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Por qué abrazamos a familiares o amigos aunque los expertos nos alerten del riesgo

ESTEBAN RAMÓN
7 min.

Con toda España en Fase 1 desde el 25 de mayo, el país ha entrado en la fase de los reencuentros. Familiares y amigos no convivientes han retomado un contacto presencial prácticamente prohibido durante dos meses. Un momento emotivo no exento de riesgos según epidemiólogos, virólogos y el propio Ministerio de Sanidad, que apela a nuestra responsabilidad individual: una sola persona asintomática que no cumpla las normas de distancia social o protección al máximo puede provocar un brote, como ya ha ocurrido en distintas regiones de España.

Volver atrás en las restricciones (como también ha sucedido en Corea del Sur) depende de todos. Besos, abrazos, o contacto entre niños no convivientes no están permitidos durante la desescalada, pero se producen en ocasiones en reuniones familiares o parques. ¿Por qué? Los estudios de psicología social sobre percepción del riesgo y cumplimiento de normas pueden arrojar alguna luz.

Hay una autopercepción curiosa -señala Fernando Chacón, decano del Colegio de Psicólogos de Madrid- en nuestro comportamiento: “Ninguno creemos que estamos incumpliendo la norma. Y, si la incumplimos, lo justificamos diciendo que la norma es absurda”.

1. Confianza: si he cumplido las normas y me reúno con otro en el que confío, ambos podemos incumplirlas

Hay cuatro actitudes básicas respecto a la pandemia: los que creen que lo peor ha pasado y podemos ir normalizando; los que creen que lo peor ha pasado pero no debemos relajarnos; los que creen que lo peor no ha pasado y no debemos relajarnos; y los que creen que lo peor no ha pasado pero podemos normalizar.

“Aparte del último caso (que serían los arriesgados), el principal grupo que puede incumplir las normas ahora es el primero, que serían los confiados”, describe Chacón. “Confiamos en que el otro ha seguido la norma de confinamiento, entonces ¿por qué no le voy a abrazar?”.

Dos personas manteniendo la distancia social en Llandudno (Gales). cpg

2. Entendemos mejor el riesgo individual que el riesgo colectivo

La trampa estadística también funciona para nuestro cerebro. Si alguien abraza a otra persona en este momento de la pandemia el riesgo es bajo: lo más probable es no contagiar. Pero si todos abrazamos a otro, la transmisión y el rebrote es seguro porque el virus circula. De algún modo, depositamos en los demás la responsabilidad colectiva. Asumimos el riesgo individual e ignoramos el común.

La cadena de transmisión además diluye la responsabilidad. Si como asintomático has transmitido el virus, la consecuencia puede pagarla un tercero desconocido. “Si la consecuencia además no te afecta a ti sino seguramente a un tercero, lo negarás”. Esto es peligroso especialmente en los adolescentes, un grupo de población con menor percepción del riesgo en general.

Señales para marcar la circulación de la gente en Montauk, Nueva York. AR

3. Percepción selectiva: buscamos información que confirme lo que creemos

“Tenemos un proceso que es la percepción selectiva en el que te quedas con las informaciones que confirman tus ideas”, dice Chacón. Por eso, si pensamos que en el contacto estrecho no hay riesgo de contagio no escucharemos los mensajes contrarios, sino que buscaremos una confirmación, aunque provenga de datos sesgados, medias verdades o, directamente, bulos. “Por eso es tan difícil cambiar una idea: una vez que se ha confirmado, solo haces caso a la información que es coherente con tus propias opiniones”.

El último escalafón serían las teorías de la conspiración. Steven Taylor, psicólogo americano que en octubre de 2019 publicó un premonitorio The psychology of pandemics (Psicología de las pandemias) explica que “las personas que creen firmemente en las teorías de la conspiración tienden a tener una capacidad más pobre para analizar críticamente la fuente y el contenido de las noticias, como lo indica, por ejemplo, la tendencia a creer en las noticias falsas”.

