Es el ciclo de la vida de la pandemia. Ante la caída de la incidencia, las comunidades relajan las restricciones. Galicia, Navarra y Aragón han flexibilizado desde el viernes sus medidas frente a la COVID-19. La próxima semana se aligeran otras en Cataluña, Comunidad Valenciana, Baleares, y está previsto que también en Andalucía.
Así lleva siendo desde que acabó el confinamiento. La gran ola de la pandemia en el mundo se ha subdividido en olas en los países a medida que se abría o cerraba el grifo de las prohibiciones. La sucesión de cierre-apertura-cierre hasta lograr la inmunización con la vacuna hace que la lucha contra el coronavirus parezca el mito de Sísifo. O el día de la marmota.
Ahora empieza un nuevo episodio y hay expertos que ya han hecho ‘spoiler’: con una reapertura a destiempo y la nueva variante británica, más contagiosa, haciéndose predominante, vendrá una cuarta ola. Metáforas aparte, ojo a los datos.
1. La tercera ola, cerca de tocar suelo
El 10 de diciembre la incidencia acumulada tocó suelo en España y registró el fin de la segunda ola de la pandemia. Marcó una tasa de 188 casos por cada 100.000 habitantes en 14 días.
Las comunidades ya habían empezado a abrir la mano y continuaron desplegando sus planes de Navidad, progresivos calendarios para levantar confinamientos, permitir la movilidad para ver a familiares y “allegados”, flexibilizar el toque de queda, reabrir la hostelería, ampliar los horarios comerciales…
Pocos días después ya era oficial la tercera ola de la pandemia, la que aún estamos descendiendo. El viernes, la incidencia acumulada en los últimos 14 días, con la que cerraremos febrero, era de 193,91 casos.
2. ¿Escaldados de la anterior desescalada?
La siguiente tabla permite escanear la foto fija de las restricciones en cada autonomía antes de la desescalada navideña comparada con la actual. En general, el nivel actual de restricciones es más mayor que el que había en diciembre. Las excepciones son Cantabria, Navarra y el País Vasco, que coinciden en permitir de nuevo la apertura en la hostelería.
La tendencia dominante es de nuevo hacia la apertura. Y esta historia ya la hemos vivido.
El mismo 10 de diciembre, la Comunidad Valenciana estrenaba sus nuevas medidas y su plan de Navidad. El 11, Aragón anunció la flexibilización de aforos y la apertura parcial del interior de bares y restaurantes, hasta entonces cerrado. Pocos días después, Asturias reabría hostelería, centros comerciales y retrasaba el toque de queda una hora. También los bares y restaurantes del País Vasco, cerrados desde hacía más de un mes, abrieron de nuevo en los municipios donde la incidencia estaba por debajo de 500 casos (la media de la comunidad era de 286 el 9 de diciembre, cuando se anunció esta medida).
Ya lo hemos visto. Los intentos de salvar la Navidad, la Semana Santa o la economía en general chocan con los efectos de la pandemia tan pronto como se pierde el control de la transmisión porque vuelven a crecer los contagios.
Un ejemplo: el 10 de diciembre el presidente de Andalucía, Juanma Moreno, anunció en su plan de desescalada en dos fases que la estación de esquí de Sierra Nevada abriría antes de Navidad. Pese a los esfuerzos por garantizar accesos y circuitos de seguridad para los esquiadores, esta semana la Junta andaluza ha avalado el ERTE por causa de fuerza mayor que acabó presentando la empresa Cetursa Sierra Nevada en febrero, alegando que su actividad había quedado afectada por las restricciones cuando se decretó el cierre perimetral de Monachil (Granada) por superar la tasa de incidencia de 500 casos. Ahora el presidente andaluz vuelve a plantear la desescalada de las restricciones si al final de este mes las cifras de incidencia acompañan.
La relativa mejoría de la situación sanitaria, el daño económico acumulado y el agotamiento anímico de los ciudadanos suman, e incentivan que los políticos alivien en cuanto les es posible las duras decisiones que se han tomado. Pero toda decisión acarrea una responsabilidad, que luego se terminan lanzando unos colectivos a otros.
3. El semáforo que sirve de poco y nadie mira
El semáforo de la COVID-19 que diseñó Sanidad es quizá el instrumento de control de la pandemia más olvidado de España. El Ministerio estableció cuatro niveles de alerta (bajo, medio, alto y muy alto) a partir de ocho indicadores clave y unos criterios comunes para interpretarlos y guiar las restricciones que habría que aplicar.
