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Sánchez, el líder de las siete vidas ante el reto de darle estabilidad a una difícil legislatura

MARÍA MENÉNDEZ
7 min.

El 29 de mayo el presidente del Gobierno y líder del PSOE, Pedro Sánchez, sorprendía a propios y extraños y adelantaba las elecciones generales al 23 de julio. En plena resaca electoral del 28M y sin que le diera tiempo a asumir los malísimos resultados del PSOE en las elecciones municipales y autonómicas, no solo no escurría el bulto sino que asumía "en primera persona" la pérdida absoluta de poder local y territorial socialista. Aceptó que esos comicios se convirtieran en una primera vuelta centrada en su persona y decidió adelantar el partido definitivo, la final. Así, las elecciones previstas justo para estas fechas, a final de año, se celebrarían muchos meses antes y en pleno verano. Los sudores se extendieron por los partidos, a los que Sánchez pilló con el pie cambiado.

De aquello ha pasado ya seis meses y el tiempo, de nuevo, ha demostrado que se la jugó y que su estrategia, más que arriesgada, le ha permitido su objetivo último: seguir en La Moncloa. Nunca se sabrá qué destino correría Sánchez de no haber dado ese golpe en la mesa, pero el volantazo le salió. Su carrera política se ha fraguado a base de golpes inesperados y decisiones taimadas, y su triunfo en la investidura de la que acaba de salir victorioso es otro trofeo más en su carrera llena de subidas y bajadas. También de cambios de opinión, de rectificaciones a sí mismo y giros políticos.

Paró en seco la estrategia, que parecía imparable, del PP de avanzar en su toma de poder municipal y autonómico, dando la mano a Vox, y aprovechó el rechazo absoluto y el estado de ánimo de los votantes de izquierda ante esa unión de la derecha y la ultraderecha para volver a poner urnas. Cuanto antes, mejor, pensó. Así, los ciudadanos votaron en plenas negociaciones entre PP y Vox para formar múltiples gobiernos conjuntos en ayuntamientos y comunidades. Esto modificó las encuestas, que apuntaban a un seguro Gobierno de Alberto Núñez Feijóo, y alentó al votante que se oponía a sus pactos con Santiago Abascal.

No ganó las elecciones, pero a estas alturas se puede afirmar que de poco le servió al PP de Feijóo ser la lista más votada. Las caras en la noche electoral lo decían todo: en Ferraz celebraban la dulce derrota con posibilidad de Gobierno y en Génova también celebraban la amarga victoria y empezaron a ver la complicación mayúscula para que el 'popular' pudiera gobernar.

Sánchez sacó la calculadora de pactos y vio que era posible con una suma similar a la que le aupó la anterior legislatura, añadiendo a la misma a Junts, el partido cuyo líder, Carles Puigdemont, está fugado de la Justicia española. La empresa era más que difícil, pero fue posible gracias a una amnistía a los encausados del 'procés' de la que renegó en la campaña electoral, pero de la que decidió hacer "de la necesidad, virtud". Ceder a la amnistía le ha valido las criticas más duras de la oposición de PP y Vox, protestas en la calle y el rechazo de la Justicia.

De momento y una vez más, y a la espera de si el suflé baja o no, Sánchez sale airoso, otra vez, pero ahora queda por ver la dificultad de caminar en una legislatura en la que cada voto de estos partidos nacionalistas e independentistas tendrá que sudarlo. Sánchez quiere una legislatura larga y estable de cuatro años, pero es consciente de que no depende de él y que el ambiente de confrontación y polarización solo sube y sube en un Congreso partido por la mitad.

Una década política al límite

Tiene 51 años, pero Pedro Sánchez ha vivido en menos de una década lo que muchos políticos no experimentan en muchos lustros de carrera. Cada año en su trayectoria ha estado ligado al vértigo.

En 2014, siendo un desconocido, se alzaba con el triunfo en las primarias del PSOE, superando a un favorito Eduardo Madina, para tomar el testigo del histórico Alfredo Pérez Rubalcaba en la Secretaría General del partido más antiguo de España.

