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5 años de la pandemia de covid

La nueva muralla que levantó China tras el COVID: "La población se acostumbró a estar más controlada"

  • En China, el quinto aniversario del confinamiento fue el pasado 23 de enero; el de Wuhan fue el confinamiento más largo del país

  • "La imagen de Pekín era distópica. Una ciudad de 22 millones de habitantes completamente vacía cubierta de nieve y silencio"

Wuhan mantiene los controles a tres días de reabrir la ciudad tras el confiamiento por el coronavirus
MAVI DOÑATE
Tiempo de lectura 11 min.

En China, el quinto aniversario del confinamiento fue el pasado 23 de enero, cuando el Gobierno central ordenó a los casi 12 millones de habitantes que viven en Wuhan encerrarse en sus casas. El de Wuhan fue el primer, y también el confinamiento más largo del país, pero no el único. De hecho, la medida se fue aplicando en otras ciudades si se detectaban casos. Las autoridades pretendieron aplicarla, incluso, en 2022 cuando ya gran parte de la población estaba vacunada, lo que provocó inusuales manifestaciones de protesta ciudadana en Pekín y en otra veintena de municipios.

Los primeros días: Wuhan confinado, y su provincia cerrada

Retrocedamos a ese frío día de enero de 2020. Ese momento en el que el mundo vio las primeras imágenes de cómo se colocaban grandes vallas ante los bloques de casas de Wuhan para que ningún vecino pudiese poner un pie ni en la zona común de su patio de vecinos. China miraba con preocupación la decisión radical en esa parte del país en la que "se había manifestado el coronavirus" decían, frente al "epicentro u origen" que decía el resto del mundo.

Una mujer pasea junto a unas vallas metálicas que rodean un edificio en Pekín

 MAVI DOÑATE

Las celebraciones de Año Nuevo, las fiestas principales de los chinos, se suspendieron en todo el país. En las calles de Pekín desaparecieron los tradicionales puestos de comida, las reuniones de familias en los parques con las representaciones de los dragones, los cines se cerraron, los restaurantes y los karaokes. No era obligatorio encerrarse, pero tampoco había mucho que hacer fuera de casa, así que voluntariamente no salían. A esto se sumaba el miedo que sentían con el recuerdo de la epidemia del SARS de 2003 que había dejado centenares de fallecidos.

La imagen de Pekín era distópica. Una ciudad de 22 millones de habitantes completamente vacía cubierta de nieve y silencio

Mis compañeros chinos de la oficina nos repetían de forma insistente a mi y al cámara que no fuésemos a trabajar. La imagen de Pekín era distópica. Una ciudad de 22 millones de habitantes completamente vacía cubierta de nieve y silencio.

Mavi Doñate: "El covid ha dejado imágenes distópicas"

Era como si hubiese caído una bomba nuclear que únicamente hubiese dejado el cascarón de los edificios. Solo de vez en cuando se veía un "Waimai" los motoristas que repartían comida de los restaurantes que habían decidido cocinar para cumplir pedidos.

El temor al contagio era grande y también sacaba lo peor de algunos ciudadanos. Los mismos vecinos de un edificio señalaban a otros si se enteraban de que habían estado recientemente en la provincia de Hubei, o en su capital, Wuhan. Incluso, vimos con espanto el vídeo que circuló en las redes, de cómo habían clavado dos maderas en la puerta de la casa de una familia dejándolos totalmente encerrados.

Otras medidas de control

Poco a poco se fueron imponiendo restricciones de movimientos. Si ir a hacer la compra se convirtió en el único plan de vida exterior, en los supermercados solo podía haber un número determinado de clientes. Se guardaba turno fuera en filas bajo las gélidas temperaturas, y antes de entrar te sometías a la toma de la temperatura corporal.

En cada urbanización repartían una tarjeta que acreditaba tu vivienda. Las tarjetas se convirtieron en un bien tan preciado como las llaves. No se podía acceder a otras casas que no fuesen la propia con lo cual se suspendieron las reuniones y cenas de amigos. La soledad era eso, una forma de vida que había que contar porque no sabíamos cómo iba a evolucionar todo.

Dos españoles relatan cómo viven bajo las medidas para evitar la transmisión del coronavirus en China

Además del confinamiento de Wuhan, del que no se informaba cuánto iba a durar, se cerró toda la provincia. Hubei, la provincia del sureste de un extensión similar a toda España, se convirtió en una isla fortificada dentro de su país. No se podía acceder a ella ni por carretera, ni por avión o tren.

