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¿Y a ti, de qué humor habría que tratarte? Diagnóstico y tratamiento según la medicina antigua

Noticia   el Condensador de fluzo
Susana A
5 min.

¿Te imaginas que nos hicieran un diagnóstico según nuestro estado emocional o psicológico? Pues esta ha sido una de las grandes teorías de la medicina desde la antigüedad hasta bien entrada la Edad Moderna.

La Doctora en Historia Contemporánea, Carmen Guillén, en su internveción en el Condensador de Fluzo, relata cómo en la antigüedad se creía que la enfermedad estaba estrechamente relacionada con los humores. En ese momento, se creía que los 'humores' eran unas sustancias de carácter fluido, las cuales constituían la estructura elemental del cuerpo humano. Servían para identificar enfermedades y posibles curas para los síntomas, puesto que se pensaba que cada parte del cuerpo se correspondía con un humor.

Teoría humoral

Hipócrates de Cos, uno de los médicos más importantes del mundo antiguo, categorizó los humores en un esquema de cuatro: sangre, flema, bilis amarilla y bilis negra, que se generaban respectivamente en el corazón, el cerebro, el hígado y el bazo. El equilibrio entre estos humores garantizaba la salud, mientras que, el desequilibrio se asociaba a una tendencia en la personalidad o el temperamento.

Por eso, una persona con exceso de bilis amarilla se consideraba colérica, mientras que una persona melancólica (deprimida o cansada) era el resultado del exceso de bilis negra. Por otro lado, las personas flemáticas (tranquilas e indiferentes) lo eran por un exceso de flema, y los que tenían exceso de sangre se consideraban sanguíneos (pasionales y dinámicos).

Además, los griegos vincularon esta teoría hipocrática con la de los cuatro elementos de Empédocles: agua, fuego, tierra y aire; también con las cuatro estaciones del año: primavera, verano, otoño e invierno; con las cuatro etapas de la vida humana: infancia, juventud, edad adulta y vejez; y con las cuatro cualidades elementales: frío, caliente, seco y húmedo.

Carmen Guillén insiste en que, en la época, se consideraba que la enfermedad se debía a un desequilibrio. Es por eso por lo que la teoría de los humores servía para entender la patología, el diagnóstico y el tratamiento de esta. Es decir, las estaciones del año, los periodos de la vida, las cualidades elementales… todo podía influir en el desarrollo de una patología.

Al mismo tiempo, si se observaba un sujeto con calor y humedad (que eran las cualidades de la sangre), se establecía que la enfermedad estaba debida a un predominio de ese humor. Consecuentemente, el tratamiento se llevaba a cabo mediante alopatía, o sea, “curación por lo contrario”. Por ejemplo, para curar a ese paciente con un predominio del humor sangre, se le practicaba una sangría para eliminar el líquido sobrante, tratamiento que se estuvo usando hasta bien entrado el siglo XIX.

En la Edad Media, los médicos creían que estos desequilibrios podían producirse por muchas causas que solían estar relacionadas con el estilo de vida, los cambios en la dieta, pero sobre todo factores ambientales donde el aire o las aguas jugaban un papel fundamental, pues se pensaba, nos explica Carmen Guillén, que estos podían contener miasmas.

Se entendía por miasma una especie de vapor venenoso que podía desprender el aire pútrido que emanaba de la tierra, de las aguas estancadas o de la materia en descomposición. Una vez dentro del cuerpo, el miasma provocaba una pérdida de balance entre los humores, lo que ocasionaba la corrupción de los tejidos y las principales enfermedades. Fue esta creencia la que llevó a la ubicación y configuración de las ciudades lejos de las zonas pantanosas.

La teoría miasmática y la remodelación de las ciudades

El concepto de miasma no se consolidó del todo hasta el siglo XVIII, gracias a la teoría miasmática de la enfermedad del médico inglés Thomas Sydenham.  Hablamos de un momento en el que muchas enfermedades amenazan a la población, tales como el cólera, el tifus, la fiebre amarilla, la viruela… Y la creencia de que podían estar flotando en el aire propició lo que conocemos como trazado hipodámico, dado que facilita la instalación de sistemas de alcantarillado. Se eliminaron, además, las murallas, para facilitar la expansión de las ciudades y la apertura de avenidas para facilitar la ventilación.

Un ejemplo de ciudad que aplicara estas medidas fue, según Carmen Guillén, el Ensanche de Barcelona, con su trazado perfecto y sus calles anchas. Es paradójico cómo una creencia errónea como la de las miasmas dio lugar a remodelaciones adecuadas, dado que ayudaron a reducir los focos infecciosos provocados por la mala ventilación, las aguas putrefactas o el hacinamiento.

Cabe destacar que la teoría miasmática dominó el discurso sanitario durante siglos y tardó su tiempo en ceder espacio a la teoría microbiana de Louis Pasteur y Robert Koch,  desarrollada a finales del siglo XIX, la cual no fue fácilmente aceptada por la población general ni por los médicos.

Hoy sabemos que el cuerpo humano está compuesto de células, no de humores, y que nos contagiamos por microorganismos, no miasmas. Pero, en cualquier caso, aunque estas teorías originarias del mundo antiguo no fueran correctas, contribuyeron a mejorar la higiene de las ciudades gracias a establecer la conexión entre las malas condiciones sanitarias y la enfermedad.

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