Desde el patio de una guardería en Hostomel, a unos 35 kilómetros de la capital de Ucrania, se escucha la sirena que avisa de un ataque antiaéreo. Acostumbrados a ese sonido, los maestros y los niños de la guardería -que se encuentra a tan solo unos metros del aeropuerto de la localidad y que ha sido reconstruida- dejan sus tareas y se trasladan en fila y de forma ordenada al refugio.
Se trata de una de las más de 3.800 escuelas destruidas o dañadas en Ucrania desde que Rusia comenzó hace dos años su invasión, según datos del Gobierno de Kiev.
La guerra ha devastado escuelas y guarderías en todo el país. En Hostomel, donde todavía pueden verse viviendas dañadas por los bombardeos durante el primer mes de guerra -cuando la localidad sufrió el castigo de las fuerzas rusas-, todas las escuelas sufrieron daños. A día de hoy, solo se ha podido reconstruir el 50% de ellas.
Esta situación, junto con los efectos generales de la guerra, ha tenido graves consecuencias para la educación y la salud mental de los niños ucranianos.
“Cuando suenan las sirenas les tranquilizamos. Nos dedicamos a dibujar en el refugio, les contamos cuentos y a veces seguimos la clase”, explica Natalia Rog, directora del Colegio Número 1 de Hostomel, que mantiene la puerta principal original dañada por los ataques. “Los niños ya no lloran tanto, se han acostumbrado a las explosiones de la guerra y a las sirenas. Tienen ganas de venir”, añade.
Para Natalia fue muy doloroso volver a la escuela tras la retirada de las unidades rusas. “He trabajado aquí durante 40 años. Me quedé conmocionada al ver que la escuela había sido destruida. Estaba deprimida. También se quemó mi casa. Perdí mi trabajo y mi vivienda”, lamenta.
Elena, la jefa del Departamento de Educación de Hostomel, asegura que los niños de esta población “están volviendo a la normalidad de forma segura, pero lenta”. “Hay muchos centros de enseñanza destruidos. El próximo otoño abriremos una nueva guardería de 250 plazas y vamos a construir una nueva escuela”, comenta mientras se escucha el sonido de su móvil que le avisa de un ataque aéreo. “La gente va regresando con niños y si hay más escuelas, regresarán más”, afirma.
Refugios antiaéreos ambientados en el espacio y ‘Hobbiton’
Antes del 24 de febrero de 2022, las escuelas en Ucrania no contaban con refugios, pero ahora la norma establece que para que un colegio o una guardería abra sus puertas de nuevo, debe disponer de un espacio en el que los niños puedan protegerse de los ataques de las fuerzas rusas.
Los niños pueden pasar horas encerrados en esas cuatro paredes hasta que las sirenas dejan de sonar y lo más común es que estos refugios sean lugares sin nada que pueda distraer a los más pequeños, nada que les permita evadirse de lo que está ocurriendo fuera.
Para que los niños puedan volver a las escuelas y que las horas que pasan en los refugios sean más amenas, la organización benéfica GURTUM ha reconstruido dos de las escuelas que quedaron dañadas en Hostomel, y junto a ellas han levantado refugios a los que los niños van con una actitud menos negativa.
“Vinimos aquí una vez que se retiraron las tropas de los ocupantes rusos. Queríamos conservar la escuela, que tiene más de 100 años, porque querían eliminarla”, afirma el director de GURTUM, Oleksandr Kagal. “Nosotros queríamos conservarla para las futuras generaciones. Queríamos mejorar la escuela, perfeccionarla, hacer murales, poner todo verde con vegetación”, señala este joven, quien recalca que aunque la escuela “no es súper moderna”, demuestra que “no hace falta invertir muchos millones para mejorarla”.
“Nuestra labor es crear las condiciones para que los niños estén bien. La idea de este refugio es que vengan a clase con ganas, que les guste estar ahí. Hacemos concursos y varias actividades ahí”, comenta.
A tan solo unos metros de la entrada del pequeño colegio, se observa un refugio semiexcavado en la tierra de color blanco con ventanas y puerta de madera, al puro estilo de los ‘hobbits’ de la película ‘El Señor de los Anillos’.
El refugio cuenta con dos entradas, una zona para dar las clases y un baño. Todo con una decoración y unas paredes con gatos, libros y una chimenea pintados que ayudan a los niños a afrontar el estrés y la ansiedad.
Max, de seis años, explica con pocas palabras que tiene claro que quiere ser policía cuando sea mayor porque le gusta ir en coche. “No tengo miedo cuando suenan las sirenas”, asegura sentado en su pupitre mientras sus otras tres compañeras de clase observan con curiosidad. “Espero que algún día se acabe la guerra”, añade.