A pesar de que el director del CCAES, Fernando Simón, lo enseña una vez a la semana, no ha servido para establecer medidas comunes y previsibles. En la práctica, cada comunidad maneja sus indicadores y ponderaciones.
Y el semáforo de Sanidad ni siquiera parece tomarse muy en serio a sí mismo. A pesar de contar con los indicadores desde octubre, no se ofreció la información de todos ellos hasta diciembre. Y además de ir con retraso, el nivel de alerta resultante de los indicadores clave se matiza de forma nada transparente con otra colección de 14 “indicadores complementarios”, cuyo peso relativo en la evaluación final del riesgo no se conoce.
Si nos empeñamos en hacer uso de él, observamos que la situación al final de la segunda ola y el momento actual es similar. El 10 de diciembre, el semáforo COVID marcaba 22 provincias en España que estaban en el máximo nivel de alerta. En su última actualización, el 25 de febrero, el semáforo también colorea 22 provincias en riesgo máximo. La diferencia es que la situación es ahora más grave que antes de la Navidad en territorios como Madrid, Andalucía y el sur de Castilla y León, y que también es menos favorable en Galicia y Canarias.
4. La curva de las UCI, a otro ritmo
El 10 de diciembre, había siete comunidades con sus UCI en nivel de riesgo máximo, es decir, con más del 25 % de sus camas ocupadas por pacientes con COVID. El 26 de febrero, son nueve comunidades en esa situación, además de Ceuta.
El gráfico anterior muestra que entre el final de la segunda ola y el momento actual no hay mucha diferencia. El nivel de riesgo actual es alto o extremo en todas las comunidades. Lo peor es que para seguir en un punto similar se han acumulado cientos de fallecidos, el agotamiento del personal sanitario y un sufrimiento incontable en los últimos dos meses.
No hay que perder de vista un dato: aunque la incidencia siga bajando -y lleva un mes descendiendo-, el alivio llega mucho más tarde a los hospitales. La ocupación de las unidades de pacientes críticos aún tardará en salir de los niveles de mayor riesgo. Fernando Simón advirtió esta semana de que si la transmisión volviese a crecer, con la actual ocupación de las UCI, "el sistema sanitario no tiene capacidad de reacción".
5. La vacunación alcanza el 5 %
Nos puede parecer que la vacunación avanza muy lentamente, pero lo cierto es que se ha convertido en la mejor noticia del día a día de la pandemia. Contamos con tres vacunas diferentes y van a llegar más, desarrolladas en tiempo récord, que no solo son eficaces para evitar enfermar, sino que también podrían servir para reducir el riesgo de contagios. Para recordarnos el "lujo" de disponer de ellas, este tuit del investigador y profesor universitario de Farmacia Gorka Orive.
Presumía la ministra de Sanidad, Carolina Darias, de que en España ya hay más dosis administradas que contagios acumulados desde que empezó la pandemia. Dosis no equivalen a personas inmunizadas, pero son 1,2 millones los que ya están inmunizadas gracias a la vacuna y el 5 % los que han recibido al menos una inyección. Y el número aumenta cada día, aunque sea poco a poco.
Posdata. Siempre hay ciencia para todos los argumentarios
En la incertidumbre de una pandemia como la del coronavirus, no es tan difícil encontrar argumentos científicos (de los bulos no hablamos) que apoyan diferentes posiciones.
Para llamar a la prudencia y a no trivializar los contagios de COVID en esta o en cualquier ola venidera, la Organización Mundial de la Salud (OMS) nos recuerda que uno de cada diez infectados con coronavirus lo sufre de manera persistente, y tiene síntomas 12 semanas después.
Para los que están deseando irse de vacaciones, en Semana Santa o cuando sea, una investigación publicada en la revista Journal of the Royal Society Interface apunta a que mantener la distancia social y cerrar la actividad no esencial es más efectivo que limitar la movilidad y prohibir los viajes, al menos una vez superadas las primeras fases de la pandemia y la enfermedad ya se ha propagado.
Es decir, que no estaría mal que pudiéramos viajar si se garantiza un trayecto seguro y si renunciamos a aglomerarnos en espacios reducidos con otras personas. Lo de mantener la responsabilidad individual cuando no hay restricciones ya es otra cuestión. O más bien es la de siempre.