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SOS: Navidades al rescate

A bordo de un ataúd flotante

  • Sara Alonso, periodista de RNE, se embarca con la ONG ProActiva Open Arms

  • En medio del Mediterráneo, rescatan migrantes que tratan de arribar a Europa

  • En las 300 millas que separan Libia de Europa, miles de personas se juegan la vida

  • Este es el relato de uno de tantos rescates de madrugada en medio del mar

SARA ALONSO ESPARZA (Enviada especial de RNE a Malta)
6 min.

"Chicos ¡Arriba! tenemos un target. Lo más rápido posible todos preparados que lanzamos ya las lanchas", va llamando de camarote en camarote Anabel Montes, jefa de misión.

Son las tres y media de la madrugada. Salvo la gente que estaba de guardia -que se hace 24 horas- el resto de la tripulación, dormía. En aproximadamente cinco minutos todo el mundo está en sus puestos. En el puente del Open Arms el capitán ordena bajar las máquinas.

El servicio de guardacostas italiano, con sede en Roma, ha avisado a este equipo de salvamento de la detección en su radar no de una sino de dos embarcaciones. "A la que sopla viento sur, les sueltan a su suerte los muy... Por eso tenemos que estar aquí", continúa Marco Martínez.

Según informan, hay dos barcazas de madera que van unidas con 60 personas en cada una y una embarcación de goma que transportará a unos 120. No hay tiempo que perder.

Dos lanchas rápidas, que maniobran a mayor velocidad que el buque, salen a rastrear el mar buscando las coordenadas que nos han facilitado. No se ve absolutamente nada. Es noche cerrada. Después de una hora de rastreo les localizamos. Es un dingui de plástico.

"Cuando ven a los guardacostas libios, se tiran al agua"

Es imposible contar las personas que van en su interior. Son muchos. Muchos náufragos. El silencio es absoluto. No saben quiénes somos. Apenas se pueden distinguir sus caras más allá de cuando el foco de mano que llevamos les apunta. Tienen caras atenazadas de miedo.

Los voluntarios se acercan despacio para no asustarles. "Cuando ven a los guardacostas libios algunos se tiran al agua. Prefieren morir a volver a ese infierno", explica Marta Sarralde, enfermera y logista de la oenegé. "Y cuando nos ven no saben quiénes somos. Es importante que quede claro que venimos para ayudarles", continúa.

"Do you speak English? Français? Estad tranquilos. On est une organisation humanitaire. Estamos aquí para ayudaros". Lo único que se ven son hombres. Las mujeres van en el centro junto con los niños.

Poco a poco comienzan a repartir chalecos salvavidas. Ninguno de ellos lleva. Levantan las manos "¡Aquí, aquí!", gritan algunos de ellos. "One by one. De uno en uno. Hay para todos", les tranquiliza uno de los socorristas.

"¡Aquí, aquí!", gritan algunos de ellos. "One by one. De uno en uno. Hay para todos" SARA ALONSO

Es importante el control de masas, que todo se haga de forma ordenada. Si se ponen nerviosos y se lanzan todos a la vez a nuestra lancha, lo que parece una situación tranquila podría tornarse de pánico, si, por ejemplo, caen al mar sin elementos de flotación y sin saber nadar. Si los socorristas pierden el control de la situación puede devenir la tragedia.

Children and women first. Las mujeres y los niños saldrán antes. Primero una madre y luego un pequeño. Que cada menor esté siempre a cargo de un adulto porque de lo contrario, los socorristas no podrán seguir con el rescate.

El olor a gasolina embriaga. "Muchos vienen con abrasiones muy graves, que debieran tratarse en unidades especializadas de quemados, que se producen por la reacción química del combustible mezclado con el agua salada", cuenta Marta Sarralde. "Por otro lado, la inhalación de esos gases puede ser letal. Les mata'", sentencia.

