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Análisis | Guerra en Ucrania

Por qué ayudar a Ucrania beneficiará a la sociedad rusa demócrata

  • Los debates políticos de la Unión Europea sobre la invasión de Ucrania en voz de ciudadanos rusos y ucranianos

  • La cultura ha sido el gran transmisor a Occidente de una visión imperial de Rusia, según muchos ucranianos

  • Sigue la última hora de la guerra en Ucrania - Rusia

ANNA BOSCH
6 min.

-¿Usted no se fía de Putin?

-(Risas) ¡Nooo, no me fío de Putin!

-¿Usted no se fía de un posible acuerdo de paz con Putin?

-No. No me fío de ningún acuerdo con Putin. La única opción para la paz es que Ucrania recupere el territorio que tenía en 2013 [antes de la anexión de Crimea y parte del Donbás] y que Rusia pague por la reconstrucción

Es un extracto de la conversación que mantuve a principio de mes con Aleksandra Polivanova, la joven rusa que preside Memorial (Nobel de la Paz, 2022), la organización defensora de los Derechos Humanos que nació con la perestroika de la Unión Soviética, pero no ha sobrevivido a Vladímir Putin, que la ha ilegalizado. Uno de los fundadores de Memorial fue el premio Nobel Andrei Sájarov.

Polivanova pasó por Madrid como parte de una delegación de Memorial a quien el gobierno español, CIDOB y la Fundación Rafael del Pino acogieron para que pudieran celebrar su reunión anual, imposibilitados como están de hacerlo en Rusia. Asistí a cuatro sesiones que fueron tan interesantes como tristes y alarmantes.

"No quiero haber nacido con Stalin y morir con Putin"

Con la apertura de Mijaíl Gorbachov, empezaron a investigar y denunciar los crímenes de la era soviética, y hoy se sienten fracasados por no haber logrado una Rusia más democrática y justa en más de 30 años de activismo. No se me ocurre mejor ilustración que la frase lapidaria que dejó Svetlana Gannushkina, una de las fundadoras de Memorial: "Celebré mis 80 años en un calabozo. No quiero haber nacido con Stalin y morir con Putin".

En estas sesiones pudimos escuchar y conversar tanto con algunas de las fundadoras como con miembros más jóvenes, también con miembros de Memorial en Ucrania y activistas pro derechos humanos del Cáucaso, Bielorrusia y Polonia. Les une esa causa común y, en lo urgente, su oposición a la invasión de Ucrania y a la visión imperialista del Kremlin, que reclama tener derecho a una "zona de interés" fuera de sus fronteras, incompatible con la soberanía de exrepúblicas soviéticas, hoy Estados independientes.

Las protestas dentro y fuera de Rusia

Pero hay un punto de fricción: a pesar de reconocer que hay un sector de la sociedad rusa contraria a la política del presidente Putin, como la propia organización Memorial, fuera de Rusia les reprochan la timidez en la protesta. Los rusos se defienden argumentando el panorama político y el miedo que ha impuesto el gobierno Putin: "No hay una oposición organizada y cualquiera que salga a protestar en Rusia se arriesga a ser detenido en cuestión de minutos y acabar en la cárcel".

De acuerdo, conceden los críticos, pero, ¿y los rusos que viven en el extranjero? ¿Por qué no hay grandes manifestaciones de rusos en Francia, Alemania, España… como sí las ha habido de bielorrusos, que son menos?

¿Por qué no hay grandes manifestaciones de rusos en Francia, Alemania, España…?

Es el mismo reproche que hace Yevhen Fechenko, periodista ucraniano y profesor universitario, razón por la cual ha podido quedar exento de tener que alistarse a la defensa ucraniana y ha podido exiliarse. He hablado con él en varias ocasiones mientras ha estado en Madrid y he recogido parte de su testimonio en la crónica del Telediario Especial con motivo del primer aniversario de la invasión.

Fedchenko comparte la visión y los argumentos de todos los ucranianos con quienes he hablado en este último año y que, dentro de la Unión Europea, comparten nuestros socios de las repúblicas bálticas, que han prohibido la entrada en sus países a todos los ciudadanos rusos.

Huyen porque no quieren morir, no porque les importemos los ucranianos

¿Aunque huyan para no ir a la guerra?, les he preguntado yo, y en todos los casos la respuesta de mis interlocutores es así de brutal: "Huyen porque no quieren morir, no porque les importemos los ucranianos. No se pueden equiparar los inconvenientes potenciales para los rusos en Rusia con el sufrimiento de los ucranianos. Si están contra la guerra, que se queden en Rusia y luchen por cambiar su gobierno, si no, los ciudadanos son tan responsables como Putin".

Un activista de un país de la Europa del Este que hoy es miembro de la UE fue más lejos. "La obligación de los rusos es quedarse en Rusia y oponerse al régimen. Es la manera de ayudar a Ucrania y a Europa", dijo.

El poder de la cultura rusa

Para grabar la entrevista llevé a Yechen Fedchenko al parque de la Fuente del Berro de Madrid, donde hay una estatua del poeta Aleksandr Pushkin que el Ayuntamiento de Moscú regaló al de Madrid en 1981, poco después de que, muerto Franco, España restableciera relaciones diplomáticas con Rusia.

Fedchenko se quedó un rato pensativo mirando la estatua y, sabedor del debate actual sobre cómo tratar la cultura rusa en Occidente, me dijo sonriendo "hay que quitar la estatua. La cultura rusa, sobre todo la literatura, forma parte del poder blando de Rusia, a través de ella los occidentales habéis interiorizado la visión imperial rusa, en el fondo también veis Rusia como un país que tiene derechos sobre los de su entorno geográfico e infravaloráis nuestra entidad como países independientes".

En lo que están de acuerdo los activistas rusos y ucranianos es en que la manera de ayudar a la sociedad rusa es ayudar a Ucrania a combatir la invasión y "ganar" esta guerra. "Nuestro futuro depende de la victoria de Ucrania, y no habrá futuro para Rusia ni para Europa si no se establecen mecanismos para enjuiciar a los culpables de esta catástrofe", reflexiona la historiadora y fundadora también de Memorial, Irina Sherbakova, cuyo padre fue víctima de la represión de Stalin. Con profundo pesar añade: "Ni Stalin ni el fascismo llegaron a usar la propaganda, la reescritura de la historia, como lo hace Putin".

En Sevilla he entrevistado a un estudiante ruso que se declara pacifista. Salió de Rusia en septiembre de 2021, cinco meses después el ejército ruso invadió Ucrania y entonces él pidió a través de la Cruz Roja y de CEAR el estatuto de refugiado. Es, por lo tanto, uno de esos rusos a quienes la mayoría de ucranianos y algunos socios de la UE niegan el derecho a la acogida.

"Yo combato la mayor, la de dividir a las personas en esas categorías, rusos, ucranianos, españoles. Hay que ver a la gente como personas". Su oposición a la guerra y a Putin le ha costado la relación con su padre y con algunos de sus amigos rusos, en España se pone en guardia antes de conocer a otro ruso. Por miedo. Conoce los argumentos de los ucranianos y dice comprenderlos, pero contraargumenta con un discurso antinacionalista. "Son países jóvenes y, en el caso de Ucrania, su ira está justificada, pero el nacionalismo acaba siempre mal, es una enfermedad". Le pregunto cuál es para él, desde su pacifismo, la solución a esta guerra: "No lo sé, pero se ha llegado demasiado lejos para que sea posible la paz con Putin".

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