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Lucha contrarreloj en Seúl para cerrar un acuerdo de mínimos que evite el fracaso del G-20

  • Después de 14 horas de negociación, el acuerdo parece lejano

  • EE.UU. y otros país occidentales acusan a China de devaluar su moneda

  • Tradicionales aliados de Washington le echan en cara la decisión de la Reserva Federal

  • Sólo está claro el acuerdo sobre la nueva regulación bancaria y la reforma del FMI

Ver también Especial La Cumbre del G-20 en Seúl

LOURDES FRANCIA
4 min.

Las reuniones bilaterales entre los líderes -previas al G-20 propiamente dicha- y el camino trillado por sus asesores y equipos de consejeros durante más de 14 horas no han impedido la parálisis en la primera jornada de la reunión en Seúl y la proyección de la inquietante sombra de una cumbre sin resultados.

Los culpables han sido la bautizada como guerra de divisas -que enfrenta especialmente a EE.UU. y China- y la gran consecuencia derivada de esa misma batalla: los desequilibrios entre los países más exportadores (China, Alemania o Brasil), que disfrutan de cómodos superávits comerciales, y los principales importadores que, como Estados Unidos, acumulan pesados déficits en sus balanzas comerciales.

Además, los países más industriales han llegado a este encuentro con la tarea de presionar a Pekín para que no reduzca aún más sus cuotas de exportación de las tierras raras, unos minerales imprescindibles para las energías renovables, la investigación médica o las telecomunicaciones, cuyo mercado está dominado por China, que produce más del 95% de la producción mundial de esas materias primas.

Otra sombra que ha sobrevolado la reunión en la capital surcoreana ha sido el temor a que Irlanda corra la misma suerte que Grecia y, como Atenas el pasado verano, tenga que recurrir al fondo de rescate preparado por la Unión Europea para auxiliar a los Estados miembros con problemas para pagar su deuda pública.

La unidad del G-20, resquebrajada

La crisis ha dejado al descubierto o ha potenciado problemas hasta ahora  ocultos de las potencias mundiales, y ha llevado a algunos países a tomar decisiones unilaterales  para salir de la recesión que perjudican a sus socios o vecinos. Eso ha  abierto profundas grietas en la aparente unidad del G-20 y, además, ha  revelado la fuerza creciente de economías llamadas emergentes, como  China, Brasil o India.

El presidente estadounidense, Barack Obama, ha tratado de espantar el fantasma del desacuerdo y, ante los periodistas, se ha mostrado confiado en que los jefes de Estado y gobierno serán capaces de encontrar una fórmula que impulse un crecimiento sostenible y equilibrado en todos los países. A su intento ha ayudado la buena sintonía observada entre él y el presidente chino, Hu Jintao, durante su encuentro bilateral.

Pero eso puede no bastar. Un miembro de la delegación china, Yu Jianhua, ha señalado a Reuters que Pekín no quiere enfrentarse a EE.UU. por las divisas ni el comercio, pero ha advertido que Washington "no debería politizar el asunto del yuan [la moneda china], no culpar a otros de sus problemas internos y no obligar a otros a tomar la medicina para su enfermedad".

Tampoco cuenta Washington con el apoyo habitual de algunos de sus aliados. Muchos de ellos, como Alemania o India, han criticado con dureza la decisión de la Reserva Federal estadounidense de inyectar 425.000 millones de euros en la economía de su país.

Por un lado, denuncian que es una maniobra para favorecer la competitividad de las ventas estadounidenses en el exterior y, por otro, temen que pueda desencadenar elevados flujos de capital hacia los mercados emergentes, donde provocará subidas de la inflación.

Malabares semánticos

En palabras del primer ministro de Canadá, Stephen Harper, "la persistencia de estos desequilibrios es un problema a largo plazo y deben resolverse". Aunque reconoce no estar seguro de si se podrá lograr en esta cumbre, Harper ha explicado que están manteniendo "discusiones tan francas sobre estos asuntos, que tienen que poder resolverse".

El borrador que circula sobre el comunicado final de esta cumbre de Seúl muestra que los líderes apoyan la idea de marcar "unas líneas indicativas" para estrechar los superávits y los déficits de las balanzas corrientes. Sin embargo, todavía estarían indecisos sobre si esas guías deberían ser cifras concretas que se pudieran medir y controlar, o si deberían ser más vagas, contenidas bajo la fórmula "cualitativas y cuantitativas".

Además, en ese texto provisional se lee que los dirigentes estarían de acuerdo en "abstenerse de realizar devaluaciones competitivas" de los tipos de cambios de sus divisas, pero ahora estarían debatiendo si añaden la expresión "subdevaluación competitiva", un eufemismo con el que Washington trataría de particularizar en lo que, a su juicio, está haciendo China con su moneda.

Lo único que parece seguro ahora es que los líderes de las principales economías y de las potencias emergentes darán luz verde al acuerdo de Basilea III -una nueva regulación financiera que aumentará los requisitos de capital exigidos a las entidades bancarias para que, con esos fondos, puedan hacer frente a crisis futuras- y a las nuevas cotas de participación de los países emergentes en el Fondo Monetario Internacional (FMI), donde España la elevará al 2%.

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