Cuando todos están a salvo, los voluntarios tratan de recoger todo lo que queda en la patera. Algunos bolsos, zapatos sueltos... "No tienen nada y para ellos esto es muy importante, de modo que en la medida de lo posible tratamos de llevárselo todo", comenta Esther Camps. Ahí encontramos una brújula de plástico rota, el único elemento de localización que llevaban. Parece de juguete o comprada en un establecimiento de todo a cien.

A bordo del 'Open Arms', 134 personas de 16 nacionalidades

Poco a poco y seis viajes de motora después, las 134 personas están a bordo del Open Arms. LAURA ALONSO

Poco a poco y seis viajes de motora después, las 134 personas están a bordo del Open Arms. Al llegar al barco, algunos conservan las dudas. "'Eso es la bandera Libia, ¿volvemos a Libia?", dice uno con el pánico reflejado en su rostro. "No tranquilo, somos españoles", decimos. El joven suspira. "Gracias, gracias, gracias", repite mirando al cielo y levantando las manos.

En la cubierta, comienza lo que se llama el triaje. Les preguntan su edad, su nacionalidad y si tienen alguna enfermedad conocida. A las mujeres se las sitúa a un lado, a los hombres a otro. Los que llegan con mareos o síntomas de hipotermia pasan al improvisado hospital que la doctora, Alba Antequera, ha instalado en el taller.

Poco a poco se van juntando por nacionalidades a lo largo y ancho de la cubierta. Hay personas de 16 países diferentes. Se quitan las ropas empapadas, las tienden donde pueden y la mayoría caen exhaustos. Se cubren con las mantas que les reparten los voluntarios y duermen hasta que llega la comida. Leche enriquecida caliente, barritas energéticas y tortitas de arroz.

En el puente el trabajo no cesa. Se acerca el temporal 'Bruno' y con el Open Arms es complicado llevarles a puerto. Se busca hacer un traspaso a otro buque mejor preparado y más seguro. Nos informan de que la otra embarcación a la deriva de la que teníamos conocimiento ha sido rescatada por los militares.

Se coordinan con el Aquarius, de las oenegés SOS Méditerranée y Médicos sin Fronteras. Ambas embarcaciones navegan hacia un punto común. Al encontrarnos, los refugiados hacen cola y se colocan de nuevo los chalecos para, de forma ordenada nuevamente, pasar al otro barco. "Gracias, gracias, gracias... que Dios os bendiga", dicen todos ellos al bajar. Los voluntarios les dan la mano . "Buena suerte, amigo", se despiden.

300 millas a vida o muerte

Open Arms lleva un año rescatando migrantes entre la costa libia y Lampedusa SARA ALONSO

Trescientas millas separan la costa libia de la europea, concretamente de la isla de Lampedusa. "Es absolutamente imposible llegar en esas condiciones", dice Esther Camps. "La primera vez que lo vi pensé que eso era un ataúd flotante", afirma rotundo Michele Angioni, primer oficial de cubierta con diez años de experiencia como marino.

Open Arms lleva un año rescatando migrantes en esta ruta que se convirtió en la principal tras la firma del acuerdo UE-Turquía en marzo de 2016. Hasta ese momento, la mayoría trataba de alcanzar el viejo continente a través del Egeo. Son ocho kilómetros los que separan Turquía de las islas griegas.

"La diferencia es que allí siempre ves tierra y eso da esperanza. Aunque las embarcaciones sean precarias, la mayoría pueden llegar a la costa. Aquí sólo está el mar en toda su inmensidad", dice Héctor Roscu, quien antes estuvo de voluntario en Lesbos.

"Algunos nunca han visto el mar. No saben lo que es. Les señalan las plataformas petrolíferas que hay frente a Trípoli y les dicen que eso es Europa y que en tres cuartos de hora llegan. Es un engaño total", dice indignada Igone Mazkurrena.

Pasan muchas horas, días incluso a la deriva y entonces pueden pasar dos cosas: o que aparezca alguien y les rescate o que el mar les absorba para siempre. Es una lotería a vida o muerte.

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