La realidad líquida

Cada día, las autoridades publicaban el balance oficial de fallecidos. Los periodistas occidentales hablábamos también de que había fallecido el oftalmólogo Li Wenliang que desde el principio alertó de que en Wuhan había una especie de neumonía similar al SARS. Li se contagió de una paciente. Las redes chinas se llenaron de rabia e indignación porque la policía lo había detenido por alarmista y le había obligado a retirar su aviso, y también de cientos de notas de pésame y de cariño a su familia.

Se cumplen cinco años de la muerte del médico chino que alertó del COVID

Informamos también de la saturación de los hospitales, de cómo construyeron de la nada otros dos nuevos en diez días, o de que ningún médico contaba cómo trataban el nuevo coronavirus. Colegas chinos fueron encarcelados por mostrar desde Wuhan el interior de hospitales o criticar el confinamiento. Nos movíamos en una realidad líquida, pero había señales de que algo grave estaba pasando.

Wuhan se desconfina

El 9 de abril de 2020 Wuhan iba a empezar su desconfinamiento de forma escalonada y poco a poco. En total la población había estado encerrada un mínimo de 76 días.

Días antes se nos permitió llegar en los primeros trenes que partían desde Pekín. En vagones medio vacíos, con una PCR previa y la sentencia de nuestra compañera traductora: "Somos unos inconscientes, vamos a un sitio del que todo el mundo se quiere ir".

En Wuhan asistimos a cómo se retiraban paulatinamente los muros de las casas. En algunos portales se anotaba los que se habían contagiado, los que todavía tenían que hacer cuarentena, y los que ya podían salir.

La vida volvía con ilusión a las calles comerciales, a los patios vecinales, o a las cafeterías

A los que se le permitía acceder al mundo exterior, solo podían hacerlo unas horas, pero la vida volvía con ilusión a las calles comerciales, a los patios vecinales, o a las cafeterías.

Una vez más nos dimos cuenta de que el ser humano es igual en todas partes. A todos con los que hablábamos les hacía ilusión ver a sus amigos, o nos contaban que lo que más echaban de menos era disfrutar con ellos de una comida. A nadie le gusta estar encerrado y para algunos había sido muy difícil. Traumático, desesperante. Estrés y miedo al contagio, pero también ansiedad ante la incertidumbre de un confinamiento que había durado demasiado porque, como se atrevían a decir algunos, las autoridades no reaccionaron a tiempo y se perdió un tiempo importante al principio.

Eran días en los que se empezaba a hablar por lo bajo también de la vacuna. Siempre tuve la sensación de que los primeros ensayos lo habían hecho con algunos wuhaneses. Contamos también las PCRs masivas a toda la población en un tiempo récord de tan solo unos días, y empezamos a ver los primeros QRs de control de movimientos que después se extenderían por todo el país. Nos dejaron visitar uno de los hospitales. Vimos que eran módulos de construcción efímera. Habitaciones que tenían paneles blancos como paredes en los que los enfermos habían dedicado mensajes de cariño y agradecimiento a médicos y enfermeras.

Informábamos de todo esto bajo la atenta mirada y los afilados oídos de nuestros guías locales que siempre nos acompañaban.

Confinada por contar el desconfinamiento de Wuhan

Las autoridades sanitarias de Pekín ya nos habían avisado de que a la vuelta debíamos guardar una cuarentena de 15 día en nuestras casas. Volvíamos de un lugar de riesgo y nos debían controlar para evitar un posible contagio en la capital.

El viaje de vuelta ya fue una película futurista. Para poder entrar en un tren había que inscribirse en un sorteo telemático en el que la condición previa era tener el resultado negativo de una PCR hecha 48 horas antes.

A la llegada a la estación de Pekín, varios funcionarios vestidos con el traje EPI guiaban a los periodistas, y demás viajeros, a unas mesas en las que volvías a enseñar los papeles de la PCR, te tomaban la temperatura, y te distribuían por autobuses según la zona en la que vivías.

