No es broma, una vez en Radio Nacional de España pudo serlo, pero ahora no es ninguna broma. Me ha tocado el Gordo y lo llevo disfrutando más de treinta años. A veces no se si he sabido aprovecharlo. He sido fiel a mis principios: no decírselo a nadie aunque, en ese nadie, seguro que son muchos los que han podido imaginárselo.
Es cierto ese dicho que de tanto ir el canto a la fuente puede acabar rompiéndose. Pero en los asuntos de la suerte mi recomendación ha pasado siempre por insistir. Primero fueron programas especiales dedicados a la Lotería de Navidad. Después ideas mil para hacer que los niños de San Ildefonso no dejasen de cantar. Más tarde, jugar a soñar aunque fuese mentira. Y finalmente pasarme muchos jueves por el salón de sorteos con la excusa de saber cómo podía jugarse con ella.
Mi suerte empezó a cambiar ese día que los bombos de la Primitiva guardaban más secretos que los números. Acababa el mes de marzo y poco podía imaginar que nueve meses más tarde, casi un parto, llegaría a poder vivir en propia carne el sueño que solo pueden entender los afortunados con el Gordo.
La fecha señalada: 22 de diciembre de 1990
El sábado 22 de diciembre de 1990 era el gran día, la fecha señalada. Vivía entre Madrid y la Cerdanya. El jueves día 20 había visto con mis propios ojos en el Salón de Sorteos como la Primitiva era casi una excusa para la que se nos venía encima. "¿Quiere usted jugar conmigo?". Esa noche salimos en el Talgo camino de Barcelona. Fue un viaje inolvidable porque más que dormir soñamos con una vida diferente.
El viernes 21 de diciembre hubo reunión familiar al completo. Viajamos de Barcelona a Puigcerdá con el décimo en el bolsillo sin darle mayor protagonismo. Cenamos todos juntos en El Caliu, restaurante desaparecido en una de las cuatro esquinas de un mirador celestial. Algunos copos de nieve alegraban una noche festiva, noche de vísperas e ilusiones compartidas. Noche incluso de cumpleaños paterno, especial y extraordinario.
Aquella noche dormímos muy apretados en una casa apareada a las faldas de la Molina. El ático lo habíamos convertido en pequeño palomar. La bruja de la suerte presidía nuestro salón. Y en la cocina la leche de las vacas de nuestro casero Arderiu rebosaba nata por doquier. La parabólica que Nova había instalado en nuestro tejado giraba en busca del mejor programa.
A mediodía del 22 de diciembre de 1990 los niños de San Ildefonso ya habían cantado el Gordo. Mi décimo acababa en 22 como el número de la suerte y de los millones. Y a mi me tocó el Gordo una hora más tarde. Fue en el ayuntamiento de Alp. Fue cuando Nuria Guitart se comprometió a dejarme jugar con ella toda la eternidad. Y de eso hace más de 30 años, casi los mismo que dejamos de pisar el salón de sorteos para seguir siendo primitivos y afortunados en los sueños y el amor.