En 2015, y en su primera prueba de fuego como líder y candidato, el resultado no pudo ser peor: el PSOE tocaba su suelo electoral en las elecciones generales bajando hasta los 90 diputados como consecuencia de la irrupción de una nueva fuerza política- Podemos- que consiguió hacer temblar los cimientos de Ferraz.

En 2016 Sánchez murió políticamente hablando y resucitó. El propio PSOE cavó su tumba, pero resurgió de las cenizas para volver a la Secretaría General en 2017. Derribado por el aparato de Ferraz, tras una lucha de poder que se recuerda como pocas entre él y Susana Díaz y con la bandera del 'no es no' a una abstención para dar el Gobierno a Mariano Rajoy, fue capaz de derribar al entonces aparato socialista con todos los expresidentes y 'barones' socialistas haciendo piña en su contra. Se ganó a la mayoría de la militancia que lo llevó de nuevo y en volandas al liderazgo del PSOE cuando tiempo atrás le daban por cadáver político.

En 2018 Sánchez culminaba su proeza y se convertía en presidente del Gobierno, casi sin creérselo, gracias a una moción de censura histórica que tumbó a Mariano Rajoy y que salió adelante por una mayoría muy similar, casi idéntica, a la que le ha dado ahora el Gobierno: PSOE, Unidos Podemos, ERC, PDeCAT, PNV, Compromís, EH Bildu y NC.

En 2019, once años después del último triunfo electoral socialista, el PSOE ganaba unas elecciones generales en España de la mano de Sánchez, pero alcanzar La Moncloa no iba a ser fácil. Su falta de entendimiento con quien estaba llamado a ser su socio de Gobierno, Podemos, llevó al país a la repetición electoral. Tras la nueva cita con las urnas ya sí se entendió con Unidas Podemos para formar el primer gobierno de coalición de la actual democracia. No le quedó más remedio y también hizo de la necesidad, virtud.

De esta manera ha sido, en menos de una década que da vértigo, el primer líder del PSOE muerto y resucitado, el primer presidente del Gobierno que llega a La Moncloa en España tras una moción de censura, el primero que alumbra un gobierno de coalición, y suma ahora un nuevo hito a su carrera, el primero que llega al poder sin haber ganado unas elecciones.

Nunca un presidente en España formó Gobierno sin vencer en las urnas. El PP, por este motivo, ha tratado de restar legitimidad a su investidura, que Sánchez ha luchado por defender. Él ha conseguido sumar una mayoría parlamentaria.

El reto de la estabilidad en una legislatura compleja

Sánchez prometerá su cargo ante el rey Felipe VI este mismo viernes por tercera vez y arrancará un nuevo mandato que, a juzgar por las negociaciones de estas últimas semanas y por lo escuchado en los dos días de pleno de investiura, no va a ser fácil. El socialista está acostumbrado a andar sobre el alambre parlamentario con votaciones de infarto en las que el PSOE debe afanarse para conseguir cada mayoría en el Congreso, cada voto.

No va a ser distinto en esta nueva legislatura e incluso va a ser peor con grupos como ERC y Junts que amenazan con romper los pactos en cualquier momento.

Sánchez cuenta con el apoyo indudable de sus diputados y aspira a que su coalición con Sumar le dé menos sobresaltos que la que firmó con Unidas Podemos en la anterior legislatura. La relación con la que será de nuevo su vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz, es manifiestamente mejor que la que tuvo con su vicepresidente Pablo Iglesias y sus exministras Ione Belarra e Irene Montero.

A partir de ahí, el resto de socios le han dado su respaldo, por ahora, pero la estabilidad de la legislatura está por ver y puede ser un campo de minas con el partido de Puigdemont apretando cada día.

En el Senado el PP cuenta con una mayoría absoluta que aprovechará para retrasar la tramitación de la ley de amnistía, primer gran escollo de un Gobierno que echará a andar el próximo martes, con su primer Consejo de Ministros. Ahora la máxima expectación se centra en saber los elegidos para formar su Ejecutivo.

Fuentes del PSOE apuntan a TVE que Sánchez necesita el fin de semana para "descansar" y tomarse con calma la elaboración de esa lista.

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