Nadie puede describir mejor que un niño cómo es la 'nueva normalidad' escolar. Son ellos quienes se levantaron un día del pupitre para protegerse de una pandemia dentro de sus casas y quienes han vuelto seis meses después a unas aulas que ya no son como ellos las recordaban. La ilusión con la que han vivido el regreso es enorme, pero hay algunas limitaciones que, admiten, les hacen añorar lo que algunos llaman "el cole de antes".
“Yo lo que más echo de menos es compartir cosas con mis amigos y estar en el recreo con compañeros de otros grupos”, revela a RTVE.es Lucía, una niña de 8 años que considera que en la escuela ahora “todo es un poquito raro”. Sabe que las medidas para prevenir el COVID-19 son necesarias, pero a ella le gustaría poder relacionarse con sus compañeros como lo hacía antes.
Muy concienciados con el uso de mascarilla
De todo ese listado de normas que, desde hace días, está grabado a fuego en las mentes infantiles, una de la que menos le agradan a Lucía es la de llevar mascarilla, y lo peor es que solo se libra de ella “un ratito”, a la hora del recreo, cuando toca comerse la merienda.
“Es que es muy incómoda y ahora casi no podemos hablar. Nos dicen que, si hablamos mucho, la mascarilla se humedece, así que hablamos menos que antes”, explica Lucía con cierta resignación. Ella acata las normas “igual de bien que los adultos” y de sus palabras se deduce que, además, lo hace sin que esto le impida seguir disfrutando de lo más valioso que le regala la escuela: “ver a los amigos todos los días”.
La naturalidad con la que los niños detallan las molestas novedades que acompañan a la vuelta al cole sirve para constatar algo que los docentes apuntan desde el inicio del curso escolar, que los pequeños han interiorizado completamente los protocolos y que están viviendo con mucho ánimo este nuevo curso.
Rodrigo, que tiene 5 años, está entusiasmado por haber regresado a las aulas después de tanto tiempo sin pisarlas. Él es “muy estudioso”, advierte, y ya tenía unas ganas inmensas de empezar este “nuevo cole” en el que espera aprender a leer, a escribir y a "dibujar bien".
“Las medidas son fáciles, más o menos, pero la mascarilla no me gusta porque me asfixio”, dice el pequeño, que, a pesar de todo, sabe poner el foco en la parte positiva: “Lo bueno es que la mía tiene dibujos (..) y cuando estoy dentro de la clase me la quito porque estoy yo solo en la mesa”, explica.
Daniel, en cambio, sí tiene que llevar mascarilla en todo momento porque ya tiene 8 años y el uso de este material de protección es obligatorio a partir de los 6 años. Además, él está especialmente concienciado al respecto porque tiene asma, así que no se la quita “para nada”.
“Hoy ha pasado una cosa. Hemos visto una guerra de hormigas y justo un niño se ha quitado la mascarilla para soplarles. Yo, como he visto que se la quitaba, me he ido”, relata Daniel tras una nueva jornada escolar.
El patio, un lugar menos "divertido"
Lo que quizá sí le está costando más asumir a la mayor parte de niños son las normas que afectan al recreo, ya que ahora no hay tanta libertad como antes para el asueto y la socialización.
“Cada uno está en un sitio separado y han puesto bancos y vallas. Ayer estaba jugando con una niña de otra clase y me dijeron que no podíamos estar juntos y que no nos podemos abrazar”, cuenta Mario, otro niño de 6 años que va al mismo colegio que su hermana melliza, Malena. Los dos aseguran que están muy contentos por haber vuelto a clase, pero preferirían poder relacionarse también con compañeros de otros grupos en el patio.
“Yo lo que más echo de menos es estar más cerca de mis amigos y compartir con ellos cosas“
“Yo lo que más echo de menos es estar más cerca de mis amigos y compartir con ellos cosas”, comenta Álvaro, un niño de 6 años que va a un colegio de Granada capital donde el patio, dice, es menos "divertido": “Hay una parcelas y no podemos salir de ellas. También hay muchas líneas que hacen figuras supergrandes y de ahí no podemos pasar”, describe el niño, que ahora solo puede jugar al “reloj, reloj” y al “pilla pilla” con los compañeros de su mismo grupo “burbuja”, intentando siempre evitar el contacto
Alejandra, una alumna de 10 años, también se queja de esto último y precisa que ya no pueden jugar "a tantos juegos como antes". Sus compañeros y ella optan por charlar la mayor parte del tiempo porque, si corren con la mascarilla, "hace mucho calor" y lo pasan mal.
"Yo estoy contenta porque he vuelto a ver a mis amigos, que en el confinamiento no se podía. Algo es algo, pero me gustaría volver a la normalidad de verdad. Esto no es normalidad", asevera la pequeña, que añade que dentro de las aulas las clases también son "muy raras".
