"Las tecnologías no pueden convertirse en el eje del sistema educativo". Esa es la advertencia que hace la investigadora y divulgadora Catherine L'Ecuyer --una de las figuras más influyentes en el ámbito de la educación- después de haber visto cómo el cierre de las escuelas, dice, dejó la enseñanza "en manos de empresas que hacen negocios con los datos de nuestros hijos".
Hace años que la canadiense, afincada en Barcelona, alerta sobre el peligro que pueden suponer las pantallas para niños y adolescentes, pero es ahora, en mitad de una vuelta al cole que será semipresencial para un buen número de alumnos, cuando más quiere incidir en que "la mejor preparación para el mundo online es el mundo offline", una idea que vertebra su libro Educar en la realidad, publicado tres años después del su otro bestseller, Educar en el asombro.
Sobre este y otros asuntos ha hablado con RTVE.es la investigadora:
PREGUNTA: ¿Qué se está haciendo bien y qué se está haciendo mal respecto a la educación de nuestros niños en este año que no hace más que ponerles obstáculos en el camino?
RESPUESTA: Llevamos una década escuchando hablar de educación en los medios, por parte de los políticos y de las empresas. Yo siempre me he preguntado si ese interés por la educación era genuino, o si por lo contrario eso se debía al tamaño del mercado educativo en términos económicos. Lo que ha quedado claro en esta pandemia es que la educación no es lo primero, sino lo último.
Lo primero no es que un niño dé un paseo, sino abrir los kioscos para que sus padres puedan ir a comprar tabaco. Lo primero es estar tomando una cervecita en una terraza. Lo primero es que el niño esté colocado en algún sitio (delante de una pantalla, por ejemplo) para poder “conciliar”. Lo primero es poder ir a la playa. Teníamos todo el verano para poner orden en casa, trabajando colectivamente en reducir el número de casos, y no hemos hecho los deberes.
Ahora nos encontramos con padres con miedo de llevar a sus hijos al colegio, y con un Gobierno incapaz de lanzar un mensaje de tranquilidad que no sea paternalista. La ONU ya ha alertado de que podríamos estar ante una catástrofe educativa porque millones de niños han dejado de ir al colegio. Los adultos hemos de estar preparados para sacrificar nuestro bien pensando en el de la próxima generación.
P: En cambio, hemos escuchado infinidad de veces que "los niños necesitan volver al colegio ya". ¿Cómo analizas tú esa frase?
R: Las decisiones no se pueden tomar desde solo una perspectiva, deben tomarse desde muchas: la perspectiva epidemiológica, de sanidad pública, la perspectiva económica, también está la educativa. Hay que insistir en la necesidad de una vuelta física al colegio. Si algo ha quedado claro durante esa pandemia, es que las relaciones interpersonales son clave para el aprendizaje.
El aprendizaje no es una cuestión tecnológica, sino humana. Las tecnologías aplicadas a la educación no pueden convertirse en el eje del sistema educativo. De hecho, acabo de firmar una declaración, con otros 100 expertos americanos, en la que explicamos eso en detalle. Y hay una petición para recoger firmas para apoyar esa declaración en España.
P: ¿Te preocupa cómo se desarrolle ese retorno a las aulas?
R: Claro que me preocupa. Pero me da mucha paz cuando miro a la experiencia de Québec, que no ha tenido ni un solo caso de fallecimiento en la franja por debajo de los 19 años desde el inicio de la pandemia, a pesar de haber reabierto sus colegios a inicios de mayo en Infantil y Primaria, igual que hicieron en Francia y Alemania. He seguido a diario las conferencias de prensa de Québec y puedo decir que se ha hecho un trabajo de divulgación magnífico, explicando las medidas a fondo, proporcionando información completa y actualizada a diario.
Han pasado de miles de casos al día, a menos de 100 ahora. Se trata de un panorama envidiable para reabrir las escuelas (reabren en todas las etapas ahora, salvo en la universidad). Si queremos reabrir las escuelas, había que anunciarlo en junio, y luego alinear los objetivos para que convergen hacía ese resultado, involucrando a toda la población. No podemos dejarlo todo al azar o a la suerte.
P: Tú siempre has alertado de los efectos negativos que el uso prolongado de la tecnología puede tener en los niños. ¿Cómo valoras el hecho de que los ordenadores y las tablets se nos presentaran como la única solución para que durante el confinamiento los niños pudiesen seguir avanzando?
R: Lo de decir que no hay plan B es chantaje. Una cosa es, en una situación excepcional, como es una pandemia, recibir dos horas de clases en directo por videochatting en el ordenador de casa para explicar la materia y los ejercicios que luego se pueden hacer en papel, y otra cosa muy distinta es digitalizar toda la educación, teniendo al niño todo el día conectado en YouTube y en aplicaciones dirigidas por algoritmos, dejando la educación en manos de empresas que hacen negocios con los datos de nuestros hijos.
Se ha hablado mucho de brecha digital durante la pandemia. ¿Alguien alguna vez ha hablado de la brecha de los libros en papel? Hay hogares en los que no hay ni un solo libro. ¡Imagínese si hubiésemos enviado a todos los hogares los ensayos o las novelas clásicas (o sus adaptaciones) para que los niños y jóvenes los leyesen durante los tres meses de la pandemia! Víctor Hugo, Dostoievski, Dickens, Tolkien, Shakespeare, Cervantes, Bécquer, Alexandre Soljénitsyne, Victor Frankl, etc.
P: En educación, ¿es la tecnología una manzana envenenada?
