conmigo misma, porque lo primero que piensas es que tienes que llorar y a mí no me salían las lágrimas", dice aún con cierto sentimiento de culpa, pese a que el equipo psicológico de Open Arms que le ha ayudado le ha dicho que no debe castigarse.
Un trabajo extenuante
“Es muy fuerte. Son náufragos. Es dantesco. Como una película de Buñuel. Surrealista“
No es la única que pasa por ese tipo de proceso, que cada uno afronta de una forma, pero que casi todos atraviesan. Este trabajo es, además de físicamente muy duro, psicológicamente extenuante, y nadie está preparado para ello.
"Es un proceso de asimilación constante. La primera vez mi mundo se desmoronó por completo' - dice Anabel. "Aquí el corazón se te rompe mil veces y mil veces te lo has de recomponer", apunta el capitán, que vive su tercera misión en el Open Arms.
Son las mismas que lleva Francesc Llambrich, jefe de máquinas, padre de dos niñas a quien especialmente impactan los menores. "Son niños a los que les cuesta sonreír. Yo me esfuerzo. Les saco globos, pinturas, les inflo un guante... Lo que haga falta, porque son niños. Es difícil, pero se hace lo que sea", dice. "Es muy fuerte. Son náufragos. Es dantesco. Como una película de Buñuel. Surrealista", añade el capitán, que ya no encuentra más adjetivos.
Atentos escuchan los que vienen por primera vez. Todos esperan con ansia a que llegue el buen tiempo para poder salir, ya que la meteorología, con fuertes vientos y olas de grandes dimensiones, está obligando a permanecer en puerto más de lo previsto.
Es el caso de Héctor Rosco, estudiante de enfermería que debuta en el Mediterráneo central como socorrista, aunque previamente estuvo en Lesbos. "Allí veías tierra y eso te da esperanza. Aquí no hay nada en el horizonte. Es bastante la diferencia. La inmensidad y la soledad del mar abruman", explica.
"Yo creo que puedo aportar y sumar. Fui a Lesbos y a Idomeni porque la situación me molestaba, y vengo aquí porque no me gusta como avanzan las cosas, la política de la Unión Europea. Me da vergüenza y no me puedo quitar el runrún de la cabeza. Siento que debo participar activamente. Para mí es un reto", afirma Josemi Mayo, que deja su especialidad en la ingeniería de montes para adentrarse como socorrista en el mar.
“Les aporta mucho más una caricia o un abrazo que un vaso de té“
Desolación. Impotencia. Rabia. Vergüenza. Indiferencia. Palabras que se repiten en los discursos de todos y cada uno de los miembros de este equipo. Esos sentimientos son el motor, de la misma forma que la resiliencia o la empatía que encuentran en las personas a las que rescatan y que les hacen volver una y otra vez. "Aquí tocas a la persona y te tocan. La perspectiva cambia mucho", asevera Josemi Mayo.
"Les aporta mucho más una caricia o un abrazo que un vaso de té. Hay personas que llevan meses e incluso años para llegar desde sus países hasta el infierno libio. Sin ternura, sin afecto, deshumanizados... Aquí uno coge un espejo y se mira a uno mismo", afirma Igone, que se incorporó a ProActiva para no quedarse al margen de la catástrofe humanitaria que veía ante sus ojos.
"Al final es algo que es adictivo por lo que por lo que ves, por lo que vives, por lo que aprendes... Es quizá un poco egoísta, pero te sientes bien ayudando. Engancha", dice Esther Camps, que ha aparcado de momento su profesión como comunicadora audiovisual para centrarse en este mundo.
"Aquí nunca dejas de sorprenderte. Siempre llega algo que te rompe de nuevo los esquemas y de nuevo te destruye por dentro. Pero renaces y lo haces con los cimientos más fuertes", termina Anabel.
Trabajo humanitario y denuncia
“Sólo me metería en un cacharro de esos si es para morir con dignidad porque está claro que ese artefacto no es para navegar“
"Sólo me metería en un cacharro de esos si es para morir con dignidad porque está claro que ese artefacto no es para navegar", afirma el capitán, con más de 13 años de carrera profesional en el mar, quien afirma que la primera vez que vio una embarcación desde el puente del Open Arms se sintió en shock ya no sólo como persona, sino también como profesional. "Porque los marinos sabemos lo que es el mar", subraya, mientras asegura que se siente muy útil trabajando y eso es muy satisfactorio.
Le sucede lo mismo a Michele Angioni, que llevaba una década trabajando en el mar y estaba empezando a cansarse, pensaba en dejarlo. "He recuperado mi vocación. Es la primera vez que con mi oficio, con mis conocimientos, puedo hacer algo que para mí tiene muchísimo sentido y que además me parece justo", relata este oficial de cubierta que ha perdido la cuenta de las misiones que lleva, aunque cree que rondan las 20.
"Yo me fiaría más de un bote de remos que de eso", continúa Francesc Lambrich, "van abarrotados, con un motor de cuatro caballos, con pérdida de combustible... No cumplen ningún mínimo. Sólo subiría si de eso depende mi vida; sino, ni de coña', añade este hombre con más de 20 años de experiencia en el mar.
"Un muerto más es un problema menos", asegura tajante la jefa de misión. Open Arms tiene como objeto, además de la ayuda humanitaria, la denuncia. En estos momentos es una de las pocas ONG que trabaja en el Mediterráneo central, y sigue aquí pese a haber sido señalada por, supuestamente, actuar en connivencia por las mafias y actuar como taxis de migrantes en el mar.
"¿Cuando les sacamos nosotros somos traficantes, pero cuando les saca la guardia costera italiana son los ángeles del mar?", dice Michele, quien nos cuenta como han sido intimidados incluso con armas por los guardacostas libios. "A mí me gusta decir que somos la resistencia", remacha el capitán.
“Lo que quieren es que la gente nos deje de apoyar y nos tengamos que marchar“
"Todo eso son campañas de difamación", asegura rotunda Anabel Montes. "Lo que quieren es que la gente nos deje de apoyar y nos tengamos que marchar", denuncia, mientras lamenta que la Unión Europea esté apoyando a un Gobierno, formando técnicamente a guardacostas y financiando a Libia, un país absolutamente desestructurado, con un Estado fallido y plagado de milicias.
"Lo que quieren, eso está claro, es que no lleguen a Europa. Si nosotros, que somos un barco remolcador pequeño, sacamos a gente, ¿cómo puede ser que en el mar más militarizado de Europa nadie se entere de que los barcos se hunden con personas a bordo? Esto es otro tipo de guerra. Está la guerra directa, la que les empuja, sea el hambre, el terrorismo o la que sea que les obliga a huir; está la batalla del mar donde su vida sigue corriendo peligro; y en el caso de que consigan llegar, está la guerra fría del rechazo europeo. Las víctimas son siempre las mismas. Por su color, por su religión o por el lugar en el que han nacido. Y no es justo", concluye.