El autobús hacía el recorrido y nos iba dejando en nuestras casas. Dos funcionarios me acompañaron hasta dentro del piso en el que vivía, y me enseñaron el aparato que iban a colocar en mi puerta. Un detector de movimientos. Si ponía un pie en el pasillo, el detector emitía una señal al comité del barrio y las consecuencias iban desde multas a la deportación.

Totalmente encerrada en el piso 15 días. Antes de las doce del mediodía, y de las nueve de la noche, debía mandar al contacto que me habían dado del comité del barrio, y por WeChat (el equivalente chino del WhatsApp) mi temperatura corporal y si tenía síntomas sospechosos.

Me di cuenta de cómo funcionaban los comités del barrio. Antes como occidental y expatriada no había tenido ningún tipo de contacto, y ellos conmigo tampoco (que yo sepa).

No había que preocuparse por la comida. Hacía la compra por internet y ellos me la dejaban en la misma puerta del piso. Me bajaban la basura, y hubiese venido un médico al mínimo dolor de garganta que les hubiese comunicado.

Controles, permisos, cuarentenas... salir de Wuhan, el origen del coronavirus, es toda una odisea

Eran parte de ese voluntariado, miembros o afines al Partido Comunista la gran mayoría, que en todas ciudades habían servido y controlado a sus vecinos.

Al décimo cuarto día, uno de estos voluntarios me esperaba abajo para acompañarme a hacer una PCR. Si daba negativa al día siguiente podría retomar mi vida normal. Aquel paseo al hospital para hacerme la prueba ya me dio la vida.

Controles y qué ha quedado de todo aquello

Entrado ya el verano, con el país totalmente cerrado al exterior, y las campañas de vacunación en marcha, la principal medida fue el código QR. La aplicación era obligatoria en el móvil para moverse con “normalidad” por cualquier ciudad china. El código servía para rastrear los movimientos.

La vida de todos estaba más que controlada, las PCRs a la orden del día, y los confinamientos se volvían a aplicar ante cualquier brote

Si se había estado, por ejemplo, en un restaurante en el que se había detectado un positivo, las autoridades sanitarias sabían quiénes habían compartido espacio con el contagiado.

Con el teléfono móvil en la mano todo el rato, escaneaban cuando llegaba a la oficina, cuando salía a por un café, en el restaurante donde comía, en el supermercado al que entraba a comprar, en la urbanización en la que vivía una compañera, o al gimnasio al que iba a nadar.

La vida de todos estaba más que controlada, las PCRs a la orden del día, y los confinamientos se volvían a aplicar ante cualquier brote.

Volviendo la vista se me hace extraño todavía que llegásemos a acostumbrarnos a aquello.

Cinco años después no queda nada de esas medidas anti-COVID. Los chinos solo se siguen poniendo la mascarilla, pero quizá solo un poco más a como lo hacían antes de la pandemia.

Los cambios son más sutiles

Para Luis Melgar, diplomático español basado desde 2019 en Pekín y consejero de Derechos Humanos en la UE, hay una cambio después del COVID. "La población se acostumbró a estar más controlada y esto permanece. Se necesita permiso para todo". Melgar explica que "los núcleos de viviendas tienen más vallas. Están más cerrados. Y en la sociedad civil se nota mucho porque no queda nada independiente. Los chinos de a pie lo tienen muy difícil para participar en cualquier acto organizado por extranjeros, porque por la ley anti espionaje del Gobierno chino se convierten en sospechosos".

Los diplomáticos pueden viajar a cualquier ciudad, excepto a Tíbet, pero pocos chinos hablan con ellos, y quienes lo hacen son interrogados después por miembros del Partido para saber qué es lo que han dicho.

Como periodista también experimenté ya en 2020 un cierre y retroceso en la libertad de expresión.

Antes del COVID, nunca tuvimos problemas con la población. Más o menos contestaban cuando les entrevistábamos en la calle. Siempre había cobertura y fechas más delicadas, pero con la pandemia, los periodistas extranjeros nos convertimos en enemigos de China, sospechosos de contar siempre lo peor. Era el propio chino de la calle el que llamaba a la policía para alertar de nuestra presencia, o nadie quería hablar con nosotros.

China es ahora más cerrada, aunque desde fuera no lo parece con gestos como la supresión temporal del visado para turistas que no estén más de un mes. El COVID y sus medidas también tuvieron sus repercusiones económicas, y no soplan buenos vientos con las ráfagas de aranceles anunciados por Estados Unidos.