Como uno de los grandes popes del cine de autor actual (y de su historia), Pedro Almodóvar ha iluminado el arranque de un Festival de Venecia rendido ante Madres paralelas: no solamente es su 'siempre esperada nueva película’, sino una de sus obras más redondas. Penélope Cruz, Milena Smit, Israel Elejalde y Aitana Sánchez-Gijón, presentes todos en Venecia, protagonizan una oda a la maternidad en la que Almodóvar ha saldado una deuda personal, y del cine de ficción español en general, con las víctimas vivas del franquismo.
Janis (Penélope Cruz), una fotógrafa independiente, y Ana (Milena Smit), una adolescente perdida de una familia acomodada, coinciden el día de su parto en un hospital y entablan amistad. La maternidad no entraba en los planes de ninguna y las dos afrontan en solitario la crianza. Janis, hija a su vez de una libérrima madre soltera, es bisnieta de víctimas de la Guerra Civil y lucha por sacar de las cunetas a familiares. Ana, hija de una actriz que todavía porfía por triunfar (Aitana Sánchez-Gijón), vive con angustia su ausencia de vocación maternal.
Maternidad y memoria histórica parecen tramas paralelas, pero están perfectamente imbricadas: los personajes serán víctimas, verdugas involuntarios, y transitan la asunción del pasado para poder mirar al futuro: están condenadas al perdón y a la reconciliación. El vuelo es casi alegórico sobre la historia de España, pero en el centro de la historia (en minúsculas) están dos de los personajes femeninos (ya es decir) más poderosos de la obra de Almodóvar.
Con Madres paralelas Almodóvar vuelve a lo mejor de su cine: sacar oro de las tramas folletinescas, extraer verdad sobre el filo de la inverosimilitud. La película certifica que Alfred Hitchcock es el cineasta que más ha influido en Almodóvar: además de su control minucioso del plano, los colores y las interpretaciones, Madres paralelas es el perfecto ejemplo de la diferencia entre sorpresas y suspense teorizada por el británico. El espectador intuye o conoce giros de la trama antes que los personajes, pero lo que le importa a Almodóvar es recrearse en el drama de los personajes al asumir los hechos.
Abrir fosas para cerrar heridas
Almodóvar sitúa el comienzo de la acción en 2016, cuando la Ley de memoria histórica estaba vacía de presupuesto y el personaje de Israel Elejalde, un arqueólogo encargado de esas excavaciones voluntariosas, lamenta en un diálogo que Mariano Rajoy se jactase de dotar de “cero euros” a la ley.
“No hagan caso a quienes digan que abrir fosas es abrir heridas: es cerrar heridas y terminar de una vez con nuestra maldita Guerra Civil", decía Almodóvar hace tres años. El director confesaba en una entrevista con RTVE.es su “rabia” porque no le cuajaba un guion sobre la memoria histórica. “Es un gran problema y me parece que cuando se resuelva verdaderamente nos habremos trasladado de una época a otra. Es la única herencia que mantenemos de los años 70 y me parece esencial que se resuelva”, decía.
Madres paralelas, un guion que dormitaba en su cajón desde hace más de 10 años ha sido finalmente la historia en la que engarzar lo que Almodóvar no considera una cuestión política, sino humanitaria: las personas con familiares en fosas son víctimas vivas del franquismo. Almodóvar ya apoyó la producción del impresionante documental El silencio de los otros, pero le faltaba llevar la causa a la ficción.
Madres accidentales y solteras
La película ofrece un catálogo completo sobre la maternidad no buscada: desde la mujer incapaz de asumirla (Aitana Sánchez Gijón) al triunfo del amor en las condiciones más adversas (Milena Smit). En el centro, Penélope Cruz en un papel, con muchas reminiscencias de otras madres que ha interpretado, que es el centro moral de la trama. Madres paralelas bien podría haberse titulado 'Madres convergentes': sus caminos se anudan más allá de los esperado.
Aitana Sánchez-Gijón ensaya y recita un monólogo de Doña Rosita la soltera, de Federico García Lorca (otro guiño doble de la trama) y cuando el personaje de Milena Smit opina que el pasado no debe ser removido, Janis tiene una sencilla respuesta: “Es hora de que te enteres del país en el que vives”.
Milena Smit brilla tanto como Penélope Cruz
Los amantes pasajeros al margen, la filmografía de la última década de Almodóvar ha girado sobre personajes solitarios ya sea en La piel que habito, Julieta o Dolor y gloria. Un reflejo de lo que el cineasta llama su “soledad deliberada”. En Madres paralelas, los personajes femeninos, aunque participen de esa soledad, se buscan y apoyan hasta componer un canto a la sororidad. Sostiene Almodóvar que sus películas con protagonistas masculinos son más dramáticas, mientras que en sus cintas femeninas asoma más el humor y la humanidad. Casi parece paradójico que el cineasta haya pulido el guion precisamente durante el confinamiento.
Milena Smit ya había convencido (nominación al Goya incluida) por su oscuro personaje de No matarás, pero eleva su carrera en Madres paralelas con un registro opuesto que despacha con una naturalidad y fotogenia desarmante. En una película en la que pesa tanto el silencio histórico de la sociedad española, sobrevuela la comunicación de Janis y Ana, dispuestas al entendimiento total para dejar una hermosa lección: confesar y amar para sobrevivir.