Alba (nombre ficticio) creció en un entorno hostil. La joven, de 36 años, tuvo una infancia marcada por carencias afectivas y violencia emocional. Vivió gritos, desprecios, peleas y soledad. Ahora reconoce estas experiencias como los episodios traumáticos que la convirtieron en una adulta agresiva, impulsiva y enfadada con el mundo, pero no culpa a sus padres. Ha aprendido que el dolor, a veces, se hereda. “Investigué y descubrí que mis padres también sufrieron”, explica. Y ella, dice, tenía todas las papeletas para seguir transmitiendo el daño de sus antepasados: “Sin terapia habría tratado a mi hijo peor de lo que viví en casa”, confiesa a RTVE.es.
Muchos padres cargan con una historia de emociones negativas intensas que nunca llegan a resolverse. Una “maleta llena de piedras” que pueden pasar a sus hijos inconscientemente, señala el psicólogo y profesor en la Universidad Pontificia de Comillas Carlos Pitillas. La mayoría de estas heridas están, a su vez, relacionadas con algún tema transgeneracional, un hecho traumático no procesado que puede remontarse generaciones atrás.
“Vivimos en el presente algo que sucedió allá y entonces“
“Lo transgeneracional se da cuando vivimos en el presente algo que sucedió allá y entonces”, describe la especialista en educación emocional Nadia Ferreyra. La experta pone el ejemplo de una paciente, una madre que sentía rabia hacia su pequeño y cuya emoción se remontaba a la que tenía con ella su propia progenitora. Su madre se quedó huérfana a una muy temprana edad, un duelo para el que no tuvo herramientas en su infancia y, por tanto, que no sanó.
Las dificultades que se experimentan en la vida adulta tienen así que ver "prácticamente en todos los casos" con emociones de la infancia no procesadas o traumas bloqueados.
Qué son los traumas y cómo marcan la crianza
El trauma es un concepto controvertido, reconoce Pitillas, pero podría definirse como “una experiencia negativa de alto impacto que supera las capacidades del individuo para entender lo que sucede y para responder de forma adaptativa”. Además, se manifiesta de manera recurrente o con mucha intensidad y suele tener un elemento común: la represión del mismo. Entre los más graves, el psicólogo señala la pérdida de un ser querido, el abuso sexual, las guerras, el maltrato físico o emocional y el acoso escolar. Pueden estar dentro del territorio de lo traumático, igualmente, el hecho de crecer con unos padres exigentes, ausentes o “crónicamente decepcionados con sus hijos”.
Sufrir un trauma es especialmente “desgarrador” en el nucleo familiar y durante la infancia. Es esta etapa la que los expertos consultados por RTVE.es describen como la más importante y aquella que más impacta en el ser humano. Hasta los seis años, el cerebro acumula la mayor cantidad de vivencias novedosas y cruciales y, en función de lo positivas que hayan sido, influyen de una manera u otra en el futuro. Pueden afectar a la autoestima y a la capacidad de empatizar o de regular las emociones, entre otras consecuencias, explica el profesor de Comillas.
También influye en la maternidad y en la paternidad. Cuando una persona herida tiene un hijo, es posible que experimente sensaciones negativas e insoportables al rememorar su propia infancia, como el miedo, la rabia, la soledad o el abandono. "Y la forma que tienen de defenderse estos padres muchas veces es alejándose del niño, volviéndose agresivo o siendo sobreprotector", ejemplifica Pitillas. Así, alguien que no haya recibido cariño de pequeño y que se haya sentido aislado puede tener pensamientos como "que su hijo le quiere demasiado y que no es capaz de satisfacerle por sus carencias".
Alba y Helen, dos madres que rompieron el "círculo"
"Es más complejo que un círculo vicioso", advierte Ferreyra. Para ella, se trata de emociones bloqueadas en un momento del árbol genealógico que han influido en los descendientes, pero Alba y Helen, madres cada una de un niño de un año, no pueden evitar comparar las experiencias de sus generaciones con una especie de "círculo vicioso" del trauma. Y ellas, por suerte, han encontrado las herramientas para solventarlo.
