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Claudio Magris | Microcosmos

  • El café San Marcos de Trieste es un lugar propicio para partir de viaje

  • Su camino sinuoso y contemplativo no persigue otra cosa que la propia existencia

Santiago Echevarría
2 min.

Es cierto que Magris nunca avanza en línea recta, que su escritura —como su Danubio— serpentea minuciosamente cuantos recovecos va encontrando a su paso. De ahí, precisamente, que lo aprovechemos como un impagable cartógrafo. Su guía por la Colina, el Nevoso, la Valcellina, o la laguna de Grado es también una exploración cautelosa de la existencia misma y de todas sus fronteras.

Narración, historia, biografía, ensayo: el texto y el camino zigzaguean al compás. Unas barcas que se pudren sobre el agua sosegada e impasible de la isla de Pampagnola, observadas desde el puente por el autor, pueden expresarnos la alegoría más deslumbrante de la vida, de la muerte, y del viaje entre ambos puntos.

«Hará falta mucho tiempo antes de que las mareas, la lluvia y el viento reduzcan a escombros esas barcas y todavía más antes de que éstos se descompongan y desmenucen. Gradualidad de la muerte, tenaz resistencia de la forma a la extinción. Viajar es también una guerrilla abocada a perder contra el olvido, un camino de retaguardia; detenerse a observar la figura de un tronco deshecho pero todavía no cancelado del todo, el perfil de una duna que se disuelve, las huellas de cuando estaba habitada una vieja barraca».

Y, por otro lado, ¿es que alguien prefiere la línea recta?

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