"No podemos dar abrazos ni tener juguetes"
Esto mismo explica Rodrigo, aunque a él, incluso, le dan “ganas de llorar” cuando piensa en que ya no puede estar en la misma mesa con sus compañeros de clase porque todas las actividades son individuales: “Sí podemos hablar con otros niños, pero desde lejos. No podemos dar abrazos ni tener juguetes”, cuenta apenado.
Estas circunstancias hacen que las relaciones entre alumnos sean algo más frías que antes, como da a entender Lucía, que ni siquiera se choca el codo con sus compañeros. "Solo nos decimos 'hola'", dice.
“"A mí se me secan las manos de echarme tanto gel"“
Pese a todo, los niños se están acostumbrando rápido a esta nueva realidad y siguen al pie de la letra las recomendaciones que les lanzan sus familiares y los docentes. Tanto, que se lavan las manos incluso más veces de las que les indican los mayores.
"A mí se me secan las manos de echarme tanto gel", confiesa Alejandra, que, como mínimo, desinfecta sus manos al final de cada clase y también al volver del patio y a la hora de comer. También lo hace así Mario, a pesar de que ahora tiene una "pupa" en la mano y le escuece cada vez que utiliza el gel.
Una "pistolita" les toma la temperatura por la mañana
La toma de temperatura antes del inicio de las clases, ya sea en casa o a la entrada del colegio, también la han naturalizado. Forma parte, explican, de la rutina diaria.
“Cuando llegas te ponen una 'pistolita' cerca de la frente, le dan a un botón y hay una pantalla en la que te dice la temperatura que tienes”, relata Álvaro, quien además presta mucha atención, dice, a todas “las flechitas” que marcan el recorrido que deben seguir los alumnos cuando se desplazan por el colegio.
Otro protocolo que tienen muy claro es el que tiene que ver con la detección precoz de contagios, lo que les lleva a estar muy pendientes de los compañeros que presentan algunos síntomas compatibles con la COVID-19.
“Hoy una compañera se ha puesto mala. Le han puesto el termómetro y no tenía fiebre, pero como le dolía la cabeza y la garganta se ha ido a casa”, cuenta Lucía.
La mayoría no teme al virus
Tanto ella como esto de menores son plenamente conscientes de las razones que hay detrás de estas medidas sanitarias, aunque lo cierto es que la preocupación por los contagios no ha recalado en todos del mismo modo.
La única que sí reconoce tener “un poquito de miedo” es Lucía porque, si "coge" el Covid, se podría poner “malita”. En cambio, a Mario, a Malena o a Rodrigo no les asusta en absoluto.
“A mí no me preocupa nada. Yo solo tengo miedo de la oscuridad pero al ‘cononavirus’ no le tengo 'naaaaada' de miedo”, afirma Rodrigo con rotundidad.
Gabriela, la mayor de todos los niños entrevistados (14 años), explica con gran madurez cómo percibe ella el riesgo de contagio: "Yo soy consciente de lo que está pasando y le tengo más respeto al Covid que miedo. Sabemos, por ejemplo, que no podemos estar tocándonos la cara y que tenemos que cumplir unas determinadas normas para evitar los contagios", señala.
Admite que a su edad --pre adolescencia-- cuesta mucho evitar el contacto físico con los amigos, pero asegura que dentro de su grupo no están "pegados las 24 horas" y tampoco se abrazan.
Prefieren el modelo presencial
Precisamente, esa dinámica del distanciamiento es para ella la más desagradable de este curso que acaba de iniciar, junto con la ausencia del trabajo en equipo.
"A mí siempre me ha gustado el colegio y he tenido mucho interés por aprender, solo que antes hacíamos muchos trabajos en grupo y hacíamos exposiciones en clase y esto se ha perdido. No es que se pierda la ilusión, pero...", reflexiona Gabriela, que en estos días, además de esforzarse por adaptarse a los cambios, tiene que conocer a sus nuevos profesores, recién llegados al centro como personal de refuerzo.
Todavía tardará un poco en coger confianza con ellos, pero lo importante es saber que los tiene cerca para resolver sus dudas frente a frente, algo que echó en falta durante el confinamiento, cuando tocaba seguir las clases desde casa. Esa es, según Gabriela, una de las grandes ventajas del modelo presencial, el preferido por los escolares en la mayoría de casos.
No obstante, la principal razón que les lleva a decantarse por esta opción frente a las clases 'online' no solo tiene que ver con el aspecto académico, sino también y sobre todo con el aporte social. Los encuentros diarios con sus amigos son la razón por la que los niños vuelven a casa con una sonrisa que ni siquiera el contexto pandémico puede borrar.