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Guerra en Ucrania

La vida rota en Mariúpol: "La ciudad está siendo barrida del mapa"

RTVE.es / AGENCIAS
4 min.

“Un acto de terror que será recordado en los siglos venideros”. La sentencia del presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, daba la medida del sufrimiento de los habitantes de Mariúpol, la ciudad que se ha erigido en símbolo involuntario de la sinrazón de la guerra.

Los ataques se han endurecido en las últimas horas y la pesadilla está lejos de diluirse: el ayuntamiento de Mariúpol ha denunciado este domingo el bombardeo por parte de fuerzas rusas de una escuela de arte que servía de refugio a 400 personas, entre ellos mujeres, ancianos y niños.

En un comunicado en Telegram, afirman que todavía hay gente entre los escombros y aún se desconoce el número exacto de muertos y heridos. Una foto fija del horror que se repitió el pasado miércoles en el Teatro Drama arrasado por los bombarderos.

El presidente Zelenski también ha denunciado que las bombas se dirigen de forma sistemática contra objetivos civiles y calculan que el 70% de los edificios de la ciudad ya han sufrido daños. "El sitio de Mariúpol pasará a la historia por la responsabilidad rusa en crímenes de guerra", añadió Zelenski.

El ayuntamiento de la ciudad también ha informado este domingo de que miles de personas están siendo llevadas contra su voluntad a Rusia.

"Es difícil imaginar que en el siglo XXI las personas sean deportadas a la fuerza a otro país. Las tropas rusas no solo están destruyendo nuestra pacífica Mariúpol, sino que han ido aún más lejos y han comenzado a deportar a los residentes", clamaba el alcalde, Vadim Boychenko.

Mientras, unos 400.000 civiles permanecen atrapados desde hace más de dos semanas de férreo cerco, escondidos en sótanos, garajes o búnkers bajo tierra como improvisados refugios.

Se han cortado los suministros centrales de electricidad, calefacción y agua entre gélidas temperaturas. Los alimentos y las medicinas escasean. Las imágenes de enterramientos improvisados han horrorizado al mundo, y sobrecogen los testimonios de la población que ha tenido que recurrir al agua de lluvia para beber o a la captura de animales callejeros para alimentarse.

El día a día es “desesperado” y las organizaciones no gubernamentales que trabajan sobre el terreno alertan de la “catástrofe humanitaria” que se cierne sobre esta antaño pacífica ciudad portuaria radicada en el sureste del país. La ONU ya ha advertido de que las reservas de agua y comida se están acabando y prácticamente no entra ayuda humanitaria.

Familias en situación de riesgo

Los ataques aéreos no dan tregua y siguen cebándose con los más vulnerables. Un grupo de 19 niños, en su mayoría huérfanos, permanecen hacinados en sótanos de una clínica desde el comienzo de la invasión, el 24 de febrero. Sus tutores no pudieron recogerles y la situación se ha vuelto tan peligrosa en las calles que es imposible evacuarlos.

"No hay calefacción, hace frío. Una de las niñas, de unos ocho años, me mostró una herida en la cara provocada por el frío", asegura a AFP Alexei Volochchuk, otra de las personas refugiadas en el sanatorio.

Volochchuk añade que cerca del edificio han caído varios misiles y cuenta como un médico, un cocinero y dos enfermeras cuidan a los niños, mientras que la policía local les lleva comida, que se cocina al aire libre en un fuego cerca de la clínica.

“Es una ciudad muerta puede que no se vuelva a levantar nunca, está siendo barrida del mapa”, lamenta otro vecino que no puede contener las lágrimas.

Otros ciudadanos han tenido más fortuna y han conseguido huir a través de los corredores humanitarios que ha abierto el Gobierno ucraniano, por donde han podido escapar más de 4.000 personas, según las autoridades. Es el caso de la joven Galyna Balabanova que relata a Efe la odisea para salir de su ciudad natal.

"Milagrosamente no nos pillaron los disparos. A partir de ese momento seguimos en nuestro transporte particular y no utilizamos el corredor oficial, bajo nuestro propio riesgo. Por el camino había más de 20 puestos de vigilancia de hombres con uniforme ruso que inspeccionaban el coche cada 500 metros. Queríamos llorar de impotencia, porque dejábamos atrás a familiares y amigos en la ciudad", señala sobre el retrato infernal en el que se ha transformado Mariúpol.

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