El 4 de agosto de 1821 nacía Louis Vuitton. En 1837, con tan solo dieciséis años, viajaba a pie hasta París con un sueño entre las manos. Hoy Louis Vuitton, el hombre que inventó el lujo moderno, cumpliría 200 años, y nunca habría podido imaginar la repercusión que su firma seguiría teniendo en su bicentenario. Su historia, desde que pisó por primera vez la capital francesa, es la de un verdadero hombre hecho a sí mismo: comenzó su carrera como aprendiz, y lo suyo eran los baúles. A los 20 años, aprendió a leer y a escribir para fundar su propio negocio, y es en 1854 cuando abre el taller que lo convertiría en mito: una empresa de objetos de viaje con la que pretendía llegar a los poderosos que visitaban el mundo desde el pequeño emplazamiento la Rue Neuve-des-Capucines, cerca de la Place Vendôme.
"Por entonces el equipaje no era algo lujoso. Se viajaba con baúles de madera. Su mayor innovación fue personalizar las maletas con telas, no sólo protegerlas de la lluvia, sino también vestirlas, e incluir sobre ellas su monograma, lo que sirvió como una forma de publicidad y de reconocimiento social", explica. Tener una maleta Louis Vuitton era una señal de estatus social: entre sus clientas destacaron la emperatriz Eugenia de Montijo, casada con Luis Napoleón Bonaparte; la reina Victoria de Inglaterra, Isabel II de España y su hijo Alfonso XII, y aventureros como Pietro Paolo Savorgnan di Brazza.
'Inventor del lujo' para la generación del ocio y el consumo
Louis Vuitton fue una de las primeras personas en comprender la importancia y el valor de dar su nombre a un objeto, evolucionó el mundo de los viajes y el lujo creando las primeras maletas planas y se convirtió en el patriarca de una de las sagas industriales más famosas. "Fue sobre todo un gran visionario. Los monogramas en sus maletas, los pedidos especiales. .. Él desarrolló todos los códigos del lujo", explica a EFE Stéphanie Bonvicini, autora de Louis Vuitton. Une saga française, cuyo documentado libro revela las grandes sombras de los Vuitton.
Vuitton ideó accesorios para picnic, camas plegables, portasombreros, maletas con cajones o la primera maleta-armario que permitía transportar hasta veinticinco vestidos sin que se arrugasen. Creaciones que respondían al espíritu de su tiempo, no sólo por la innovación, sino también por esa búsqueda insaciable de ocio y consumo que se promulgó como una forma de frenar las continuas revueltas de la primera mitad del siglo XIX.
Su empresa no dejó de crecer, y en pleno siglo XIX, fue un precursor de algunas de las prácticas industriales que han llegado hasta nuestros días: mejoró las condiciones de los trabajadores con un preludio de caja de pensiones y seguro social, y anticipó las ventajas empresariales de la globalización de las marcas. Fue uno de los primeros en abrir una tienda en el extranjero y en recurrir a franquicias para vender sus productos. Fue en Londres, por cierto, donde abrió las puertas la tienda Louis Vuitton: toda una provocación para los ingleses.
Cuando murió, en 1892, casi a modo de testamento, elaboró un catálogo con todas las creaciones que había hecho sin quitar ojo a las novedades de la Revolución Industrial y la emergente industria del turismo, que él acompañó al crear las primeras maletas planas con telas, cerraduras inquebrantables y otros accesorios de ocio.
Cuando la imitación se convierte en reconocimiento
Una de las grandes batallas de la vida de Louis Vuitton fue su cruzada contra las imitaciones: le copiaron su primera maleta de lona gris, sus creaciones de rayas o el damero, en el que hizo marcar su nombre para evitar plagios, algo nunca visto hasta entonces. Su lucha fue feroz, pero pronto comprendió que, si le copiaban, era porque sus maletas eran un objeto deseado: su hijo, Georges Vuitton, le añadió la emblemática firma 'LV' a los productos de su padre para diferenciarlos, pero no lo logró. Las iniciales se conviertieron en uno de los estampados más copiados del mundo.
La empresa de Louis Vuitton se convirtió en la de su saga familiar: Georges impulsó la expansión a Estados Unidos, Gaston fue un amante de la innovacion, como su abuelo, y Henri Vuitton, bisnieto, fabricó objetos de propaganda para el Gobierno de Vichy en una maniobra que ensombreció el nombre de la firma durante algún tiempo. Los herederos quisieron, en los años 80, integrar la marca en un grupo más grande: la firma fue fagocitada por Bernard Arnault, que la integró en el grupo de lujo LVMH y la convirtió en una insignia de la alta costura.
Primero fue moderno, después, clásico; ahora, vuelve a ser lo más
200 años después, la marca sigue protagonizando momentos de lujo y siendo un ideal aspiracional, tal y como demostró el divertido vídeo de la madre del 'luisvi': los bolsos de la casa francesa arrasan entre las jóvenes de los barrios más ricos de Madrid, y una legión de famosos se derrite por los accesorios de la 'maison' desde hace varios años. Por ejemplo, Alaska y Mario Vaquerizo.
Además, Louis Vuitton mantiene una excelente relación con Hollywood y actrices como Alicia Vikander, Emma Stone y Jennifer Connelly derrochan un glamur moderno desde las primeras filas de sus desfiles, igual que veteranas como Catherine Deneuve y nuevas sensaciones como la tenista Naomi Osaka. Infinidad de celebrities que visten de Louis Vuitton, la firma de alta costura, en las alfombras rojas más prestigiosas, como Jodie Foster en Cannes, o en las calles plagadas de fotógrafos, como Lady Gaga en Nueva York.
Un destino excepcional para Louis Vuitton, el hombre, que parece sacado de la literatura del siglo XIX: un hijo de molineros y analfabeto que construyó una industria prolífica marcada por las invenciones técnicas y sus relaciones con la alta sociedad. La marca celebra ahora este bicentenario con una serie de videojuegos y reinterpretaciones de sus diseños. Y este año se publica una novela de ficción sobre su vida y un documental biográfico.