4. No es lo mismo vivir una tragedia que verla por televisión

La psicología social explica que la fuerza de una actitud depende en gran medida de cómo has adquirido esa actitud. Por eso sanitarios que han vivido de primera mano la crisis alertan e invitan a quien incumpla las normas a hablar con ellos o con algún paciente que haya superado la enfermedad. “Una actitud se puede adquirir directamente, como sucede con un médico o enfermera intensivista que ha visto morir a una persona tras otra. Esa actitud es más fuerte que si lo has leído, te lo han dicho o lo has visto en televisión. No tiene nada que ver”, ilustra Chacón.

"Estoy convencida de que la gente que todavía no toma las precauciones que nos han pedido no es consciente de lo que ha pasado", explica la doctora Elena Casado en La Mañana de La 1. "Me niego a creer que la gente que es plenamente consciente sea imprudente".

Una doctora arremete contra los imprudentes que no cumplen la distancia social

5. La distancia temporal entre conducta y consecuencia es grande

En el caso de la pandemia del coronavirus hay una característica específica que, por bien conocida que sea, influye. Un contagio no es algo perceptible al producirse y, además, un asintomático ni siquiera puede ser consciente de portar el virus.

“Hay mucha distancia temporal entre la conducta y el resultado y eso hace que la percepción de riesgo disminuya. Si tu conducta tiene una consecuencia inmediata la asocias inmediatamente; nos cuesta adaptarnos a una pauta de conducta porque la consecuencia es a la larga”, explica Chacón.

Y la decreciente percepción del riesgo es uno de los principales motivos que explican esta mayor dificultad para cumplir las normas. “Si ves noticias de que hay cada vez menos contagiados, piensas que sería mala suerte contagiarse. Además, hemos tenido un confinamiento duro y se ha hecho largo”, explica Chacón

6. Si la norma no nos parece igual para todos, encontramos una justificación para incumplirla

Durante el pico de la pandemia, la norma era clara y única (salvo alguna excepción): no salir de casa. En el proceso de desescalada, las normas se actualizan y multiplican a gran velocidad.

“Si queremos que se cumplan las normas el mensaje tiene que ser único. En el momento en el que haya disensiones en el mensaje, la gente va a encontrar justificación para su comportamiento”, analiza Chacón. “Además se tarda tiempo en adaptarse, interiorizar y aplicar la diferentes normas”.

Reapertura de salas de cine en Sarajevo (Bosnia). AFP

Y lo que es peor para su cumplimiento: hay diferentes interpretaciones de la situación entre administraciones o grupos políticos. “Si hay dos partidos con visiones distintas y dicen que las medidas se pueden relajar, los que tengan esa ideología se verán impulsados a incumplir las normas. O si el Ministerio dice que una CC.AA. no puede pasar de fase y la CC.AA que sí".

Incluso, la comparación con otros países que sí permitan otros comportamientos puede ser una justificación, en este caso, un fenómeno de imitación.

7. El contacto es una necesidad humana, ¿qué alternativa hay?

En el comportamiento respecto a la transmisión del VIH, muy estudiado a lo largo de los últimos 30 años, refleja hasta qué punto la necesidad de contacto humano hace asumir en ocasiones riesgos no racionales.

¿Cómo podemos suplir esa necesidad directa de afecto? La doctora Radha Modgil contestó a esta misma pregunta que un niño le formuló en la BBC explicando que “el abrazo es un modo de expresar amor y sentirnos conectados a otra persona” y se pueden buscar estrategias para expresar esos sentimientos. “Por ejemplo con una carta a otra persona que diga lo mucho que la quieres, o cantárselo aunque sea por una videollamada”, recomienda. “Escribe a toda la gente que quieres abrazar y explícales todos los abrazos que quieres darles”.

Abuelos saludan a sus nietos durante el reencuentro de tres generaciones diferentes de la misma familia en Madrid. mlp

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