“El primer Mad Max, en 1982, tenía 1.200 planos; Mad Max: furia en la carretera tiene cerca de 3.000”. George Miller, nominado al Oscar a mejor director, comparaba en una entrevista para RTVE.es lo que considera el principal rasgo en la evolución del lenguaje audiovisual. “Cada vez la lectura de ese lenguaje es más rápida”.
Cada vez más planos, cada vez más montaje. Una verdad estadística en términos generales, pero, dentro del caudal de películas de cada año, existe una corriente que circula en sentido contrario: el cine de largas secuencias de complejos movimientos de cámaras. Una tendencia en las que se enmarcan dos de las presumibles triunfadoras de la ceremonia: El renacido, de Alejandro G. Iñárritu, y El hijo de Saúl, de Lászlo Nemes.
Alfred Hitchcock, en su libro-entrevista con Truffaut, sostenía que filmar una película en un solo plano es un sueño que los directores acarician alguna vez en la vida. Lo cumplió, con los trucajes necesarios, en La soga.
Los planos largos, si son estáticos y generales, tienen un componente esencialmente teatral y no puramente cinematográfico. Pero cuando hay desplazamientos explotan las posibilidades narrativas del lenguaje audiovisual. Además, los videojuegos, piedra angular de la cultura audiovisual contemporánea, han popularizado la acción de personajes moviéndose en un universo de 360 grados.
No es nada nuevo, es un rasgo de estilo de directores como Orson Welles, Max Ophuls, Martin Scorsese o Luis García Berlanga. Sin embargo, las nuevas tecnologías han multiplicado las posibilidades. En 1948, Hitchcock tenía el límite físico del rollo de película que cargaba en la cámara. En la era digital, el límite despareció. El primero en explotar la capacidad del disco duro fue Alexander Sokurov en El arca rusa (2002), un paseo de hora y media por la historia rusa y el Museo del Hermitage rodado en un solo día.
Lubezki, el rey del plano secuencia
Alejandro G. Iñárritu ya cumplió el sueño de Hitchcock (con trucajes digitales en su caso) en Birdman, la triunfadora de los Oscar el año pasado.
La preparación de El renacido, anterior a la preparación de Birdman, llevó a Alejandro G. Iñárritu a abandonar su estilo documental y de teleobjetivos hacia el uso de gran angular para aprovechar la profundidad de campo de los larguísimos planos en movimiento. Una de las reconversiones estilísticas más notables en la carrera de un director.
Todo bajo la todopoderosa firma del director de fotografía Emmanuel Lubezki, que apunta a su tercer Oscar consecutivo tras, precisamente, las virguerías de los planos secuencia de Gravity y Birdman.
Aunque se han encontrado referencias directas de El renacido en películas de Andrei Tarkovsky, parece que la influencia soviética hay que buscarla un poco más atrás. Lubezki, que lleva años explorando la técnica con Alfonso Cuarón, es el heredero de otro héroe del plano-secuencia: Sergei Urusevsky, director de fotografía de las cintas de Mikhail Kalatozov Soy Cuba (1964) o Mientras pasan las cigüeñas (1957). Tarkovsky, de hecho, admiraba a Urusevsky e intentó contratarlo para su debut como cineasta.
El problema de El renacido es que su grandilocuencia formal no casa con la sencillez de su tensión dramática. Más aún: las virguerías de la cámara muchas veces preceden a la acción remarcando el 'yo' de la dirección. Un problema que no existe en la perfecta El hijo de Saúl, favorita para Mejor película de habla no inglesa.
El hijo de Saúl: la inmersión de no mirar
El húngaro Lászlo Nemes ha triunfado en su debut como cineasta con una película basada en largas secuencias que colocan al espectador en el centro de Auschwitz.
“El plan era hacer una experiencia inmersiva, olvidar los libros de historia y meter al espectador en el aquí y ahora”, decía Nemés en RTVE.es.
La técnica es la opuesta al El renacido. Filmada en celuloide, la profundidad de campo es mínima y prácticamente lo único nítido es el rostro del protagonista. Lo que tiene todo el sentido narrativo en un personaje que no quiere mirar al horror.
Nemés afirma que la historia manda y el cine inmersivo es una técnica más. Pero insiste en que “el cine debería tomar riesgos, el problema es que cada vez menos gente lo hace porque el sistema no los quiere”. Algo en lo que coincide con Iñárritu y que nos devuelve a las declaraciones de George Miller: “El cine no está dominado, todavía está por aprender”.