El acuerdo entre PSC y ERC para investir a Salvador Illa como presidente de la Generalitat —refrendado por las bases de la formación republicana— culmina un largo proceso de más de tres años en el que el candidato de los socialistas catalanes ha sabido aguardar su momento de forma discreta, buscando de manera paciente los acuerdos para lograr la Presidencia.
Illa ha sido investido presidente de la Generalitat de Cataluña con el apoyo de ERC y Comuns en un pleno marcado por la aparición y nueva fuga de Puigdemont, rompiendo un período de casi tres lustros en el que el Govern ha estado dominado por los partidos independentistas: concretamente desde que en diciembre de 2010 el también socialista José Montilla fue relevado en el cargo por el convergente Artur Mas.
Salvador Illa nació en 1966 en La Roca del Vallès, un municipio situado a 40 kilómetros de Barcelona. Es el mayor de tres hermanos y sus padres trabajaban en el sector textil. Tras estudiar en los Escolapios de Granollers, en 1989 se licenció en Filosofía por la Universidad de Barcelona, para posteriormente estudiar un Máster en Economía y Dirección de Empresas en el IESE.
Casado y con dos hijos, Illa es aficionado al atletismo y a la agricultura y un celoso guardián de su vida privada, a pesar de ser muy activo en redes sociales, pero siempre en su faceta profesional.
Una carrera política marcada por la pandemia
Su carrera política arrancó en 1987 como concejal de Cultura en La Roca del Vallès, municipio de la que fue alcalde entre 1995 y 2005, ya como afiliado del PSC. Tras una década en la alcaldía de su localidad natal, dio el salto a la política autonómica al ser nombrado director general de Gestión de Infraestructuras del Departamento de Justicia de la Generalitat de Cataluña, hasta que el 2009 pasó a trabajar brevemente en el sector privado, como director general de una productora audiovisual.
Entre 2010 y 2011 ejerció como director de Gestión Económica del Ayuntamiento de Barcelona y coordinador del Grupo Municipal Socialista en el consistorio entre 2011 y 2016. Tuvo un papel destacado en la incorporación del PSC al gobierno municipal de Barcelona tras el pacto con Barcelona en Comú, ejerciendo como gerente de Empresa, Cultura e Innovación.
En 2016, el entonces primer secretario del PSC, Miquel Iceta, confió en Illa como secretario general del Área de Organización, cargo en el que comenzó a adquirir una mayor relevancia. Conocido fue su posicionamiento en contra del desafío independentista de 2017, una postura que mostró en público con su asistencia a la manifestación organizada por Societat Civil Catalana.
Pero también participó activamente en las negociaciones que propiciaron la abstención de Esquerra en enero de 2020 para la investidura de Pedro Sánchez y la puesta en marcha del primer gobierno de coalición entre PSOE y Unidas Podemos.
Sánchez confió en Salvador Illa dándole un sillón en el Consejo de Ministros como titular de Sanidad, sector en el que no contaba con experiencia previa. Apenas dos meses después, con la declaración del estado de alarma a consecuencia de la pandemia de la COVID-19, Illa pasó a ser uno de los rostros más populares del Gobierno, debido a sus comparecencias regulares para informar sobre la situación sanitaria y los avances en el proceso de vacunación.
Victoria electoral sin premio
Un proceso que apenas pudo gestionar, ya que en enero de 2021 se hizo público lo que era un secreto a voces: su decisión de abandonar el Ministerio de Sanidad para presentarse como candidato del PSC a las elecciones catalanas de febrero de ese año. Unos comicios en los que el PSC logró la victoria, aunque con un empate a 33 escaños con ERC y con Junts pisando los talones de ambos, con 32.
Este resultado propició un nuevo gobierno independentista en Cataluña, aunque liderado en esta ocasión por el republicano Pere Aragonès. A pesar de que Illa mostró su disposición a presentarse a la investidura, los acuerdos de ERC con Junts y la CUP dieron al traste con sus intenciones.
Sin embargo, las relaciones entre los partidos independentistas que pactaron la investidura de Aragonès no fueron precisamente plácidas y en muchas ocasiones fue el propio PSC quien se comportó como socio de gobierno, acordando con los republicanos asuntos clave como los presupuestos autonómicos, con el trasfondo del entendimiento de ambas formaciones en Madrid.
Fin al dominio independentista
Fue la imposibilidad de aprobar las cuentas públicas de 2024 —por la oposición de los 'comunes' al megaproyecto de Hard Rock— lo que propició la decisión de Pere Aragonès de convocar elecciones anticipadas en las que, por primera vez en la última década, los independentistas perdieron la mayoría absoluta y, con ello, la posibilidad de conformar un nuevo gobierno separatista.
En la campaña, el líder del PSC mostró su lado conciliador y pidió en sus mítines dejar atrás el pasado y apostar por "un tiempo nuevo" en Cataluña, centrado en generar "estabilidad" y "prosperidad".
Illa no solo revalidó la victoria, sino que logró 42 escaños, nueve más que en 2021, y se perfiló como el único candidato con opciones reales de alcanzar una investidura. Al PSC las cuentas le salían con el apoyo de los 'comunes' —dispuestos desde el principio— y republicanos, mucho más reacios a un acuerdo y envueltos en su propio cisma interno a causa de su fracaso en los comicios, en los que se dejaron 13 escaños.
Pero ERC no dio facilidades para las negociaciones y puso sus propias condiciones, con la soberanía fiscal y la potenciación de uso del catalán como algunas de sus exigencias. A ello se sumó la puesta en marcha del reloj electoral que fijó la fecha límite del 26 de agosto para acordar una investidura o ir de nuevo a las urnas.
Una serie de obstáculos que Illa ha logrado salvar con un acuerdo que ha sido refrendado por las bases del partido republicano, que de este modo facilitan la investidura del líder del PSC, tras tres años aguardando de manera paciente el momento para alcanzar la Presidencia de la Generalitat