Cuando uno piensa que ya ha pasado por todas las desgracias, y que pocas cosas peores le pueden suceder, la vida se encarga de sorprender una vez más. Eso han debido de pensar muchos de los habitantes de Zaatari, el campamento de refugiados más grande de Oriente Medio. Fue uno de los primeros campos cuando la guerra en Siria dejó el país hecho jirones. Un lugar que nació repleto de tiendas blancas de campaña de Naciones Unidas, extendidas en un inhóspito y desértico rincón de Jordania y que después de nueve años se ha perpetuado en una especie de ciudad con unos 80.000 habitantes, más incluso que la ciudad de al lado, Mafraq (con cerca de 60.000)
Um Ahmad llegó a ese campamento al poco de inaugurarse, huyendo del infierno de la guerra en Siria. Este lugar, a pesar de estar superpoblado, guarda ahora un sepulcral silencio. Aunque en el campamento a fecha de hoy no se ha registrado ningún caso de coronavirus, desde el 21 de marzo permanece cerrado a cal y canto para evitar el contagio del virus.
Confinamiento en un campamento de refugiados
Al igual que en otros lugares del mundo, la orden de confinamiento ha transformado su bulliciosa calle principal, bautizada como avenida de los Campos Elíseos, donde se ubican todos los comercios, en un lugar sombrío y solitario. Las caravanas, que diferentes países donaron para estos refugiados y que ahora son sus hogares, ya no reciben las continuas visitas de los vecinos. Los niños se han quedado sin cole. Las 32 escuelas que hay en el campamento permanecen cerradas y las clases como en el resto del país, se reciben a través de un canal de televisión. Según la agencia de Naciones Unidas para los Refugiados que gestiona el campamento, el suministro de electricidad ha aumentado de 8 a más de 12 horas al día.
Um Ahmad no quiere ni imaginarse el peligro que correría la gente allí si se extiende el virus. Hay muchos servicios que tienen que compartirse, por ejemplo un mismo grifo para centenares de personas, pequeños espacios para mucha gente. Ella salió del campamento hace poco más de un año y aunque con el tiempo la situación ha ido mejorando, también en cuanto a infraestructuras sanitarias y medios disponibles, esta antigua residente asegura que la vida allí es muy dura.
Por eso un día, como muchos otros refugiados de Zaatari, especialmente los más antiguos, Um Ahmad se fue con la idea de buscarse una vida mejor en la ciudad. En la capital, Ammán muchos refugiados sirios encuentran trabajos, aunque la mayoría de las veces, duros y mal pagados, pero que les permiten una vida más digna y otros ingresos más allá de las escasas ayudas.
Más de un millón de refugiados
En Jordania de una población de casi diez millones, cerca de un millón doscientos mil, según estimaciones del gobierno jordano, son refugiados sirios, de los que solo una décima parte vive en campamentos como el de Zaatari o Azraq y el resto habita en zonas urbanas junto a la población local.
Con 34 años, viuda y con cuatro hijos, la vida de Um Ahmad nunca fue fácil. Primero en Zaatari, donde solo la esperanza de volver a empezar con sus hijos le hizo resistir, después al llegar a Ammán, donde incluso se vio obligada a pedir ayudas para sobrevivir.
Um Ahmad se dirigió a Rusaifah, uno de sus barrios más humildes, antiguo campamento de refugiados palestinos situado a unos 20 kilómetros del centro de Ammán, allí encontró trabajo limpiando casas y locales y pudo alquilar una vivienda de una sola habitación por la que paga 80 dinares al mes, unos 90 euros. A través de una amiga del barrio consiguió después un trabajo como empleada de hogar en una casa en un céntrico barrio de Ammán. Gracias a ese sueldo y algunas ayudas que recibe logra pagar los gastos y poder vivir.
Pero la llegada del coronavirus. Si al principio casi ni lo creía, las medidas tomadas por el gobierno, unas de las más drásticas del mundo, le dejaron claro la dimensión del problema. El 21 de marzo con 112 casos de afectados, las autoridades jordanas impusieron el cierre de todas los comercios, incluidas farmacias y tiendas de alimentación y un toque de queda indefinido durante 24 horas. El ejército salió a las calles con la orden de detener y castigar hasta con un año de cárcel a los que se saltaran la cuarentena.
Toque de queda
Después de unas semanas, el gobierno ha suavizado el toque de queda y ahora las sirenas para recogerse suenan a las seis de la tarde y a las 10 de la mañana vuelven a oírse para indicar que ya se puede salir. El país que, ya atravesaba una difícil situación antes de la pandemia con altas cifras de paro, ve cómo se desploma su economía agravada también por la caída de una de sus mayores fuentes de riqueza, el turismo.
Um Ahmad no puede ir ahora a la casa donde trabajaba. Debido a la situación, algunos propietarios perdonan parte del importe del alquiler pero todo depende de la voluntad de cada uno.
Ahora que empezaba a olvidar las pesadillas de los bombardeos que cada noche, durante años, le impedían conciliar el sueño, Um Ahmad ha vuelto a reencontrarse con un viejo conocido, el miedo. Um Ahmad asegura que, ahora incluso tiene más miedo que en la guerra. Este enemigo es invisible y además no se puede huir de él.