R: La tecnología no es una manzana envenenada, es una herramienta estupenda en una mente preparada para usarla, y con un conocimiento del contexto para poder entender la información que se encuentra en Internet. Pero las mentes infantiles y la de muchos jóvenes carecen de esa preparación y de ese contexto. La preparación no llega con el dispositivo en mano y el contexto se adquiere a partir de la explicación de un buen maestro. La mejor preparación para el mundo online es el mundo offline.
P: Respecto a la vuelta a las aulas, ¿será posible respetar la naturaleza y las necesidades de los niños en un ambiente tan restrictivo?
R: Una educación con mascarilla no es para nada lo ideal porque se educa a través de la expresión del rostro y porque los niños necesitan ver la cara del maestro. Quien no comprende un rostro tampoco comprende una larga explicación. Pero tenemos que encontrar un equilibrio y me parece bien que se tomen todas las medidas necesarias. Lo que hay que hacer es explicárselas con paz y serenidad.
P: A las numerosas normas colectivas imagino que podría sumarse en muchos casos una sobreprotección por parte de los padres...
R: Muchos padres que sobreprotegen a sus hijos lo hacen porque no los conocen bien, porque están poco tiempo con ellos. Si algo bueno ha surgido de esa pandemia es que los padres y las madres han pasado muchísimo tiempo con sus hijos, y comprenden mejor sus necesidades. Como resultado de ello, es posible que muchos padres hayan dejado atrás estilos educativos nocivos.
Preocuparse por la salud de un hijo es humano, ¿no? Si los padres están preocupados, pues hay que atender a esa preocupación. Es preciso hacer un buen trabajo de divulgación para explicar a esos padres que el COVID afecta poco a los niños. Comparando con otras enfermedades graves por las que nunca nos hemos planteado cerrar colegios, no es significativo desde un punto de vista estadístico. Por ejemplo, en EE.UU., un país muy afectado por el virus, ha habido 90 muertes por coronavirus en la franja que va hasta los 19 años en todo el país desde el inicio de la pandemia.
Por supuesto, las estadísticas son frías y sabemos que cada muerte es un drama, pero hay 500 muertes al año por meningitis en los EE.UU. y nunca nadie ha pedido que se cierren los colegios por meningitis. Lo que preocupa, sin embargo, es el posible contagio a personas vulnerables en el hogar en el que vive el niño, porque la tasa de letalidad es mucho más alta para esas personas. Por eso, el Gobierno debería ofrecer una alternativa a los niños que conviven con personas con patologías previas.
En cualquier caso, se ve mucha histeria por las redes. Ojalá los adultos nos comportáramos como tal y no transmitimos esa histeria a los niños durante el inicio del curso escolar. Eso sí me parece peor para ellos que lo que han vivido durante el confinamiento.
P: En algunos casos ese miedo ha llevado a algunos padres a plantearse no escolarizar a sus hijos mayores de seis años, aunque esto esté contemplado como delito. ¿Defiendes la postura de esos padres en algún caso?
R: Pues me consta que el homeschooling no se pena con cárcel, sino que es “alegal” (no está regulado). Si bien es cierto que hay algunas decisiones judiciales en España que consideran que no es legal, lo es en otros países europeos. En cualquier caso, el homeschooling es una opción exigente, hemos de ser consciente de ello y tomárnoslo en serio.
No se trata de tener al niño todo el día en casa haciendo galletas. En cualquier caso, que se esté amenazando de penas de cárcel a los padres me parece tristísimo. Lo que falta desde los poderes es credibilidad, coherencia, transparencia y comunicación serena. No amenazas.
P: Hay otra preocupación extendida que no tiene tanto que ver con el ámbito de la salud, sino con el aprendizaje. ¿Crees que hay carencias significativas en los niños por el hecho de haber estado tres meses sin escuela presencial?
R: En la etapa de infantil (0-6 años), los niños van al colegio porque los padres trabajan, no porque lo necesiten. Lo que los pequeños necesitan en esas edades son experiencias sensoriales e interpersonales. Haber estado en casa con su familia durante la pandemia ha sido una maravilla para muchos de ellos (en hogares en los que no hay violencia o problemas graves, claro).
Lo que perjudica en esa franja de edad, es pasarse ocho horas delante de una pantalla. Para los demás cursos, está claro que ha habido un retraso en términos de contenidos. Ahora, los esfuerzos han de ir para que esa situación no se alargue más de la cuenta en el tiempo.
P: Como profesional y también cómo madre de cuatro hijos, ¿qué propone a la ciudadanía y qué pide a los dirigentes políticos?
R: Que se deje, de una vez, de politizar la educación. Cuando el gasto en educación sirve para traer votos o para imponer una postura ideológica concreta todo el mundo quiere asumir sus competencias (autonómicas o estatales), y las decisiones se toman rápidamente, incluso tan rápidamente que a veces no hay tiempo ni para el consenso. Pero cuando las decisiones requieren valentía, sacrificio o un esfuerzo de comunicación extraordinario para convencer de la bondad de una medida y buscar consenso, entonces de repente ya no apetece tomar decisiones y asumir responsabilidades.
Los políticos no solo están para colgarse medallas, están para hacer el trabajo difícil y para tomar decisiones valientes. Es curioso que nadie vea que invertir en profesores para reducir las ratios de 32 a 15 es una medida clave. No se me ocurre una medida más popular que esa, porque la preocupación por la salud de un hijo, de un pariente, de uno mismo, es algo que todos compartimos.