A su lado se sienta Adelina, de la misma edad, una niña peinada con dos coletas y que observa su libro de Matemáticas, su asignatura favorita, abierto. “Me gusta venir al colegio para estar con mis amigos y la casita de Hobbit porque es bonita”, afirma con timidez. “Cuando hay una alerta y suenan las sirenas tenemos que ir ahí. Nos reunimos y vamos al refugio”, añade.
Consecuencias psicológicas para toda la vida
Desde febrero de 2022, más de 1.800 niños han muerto o han resultado heridos durante los ataques rusos en Ucrania, según datos facilitados por UNICEF. Muchos niños han visto de primera mano la destrucción de sus hogares y han perdido a familiares, experiencias que no les permiten disfrutar de una infancia normal.
La guerra también está teniendo un impacto devastador en su bienestar y su salud mental. Alrededor de 1,5 millones de niños en Ucrania corren el riesgo de sufrir depresión, ansiedad, trastorno de estrés postraumático y otros problemas de salud, con posibles efectos e implicaciones a largo plazo.
“A los alumnos se les nota que tienen miedo. A menudo se ponen enfermos. Dicen que no tienen miedo cuando suenan las sirenas, pero sí que lo tienen. Lloran”, comenta la directora del colegio de Hostomel. “Pero están bien preparados y son listos”, asegura.
Desde UNICEF, el especialista en Agua y Saneamiento en Kiev, Bruno Bicudor, explica que el conflicto “ha afectado al acceso de servicios básicos, como el agua potable, la educación y la salud”. “Eso ha afectado también a los niños en lo que tiene que ver con su salud mental”, recalca.
“Los que se llevan la peor parte son los que viven cerca de la zona de combate. Los niños en esas zonas han pasado de promedio entre cuatro y seis horas al día en refugios subterráneos, algo que provoca un sentimiento de pérdida, miedo y aislamiento”, detalla.
La psicóloga ucraniana Inessa Pustovalova explica que los efectos de la exposición a los ataques son diferentes. “Los más pequeños pueden mostrar miedo y emociones más abiertamente, como llorar o gritar, pero las personas mayores están contenidas, se encierran en sí mismas”, asegura esta mujer que reside en Kiev.
“El trauma de la guerra y sus consecuencias pueden manifestarse el resto de la vida, como con un aumento de la ansiedad, pesimismo, trastornos nerviosos, de la salud física y también de la memoria”, indica.
“Psicológicamente, los niños en Ucrania sufren grandes pérdidas en términos de salud mental. Después de todo, es difícil vivir y estudiar en condiciones de guerra. No hay regiones seguras en Ucrania. Las alarmas aéreas son diarias y el peligro de ataques con misiles balísticos son la realidad de nuestros hijos”, añade.
El impacto de la guerra en la educación
La invasión rusa de Ucrania llegó después de la pandemia de COVID, que obligó a las escuelas a impartir sus clases a los niños de forma telemática. Esto significa que algunos estudiantes se han enfrentado a cuatro años escolares seguidos con interrupciones.
Según UNICEF, alrededor de la mitad de los profesores de Ucrania han informado de un deterioro en las habilidades de los estudiantes en lenguaje, lectura y matemáticas. Además, han perdido la sensación de seguridad y los que continúan sin asistir a clase de manera presencial se han alejado de sus amistades en las escuelas, que pueden tener una influencia beneficiosa en aquellos que sufren la guerra.
“En Ucrania tenemos unos 4,5 millones de niños en edad escolar. Aproximadamente el 50% de ellos tiene educación presencial, generalmente en las zonas que están más lejos del conflicto”, explica Bicudo. “Un 25% tiene educación en línea y el 25% restante tiene una educación mixta”, añade.
Esta situación ha hecho que en algunas ciudades más cercanas al frente, como Járkov -la segunda ciudad más poblada de Ucrania-, los habitantes hayan ido adaptando su vida a la guerra. En esta ciudad las clases se han impartido en su mayoría de forma ‘online’, pero muchas clases presenciales se dan ahora bajo tierra, en estaciones de metro de la ciudad.
En total cinco estaciones se han convertido en escuelas y, como los trenes continúan funcionando, los niños pueden volver a sus casas tras estudiar de forma segura bajo tierra.
“Es una perturbación a la vida diaria de los niños y tiene consecuencias graves. En la parte este del país hay un retraso en la educación de muchos de ellos. Deficiencias de hasta dos años en la habilidad de lectura y matemáticas”, detalla Bicudo.