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Crisis de refugiados

Lesbos: el sótano de Europa

  • 20.000 personas se hacinan en el campo de refugiados de Moria concebido para 3.000

  • Un buque militar acoge a los que no tienen derecho a solicitar asilo

SARA ALONSO ESPARZA (Enviada especial de RNE a Mitilene)
8 min.

Decenas de personas, confinadas en un espacio delimitado por vallas, esperan su turno en la isla de Lesbos. Su turno para comer, para beber, para marcharse en una furgoneta a ser identificadas por las autoridades. Una vez esto ha sucedido, ya pueden acceder al buque militar donde les van a 'albergar' temporalmente.

Estarán ahí un tiempo indeterminado. Encerrados. Como en una cárcel. Sin poder salir. Su destino, un antiguo cuartel militar en el norte de Grecia fronterizo con Bulgaria que va a ser rehabilitado como campo de refugiados.

14 horas - Grecia lleva a los nuevos refugiados a un buque en un puerto de Lesbos

Su futuro es incierto. Lo es el de casi todos los solicitantes de asilo, más de 500 personas de todas las edades -muchos de ellos niños- y varias nacionalidades que se encuentran en el puerto de Mitilene, capital de la isla griega de Lesbos y lo es más, si cabe, porque, no tienen ningún derecho.

Han llegado en las últimas jornadas y ni siquiera les reconoce el derecho internacional, la Convención de Ginebra: no pueden pedir asilo en este país porque Grecia decidió suspenderlo, al menos durante un mes, una vez Turquía decidió que el acuerdo con el que llegó en 2016 con la UE para evitar que los migrantes accedieran a Europa a cambio de 6.000 millones de euros no era suficiente y amenazó con mandar "millones de refugiados" si el bloque comunitario no apoyaba su posición en la guerra de Siria de la que pronto se van a cumplir 9 años.

Éxodo de más de un millón de personas

Un conflicto que, en estos momentos, tiene en la provincia de Idlib su principal campo de batalla. Un territorio tan hostil que ha forzado el éxodo de un millón de personas solo en los últimos tres meses según Naciones Unidas.

Entre todas estas personas, convertidas en arma arrojadiza, rehenes de una situación política que posiblemente no comprenden, hay varias a las que conocimos hace unas horas a unos 60 kilómetros de aquí, en la localidad de Skalas Sikameneas.

"Tenemos que subir al autobús. Eso nos ha dicho la policía. No sabemos dónde nos llevan", dice Ihman. Este joven afgano es uno de los pocos de entre los alrededor de cien migrantes que conforman este grupo que habla algo de inglés. Acaba de ponerse la mascarilla que le ha dado la policía. "No sé tampoco por qué tengo que ponérmela, pero nos han dado una a cada uno y nos han dicho que su uso es obligatorio", continúa.

Miles de personas convertidas en arma arrojadiza

Está desconcertado. Todos lo están. Los más serenos, los de edad más avanzada, si bien, sus miradas son profundamente tristes y están perdidas. Los niños, los que inspiran un poco de alegría. Corretean y juegan entre los montículos de tierra que hay en este recodo de la carretera en la que se encuentran. Lo hacen solo los más pequeños. Algunas infancias parecen extraviadas mirando al horizonte, donde se divisa perfectamente Turquía.

Danish, de 27 años, señala y nos dice que partieron de allí hace tres días y que desde entonces, han pasado día y noche a la intemperie. En la cercana playa de Skalas Sikameneas, restos de algunos chalecos, algo de comida y también de una hoguera con la que calentarse. En el puerto, donde trabajan pescadores y rederos, lo que queda de una embarcación de plástico en la que quizá, vinieron algunos de ellos, parece pasar desapercibida.

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Es cierto que han sido muchas las que han pasado por aquí en los últimos años formando ya parte de su paisaje cotidiano pero, además, esta gente, que durante mucho tiempo ha demostrado su solidaridad para con los recién llegados, está cansada.

"No quiero hablar de refugiados. Han llegado muchos, millones. Hemos ayudado todo lo que hemos podido pero... no quiero hablar más. Ahora mismo este es un gran problema para nosotros", nos dice contrariado un pescador mientras repara su pequeño barco.

Refugiados de primera y de segunda

Es difícil establecer rangos cuando hablamos de refugiados pero, en estos momentos en Grecia, los hay de primera y de segunda según hayan llegado antes o después de la suspensión del derecho internacional. Los que llegaron antes, han podido solicitar asilo. Viven en condiciones infrahumanas en campos de refugiados.

