Rolando es funcionario de justicia en Canarias y le dolía ver cómo las personas que acababan de jugarse la vida en el mar lo primero que encontraban en tierra era un calabozo. Y se hizo voluntario de Cruz Roja.
Mohamed llegó de Marruecos al archipiélago en una patera a los 16 años y quiere devolver el apoyo que recibió en su momento. Tiene un buen trabajo, con responsabilidad, y ha labrado su futuro en Lanzarote. Margarita, por último, encuentra tiempo libre después de su trabajo en la biblioteca para dárselo a los demás.
Son algunas de las motivaciones que llevan a estas tres personas a plantarse en el muelle en su tiempo libre. Allí, ayudan con la primera asistencia en tierra cuando Salvamento Marítimo lleva a los rescatados a puerto. Con cada nueva arribada a Canarias se pone en marcha un dispositivo de emergencia pero también de solidaridad.
Por qué decidieron ayudar
Rolando Blanco empezó como voluntario el verano pasado. Antes miraba el mar para buscar olas y pelearse con ellas haciendo surf. Ahora sabe que si está en calma, seguramente sonará la alerta de alguna llegada.
"Llegaba a casa siempre fastidiado con este tema, lo hablaba con mi mujer, ella conoció el proyecto y nos apuntamos los dos", narra Rolando. Y, así, empezaron a ir a los dispositivos en tierra: "La primera patera que llega te motiva para acudir a la siguiente porque ves que hay 200 personas pasándolo mal, que necesitan ayuda y tú estás a mil metros y no puedes quedarte en tu casa sentado por ahí tomando una caña", señala.
"A la hora que sea, te llega un mensaje al móvil: arriban tantas personas a puerto, o a la playa y tú das el ok si puedes ir", enumera este funcionario. "Siempre llevo la ropa de Cruz Roja en el coche por si me pilla fuera de casa, salir de donde sea corriendo, cambiarme y llegar a la intervención", evoca.
Las historias y motivaciones son diferentes. Pero quizá el que mejor lo entiende es Mohamed Lamhir. "Yo llegué en patera en 2001. Me trae recuerdos a veces cuando ves niños más pequeños que yo en su momento, familias. O cuando ves bebés".
Cada vez que coge un niño en brazos en el puerto le pasan por la cabeza demasiadas cosas, pero sobre todo siente alegría porque quizá ese niño tendrá la misma oportunidad que él aquí. Una vida hecha, un trabajo, sacar adelante a la familia que se quedó.
Entonces tenía 16 años y 4 meses, matiza. Salió de Tarfaya y llegó a Fuerteventura. "No es lo mismo que ahora, no fue tan difícil llegar porque la distancia es muy corta", señala. "Hoy en día salen de puntos más lejanos como la zona de Agadir, Esauira; el tipo de embarcaciones también ha cambiado y la cantidad de personas a bordo. En la patera mía que íbamos era de madera, éramos entre 20 o 23 personas, pero hoy en día ya lo menos que recibimos son 40, pero ascienden a 60 o más de 70 incluso, como es el caso de varias neumáticas que llegaron hace poco".
Salió para ayudar a su familia porque son muchos hermanos. Era una forma de buscarse la vida: “Mereció la pena porque ha habido un cambio radical en mi vida. Durante todos estos años también he vivido cosas buenas y cosas malas, como todo el mundo.”
"El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho", esa frase de Cervantes y un mural gigante con la imagen de la cantante Rosana, da la bienvenida cada día a Margarita Lemes en la biblioteca del centro cívico de Arrecife. Tiene 59 años y lleva como voluntaria desde enero de 2019.
Tomar esa decisión fue y sigue siendo enriquecedora. “Para mí son gente vulnerable, que vienen buscando un mundo mejor, una vida mejor para ellos y para sus familias”. “Lo más que me duele es que esa gente no pueda llegar a un fin. Con todo lo que han dejado atrás, todo lo que les mueve y que sus vidas se queden truncadas en el mar.”
Margarita les habla con las manos, con la sonrisa, porque no se aclara con otro idioma. Lo que más le impacta son los niños: "Pienso en la necesidad que tienen que estar pasando para meter a un hijo tan pequeño en un barquito o en una neumática".
El impacto emocional
Tampoco es fácil para Rolando: "Aporta, pero también tiene su lado negativo porque te vas muchas veces comiéndote la cabeza con muchas cosas o que has visto o que has hecho mal".
