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Los familiares, los otros grandes afectados por los tentáculos de las enfermedades mentales

  • En España, tres de cada 100 adultos sufren alguna enfermedad mental grave

  • Si necesitas ayuda, consulta aquí los teléfonos de entidades dedicadas a la salud mental

LUCÍA SANAGUSTÍN
6 min.

El día en el que a Héctor le diagnosticaron bipolaridad. El suyo y el de toda su familia. Con 20 años dejó la natación, deporte con el que había conseguido ser 15 veces campeón de España. Perdió amistades y compañeros e incluso abandonó, en dos ocasiones, una beca de estudios en Estados Unidos. Ese día volvió a Madrid con sus padres y asimiló, a la fuerza, que los cambios extremos en su estado de ánimo tienen nombre y diagnóstico.

Ahora convive con un trastorno bipolar de tipo 1, es decir, el que tiene episodios de excitación y de depresión de media duración (hasta tres semanas). Controla los brotes a base de pastillas, 21 al día, y observándose mucho a sí mismo. “Cuando me levanto y estoy eufórico, mi cabeza funciona a 100 por hora y puedo preparar infusiones y cafés para toda la familia. Ahí me doy cuenta de que estoy viviendo el inicio de un brote maníaco, un alto emocional”. Cuando sufre un episodio depresivo, en cambio, pierde toda su energía, el interés o el placer de hacer cualquier cosa y puede pasarse semanas sin levantarse de la cama.

“En esos momentos somos nosotros los que tenemos que ayudarle a ir al baño, a asearse, a comer… básicamente, tenemos que hacerle todo para que pueda seguir. Es muy duro”, cuenta Rosa, su madre. Ella y su marido son, desde hace dos años, pilares fundamentales en la vida de Héctor. “Cuando te dicen que tu hijo sufre una enfermedad mental grave se te trastoca todo. Te sientes desamparado y perdido porque nadie te informa sobre cómo tratar esta enfermedad. Aprendes gracias a asociaciones y a iniciativas privadas”, añade.

Tres de cada 100 adultos sufren una enfermedad mental grave

En España, tres de cada cien adultos sufren alguna enfermedad mental. Pero las ayudas y los recursos públicos son escasos. “Héctor sale adelante a base de psicólogos y psiquiatras de pago y porque nosotros estamos ahí”, dice Rosa. “Hay muy pocos recursos para la salud mental y casi todo recae en las familias. Lo peor de todo es cuando tenemos una urgencia y nos atiende un médico nuevo, un psiquiatra que no conoce a mi hijo de nada y al que hay que contarle todo su historial otra vez. Eso es cansadísimo, y al mismo tiempo la atención se deteriora. Una persona que sufre bipolaridad necesita un seguimiento continuo con el mismo doctor”, se lamenta.

La sanidad pública está muy dañada

El número de profesionales de la salud mental en España es uno de los más bajos de la Unión Europea, solo por encima de Bulgaria. Según los últimos datos, contamos con 30 profesionales (entre psiquiatras, psicólogos, enfermeros y otros profesionales) por cada 100.000 habitantes. Holanda, en cambio, suma 260 expertos en salud mental por cada cien mil. "La sanidad pública está muy dañada, y sobre todo después del covid", dice Rosa.

La falta de asistencia o de información suelen ser las preocupaciones principales de los enfermos y de sus familias cuando diagnostican una enfermedad mental, especialmente la esquizofrenia. Es la enfermedad que sufre Remedios desde 2001, “tomo ocho pastillas por la mañana, dos al mediodía y catorce por la noche”, así, dice, apacigua sus brotes. Pero Rebeca, su hija, con la que vive, asegura que solo la medicación no es suficiente. “A veces se enfada y se pone violenta. Un día casi me tira un vaso en la cabeza. Otras veces puede quedarse en la cama durante días y yo no sé qué hacer”, añade.

"Lo importante es que no se sienta sola"

Y ahí es justo cuando entra en juego Elena. Es educadora social del Centro de día La Latina, en Madrid, y atiende a Remedios en su casa cuando no puede ir a la consulta por su propio pie. “Lo importante es que no se sienta sola. Le hacemos compañía, le preguntamos cómo está, si ha ido al médico o si se ha tomado las pastillas. Al mismo tiempo sirve de desahogo para su hija”, dice Elena mientras revisa si Remedios puede ponerse en pie después de pasar la COVID, “un paso, otro paso… así Reme, muy bien, lentamente” le dice cogiéndole de la mano.

Elena (educadora social) atiende a Remedios en su casa LUCÍA PÉREZ SANAGUSTÍN

A su hija Rebeca, de 26 años, le cuesta tener una vida como el resto de sus amigas: “Cuando mi madre me llama mis compañeras se asombran de que siempre responda, pero tengo que hacerlo. Si tiene un brote, yo tengo que estar en casa”. Las visitas de Elena a domicilio la alivian, asegura “es el momento en el que yo puedo salir a hacer mis cosas”. La asistencia a domicilio sirve como desahogo para Rebeca además de ayudar a Remedios a ser más autónoma en su vida.

Remedios (en el centro) con su hija Rebeca (izq.) y Elena(dcha.) LUCÍA PÉREZ SANAGUSTÍN

“Uno de los objetivos de este apoyo es que las personas que tienen problemas de salud mental superen sus miedos” señala la educadora, “que se atrevan a salir de casa, a relacionarse con la gente y a que puedan tener una vida mínimamente independiente”. Remedios ha mejorado su estado emocional desde que asiste al centro de día y recibe ayuda externa. “Cuando la conocimos no hablaba nada y pensábamos que le costaría mucho encontrar su lugar”, dice Elena.“Ahora charla con sus amigas por teléfono cada día, entra y sale de casa y siempre nos invita a un café”. El problema, repite una y otra vez, es que hay muy pocos profesionales para tanto paciente, “los psiquiatras ven a los enfermos una vez cada tres meses y durante diez minutos. Eso no es una atención”.

Es precisamente esa carencia de ayuda profesional la que empuja a enfermos y a familiares a crear movimientos asociativos que les haga sentirse arropados y comprendidos entre iguales. En este mundo tan complejo de la salud mental, el apoyo a los pacientes es imprescindible, pero también es vital para todos los que les rodean.

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