“Era agresiva, impulsiva y no sabía identificar las emociones que sentía“
Alba se dio cuenta de que sus problemas emocionales eran el reflejo del daño de sus padres y de sus abuelos cuando fue a terapia tras sentir que no era "como los demás". "Era agresiva, impulsiva y no sabía identificar las emociones que sentía", narra al recordar cómo este comportamiento le resultaba incomprensible e incontrolable. Después del "shock" de las primeras sesiones, entendió que no podía culpar a sus padres. "Me educaron como pudieron", dice. Pero ella sí que tenía la oportunidad de cambiar la situación con ayuda profesional y compañía.
"Yo tenía la etiqueta de una persona grosera y que lastimaba con las palabras que decía", cuenta Helen. Se percató de esta conexión cuando entró en la universidad. Allí conoció a una profesora de filosofía que, a través de los libros, le abrió la mente sobre lo que había experimentado y la hostilidad del ambiente en el que había crecido. También descubrió el origen. El daño pasó de su bisabuela a su abuela y a su madre, quienes tuvieron escasos recursos y circunstancias peculiares, pues, como ella, crecieron en una zona rural de Nicaragua. "A mi mamá le mataron a sus padres en la guerra cuando tenía nueve años", cuenta como una de esas causas.
Tras haber entendido la procedencia de su dolor y ver que sus hermanos reproducían el comportamiento de sus padres con sus hijos, Helen actuó. "Intervine y les hice ver que no podíamos reproducir nuestra infancia, que eso se tenía que acabar", algo que también habló con sus propios padres, a quienes llegó a recomendarles ir a terapia. "Ahora ya no hay gritos, no hay castigos, no hay golpes... Todo es muy diferente a lo que vivimos", celebra.
Autoconocimiento frente a las sombras de la infancia
Ser madre o padre no es sencillo. "Los hijos vienen a despertarte un montón de sombras de las que no te das cuenta hasta que te encuentras con la paternidad o maternidad", apunta Ferreyra. Por eso, dice, se vuelve fundamental un trabajo previo de autoconocimiento, una mirada al "de dónde venimos y qué hemos vivido".
Comparte la misma opinión el psicólogo Pitillas, quien, además de la reflexión y del autoanálisis, recomienda la búsqueda de apoyos emocionales. "Muchas veces los padres traumatizados también sufren de estar muy solos, de sentirse muy poco apoyados", por lo que un "buen antídoto" sería encontrar a alguien que ayude a calmar las emociones más negativas.
Tanto Helen como Alba vieron también necesario recorrer el camino del autoconocimiento con ayuda profesional o cualquier otro tipo de apoyo. Ninguna de ellas se planteó ser madre hasta que sintieron que sus heridas habían cicatrizado y podían enfrentar la maternidad sin recuerdos dolorosos. "Primero sané mi corazón, mi mente, mi vida y mi ambiente", cuenta Helen. "Tu hijo no tiene que cargar con tu mala infancia", añade Alba.
La importancia del adiós al tabú de la salud mental para el trauma
En España, la salud mental es cada vez un tema más desestigmatizado. De hecho, el Ministerio de Sanidad y las comunidades autónomas aprobaron este mayo el Plan de Acción de Salud Mental 2022-2024, que busca precisamente acabar finalmente con el tabú, así como aumentar el número de psicólogos y psiquiatras. Para el psicólogo especialista en la transmisión intergeneracional del trauma, Carlos Pitillas, eso es sumamente importante.
"Cuanto más sensible es una sociedad a la falta de bienestar emocional, es más fácil para las personas pedir ayuda y hablar de su infancia", cuenta el experto a RTVE.es. Con ayuda profesional, dice, puede ser más sencillo para muchos ser padre o madre sin que las situaciones traumáticas de su pasado interfieran inconscientemente en su crianza. Algo de lo que también se beneficiarían los niños, una vez convertidos en adultos.
Helen dice notar ya los cambios en su hijo. Es más expresivo que ella, que tenía miedo a decir la verdad, es más cariñoso y ve en los brazos de su madre un lugar seguro. El futuro emocional que le depara es sin duda mejor que al que ella se enfrentó, opina: "Seguramente va a ser una persona sin miedos y sin temores, y no va a lastimar a nadie, ni con palabras ni físicamente". La joven, de 34 años, confía también en que su pequeño sea capaz de gestionar sus emociones, en que sepa construir mejores relaciones y en que tenga una buena autoestima.