Una intervención dura dos o tres horas y, entre las cosas positivas, Rolando se acuerda "de ese abrazo que te echó encima una persona que no sabes ni por qué. O cuando te dicen adiós. Cuando se van con la mano en el corazón, son sentimientos encontrados".
Ellos también conviven con los bulos, la desinformación y la xenofobia. "Hago caso omiso de todos los comentarios que vienen de fuera", dice Margarita. Todos los días lo ves. Renuncias a discutir, asiente Rolando. "Cuando la gente habla de la inmigración, me sorprende tanto que el problema de la inmigración sean 40.000 personas que llegan en patera y no 10.000 que se han quedado en el mar ahogados este año y no han podido llegar. Algo falla como sociedad cuando el conflicto lo estamos viendo ahí".
24 horas en alerta
Cuando hay una emergencia, el centro de operaciones autonómico de Cruz Roja lanza la alerta a un dispositivo de guardia 24/7. A cualquier hora pueden llamar para activar el protocolo. May Hernández es responsable de costas de Cruz Roja en Lanzarote: "Ya saben cuáles son las directrices, reciben la alerta en el móvil, si pueden se dirigen a la asamblea, nos preparamos todos y en unos 15 minutos estamos aquí".
Ese aquí es Puerto Naos, el epicentro de todos los rescates. Es un dispositivo amplio que se pone en marcha con cada llegada y que es igual en todas las islas. También a nivel nacional.
"Llegan agotados. No saben dónde están. Les situamos, les decimos dónde han llegado, dónde están y que estamos para ayudarles", explica May. "Es un dispositivo muy amplio donde todos tenemos nuestro papel. Nada más llegar la embarcación hacemos un triaje donde valoramos si deben ser trasladados al hospital", narra. "La intervención dura dos o tres horas por cada patera y ahí ya pasan a custodia policial, al centro de atención temporal y a otro recurso que les atiende", concluye.
En menos de 72 horas, los adultos suelen irse de la isla y les pierden la pista. Rara vez se vuelven a encontrar. Rolando una vez se cruzó a un grupo en el aeropuerto de Barajas, vestido con el chándal que les dan, y uno de ellos le reconoció y le dijo "Lanzarote". Se le salió de alegría el corazón.
Mohamed hace funciones de mediación: "Hablo árabe y, también, francés. Pero básicamente intentamos hacer un poco de todo". Él sabe bien lo que necesitan porque lo ha vivido: comida y calor. En el viaje "no te dan ganas de comer ni nada de eso porque constantemente estás mareado o estás vomitando, lo estás pasando mal. También hay veces que el tiempo está muy mal".
Margarita está en apoyo humanitario pero también en sanidad. "Donde se me necesite, me da igual. La cuestión es que la gente esté cómoda, vienen inseguros y muy pensativos".
Los voluntarios son imprescindibles en la atención humanitaria. Sin ellos sería imposible, cuenta May. "La calidad humana que tienen para estar aquí, para prestar esa ayuda, para todas esas personas que pasan por ese mal rato. Tener a alguien que les da simplemente un abrazo, que tienen capacidad de apoyo. Es verdad que la parte técnica, los profesionales están muy preparados, pero esa calidad humana es indispensable", argumenta.
La llegada de menores
"En cada intervención siempre hay algo que te impresiona. Pero es verdad que me choca mucho siempre cuando llegan los menores", explica Rolando. "Yo tengo dos hijos adolescentes y veo a los que llegan aquí, unos con cara de miedo, otros se juntan riéndose como haciéndose los mayores para fingir que no tienen miedo. Y veo a mis hijos ahí y digo esto es por pura suerte. Estamos a este lado de la frontera". Con ese sentimiento, se va a casa después de cada intervención.
Mohamed tiene grabado en su cabeza un 6 de enero, cuando una mujer dio a luz en la neumática. "Tuve el privilegio de afiliar a la madre en el hospital. Me marcó por lo feliz que se puso porque se salvó su bebé".
A May le impacta ese momento en que las madres les entregan a los niños para desembarcar. "Ves cómo sueltan al niño después de tantos días en el mar y, entonces, cuando les prestas la mano para bajar, se vienen abajo". La capacidad de recuperación que tienen los niños es lo que más le sorprende. "Ese niño que lo cambias, le das de comer y son una lección de vida y un aprendizaje para todos", resumen.