El de Moria, en Lesbos, es el más poblado de todos ellos. Es el sótano de Europa. Allí sobreviven 20.000 almas cuando está concebido para albergar a 3.000. Su población ha crecido exponencialmente desde el pasado verano cuando, ya al triple de su capacidad, acogía a 9000 personas.

"Nos tienen como animales", nos dice Mustafa en el puerto de Mitelene. "¿Europa quiere esto?", se pregunta este joven sudanés. Es uno de las decenas que se han acercado al puerto al son de rumores que dicen que podrán salir en el ferry que lleva hacia Atenas. "Son rumores. Uno se lo dice a otro y a otro y a otro. Así se expanden las noticias así. Y quien sabe, tal vez un día sea verdad", continúa Isman, afgano, estudiante de diseño gráfico que huyó de su país por la violencia talibán.

Nos tienen como animales

Las decenas que se convocan aquí en las últimas tardes aferrados a bulos tienen la necesidad de creer en esa posibilidad. Es lo poco que les queda: creer. Su situación es desesperada. "Con ese papel solo puedes estar en Lesbos', le precisa un agente al ver su documento de solicitante de asilo. Familias enteras con todos sus bártulos han secundado la llamada. Parece casi una manifestación. La policía les disuade. Disuelve la concentración. Les expulsan de la ciudad entre carreras y gritos. De una forma bastante caótica y desordenada.

"Volved rápidamente a Moria", les grita un agente mientras los antidisturbios van empujando a la masa hacia la salida de la ciudad que conduce al campo. Poco a poco se van marchando. Unos caminan. Otros esperan al autobús. Su tren nunca termina de llegar.

Las islas del Egeo, desoídas

Los isleños, no solo los habitantes de Lesbos, también los del resto de islas del Egeo (Leros, Chios, Samos y Kos) están sobrepasados y han manifestado su cansancio en las últimas semanas con varias huelgas generales y manifestaciones que les han llevado incluso a la capital del país, Atenas. Se oponen frontalmente a los planes del gobierno para la gestión migratoria.

El ejecutivo que lidera el conservador Kyriakos Mitsotakis no tiene intención de dar marcha atrás. Ha propuesto crear centros de internamiento, con entradas y salidas restringidas, en las diferentes islas a construir en tierras que pueden ser si es necesario, expropiadas temporalmente a sus propietarios a cambio de una indemnización.

Los isleños lo que quieren es que se desbloquee esta situación, que se descongestione, que se busque una salida para estas personas y que la vida se normalice, no que su casa se convierta en ese 'escudo' del que hablaba la Presidenta de la Comisión Europea, Úrsula Von Der Layen, en su visita a la frontera greco-turca. Se barajan otras medidas como la instalación de 'vallas' disuasorias en el mar para evitar que lleguen embarcaciones como quien evita que se filtre petróleo tras un derrame.

La respuesta, dice la UE que está respaldando los últimos movimientos de Atenas, incluyendo los que pasan por suspender derechos que están en sus valores fundacionales, ha de ser común. Pero lo cierto es que desde que hace cinco años los flujos migratorios comenzaran a presionar a esta isla de tan solo 80.000 habitantes, no se ha llegado a ninguna solución conjunta, a ningún mecanismo que haya funcionado mínimamente.

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Políticas para los solicitantes de asilo

Se ha considerado en numerosas ocasiones que las condiciones de vida de los miles de solicitantes de asilo que han quedado aquí varados es inaceptable pero se ha aceptado. Más allá de la expresión de preocupación, las políticas no han funcionado. Se adoptaron las cuotas de reasentamiento de carácter obligatorio por las que los Estados se comprometían a reubicar a un determinado número de personas y así, aliviar la situación en el Egeo. Sólo cumplieron Malta y Letonia y no pasó nada por el desacatamiento. Es el divorcio entre la política y la ética; entre la seguridad y los derechos humanos.

La situación es una olla a presión

Aquí nadie es ajeno a esta realidad y se combinan varios factores que hacen de esta situación una olla a presión. La desesperación de los refugiados, el hartazgo de los locales, las nuevas medidas del gobierno, los movimientos de Turquía y la presencia durante unas jornadas aquí de movimientos de ultraderecha que han hostigado, intimidado, agredido a migrantes, cooperantes y periodistas.

Esto ha llevado a que algunas organizaciones humanitarias hayan cerrado por motivos de seguridad durante unos días y que incluso algunas se estén replanteando sus proyectos.

La asistencia aquí es importante para miles de personas pero no tanto quizá como el hecho de que alguien denuncie lo que está ocurriendo en suelo europeo. Sin testigos, la ya de por sí dramática situación se deteriorará y no lo conoceremos. La realidad quedará escondida en estas islas que se convertirán en la moqueta bajo la que Europa esconde sus vergüenzas.

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